Por Gonçalo
Portocarrero de Almada
publicado em 3 Maio 2014 - 05:00
Para los católicos, el
mes de mayo es el mes de María. Para los cardíacos, mayo es el mes del corazón.
Para los diputados, este mes de mayo no va a ser de María, ni del corazón, sino de las “barrigas de
alquiler” o, mejor dicho, de la “maternidad de sustitución”.
La maternidad no se agota
en su concepción biológica y, por eso, la Iglesia reconoce que la Madre de Jesús
también lo es, en sentido espiritual, de todos los fieles. Las religiosas que
se entregan a los adolescentes, a los huérfanos y los pobres, así como las
mujeres que adoptan niños abandonados, ejercen una maternidad análoga. No
gestan, no son “barrigas”; pero aman, porque son “corazones”. No son “de
alquiler”, pero se dan, porque son verdaderas madres.
Es verdad que ser madre
no es ser “barriga” sino, sobre todo, “corazón”. Pero donde hay barriga, hay
corazón. Nadie nace de una “barriga”, sino de una persona que se envuelve física,
psíquica, afectiva y espiritualmente en la gestación de un nuevo ser. La donación
del útero en que se anida la nueva criatura es mucho más que un mero receptáculo,
porque el hijo recibe de la progenitora una parte importantísima de su
patrimonio genético y con ella guarda, desde la concepción, una relación filial
insustituible.
No reconocer la condición
de madre a la mujer que gestó a un hijo es una falsedad. No se puede negar a
nadie el derecho a tener por padres a los verdaderos progenitores. Una madre no
se alquila, ni alquila su cuerpo. Una mujer que lo haga ofende a su dignidad
femenina y a la del ser que concibe en sus entrañas.
Se puede tener por hijo
a quien no se ha engendrado, pero sólo es madre, en sentido pleno, quien
concibe en su cuerpo el ser que ama con su corazón.
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