José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. PAULUS. Pág. 243
Ilustracion Carlos
Ribero
Todo hombre tiende
naturalmente hacia el amor. Sucede que el concepto común de amor corresponde de
forma casi universal a una idea
genérica, ambivalente y, muchas veces, errada, por tan irreal.
Amar es darse. Entregar
la propia esencia a otro, luchando a favor de él. De forma pura y gratuita, sin
esperar otra recompensa sino la de saber que se conseguirá ser lo que se es.
Amar, al contrario de lo que creen muchos, no es una fuente de satisfacción…
Amar es algo serio, arrebatador y tremendamente desagradable. Quien ama sabe
que eso se asemeja más a una especie de maldición de los cuentos infantiles con
final invariablemente feliz…
Caballeros valientes y
princesas encantadas son, mientras tanto, excelentes metáforas que pretenden
transmitir la idea de coraje y de nobleza de carácter esenciales a quien ama.
Se ama cuando se es capaz de ser quien se es, verdaderamente.
Esta lucha heroica por
el valor de la esencia de otro no está
al alcance de todos. La mayor parte de las personas son egocéntricas, disfrutan
trenzando sus egoísmos en figuras
improvisadas de resultado siempre deforme al que se obstina en llamar amor. Tal
vez porque así consiga disfrazar el vacío que es la prueba de cuan frustrante,
frívolo e inútil es su paso por este mundo.
Cuando alguien ama
verdaderamente, se pierde. La búsqueda de una felicidad propia no tiene
sentido. Sin tiempo ni espacio para posar la cabeza, aquel que ama se ofrece
generosamente al otro en un camino por donde casi nunca es de día. El sufrimiento
parece como el puente por donde se tiene que entrar en un mundo donde la felicidad
no tiene nada en común con los amores de aquí.
Amar es dar cumplimiento
a una vida con fuerza, sentido y valor.
La paz que sirve de
base al amor nace y se alimenta de la certeza de que la vida que vivimos no es
nuestra, nos fue ofrecida con la condición
y el propósito de amarnos.
Cuando se ama se camina
por encima de la nada. Pero si, en un instante cualquiera, se deja de creer y
se busca la firmeza de un suelo, se cae inmediatamente en el abismo por encima
del cual antes se volaba, en un milagro que la inteligencia no consigue ni
comprender ni abarcar.
El amor no es racional,
no es humano. Es la verdad pura que no se aprende con la inteligencia común.
Las palabras poco dicen, poco enseñan, entretienen a quien no quiere vivir… es
preciso una gran humildad para comprender que no todo puede ser comprendido.
Creer en el amor, con el corazón, es sentir la fuerza de una mano intangible,
que nos trae, nos lleva y, a veces, nos alienta… otras nos prueba por el dolor
profundo.
Amar es escoger un
camino entre infinitas encrucijadas. La elección de uno es la renuncia de
todos y de cada uno de los demás, a través de una fe que es sustancia de
esperanza y tiene forma de sueño. Amar es escoger un camino y hacerlo… a partir
de la nada.
Sólo por la angustia de
amor el espíritu humano se torna digno de enseñorearse de sí mismo. La raíz del
mal está en la inercia de los espíritus que intentan bastarse a sí mismos… en la
pereza – que es el mayor de todos los pecados, porque hace que el hombre se contente con lo que tiene, dejando de querer ser lo que
es.
Amar es dar la propia
vida. Con los brazos abiertos. Con una actitud ante el mundo semejante a la del
mendigo que extiende su mano a la caridad del extraño que pasa… la soledad
profunda de quien siente que la tierra tiembla bajo el alma que le asegura los
pies.
Es la mayor de todas
las riquezas: Ser pobre por darse todo.
Amar a pesar de la
voluntad de ser feliz.
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