José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. PAULUS. pág. 229
Ilustracion Carlos
Ribero
El mundo empieza a ser
pequeño para mucha gente que se cree el centro del universo, son cada vez más
aquellos para quien el prójimo no pasa de ser una figurante sin importancia
alguna en una opera en la son los únicos protagonistas.
Tiene siempre muchas
cosas materiales, pero nunca tiene paz.
Son incapaces de acoger
la novedad, de perfeccionarse, empapados de egoísmo hasta los ojos, tienen por
valores supremos la razón y la libertad.
Ni la razón ni la
libertad son males, entiéndase bien, pero cuando surgen como pilares únicos de
la existencia, potencian el riesgo de fallar completamente el objetivo.
Hay mucho mundo más allá
de aquello que la razón es capaz de asimilar o comprender. También el valor de
la libertad, que en sí misma no es buena, ni mala, depende siempre de la forma,
más o menos sabia, de ser usada. Pero la sabiduría de escoger bien es un don, a
ella no se llega a través de torres de libros, opiniones o razones, por más
altas que sean… como tampoco es por mucho agitar los brazos para levantar vuelo.
Los sentimientos se
articulan de forma no absolutamente lógica entre sí y con nosotros. La vocación
del hombre sólo se cumple cuando él se hace humilde, se vacía de las cosas y de
sus opiniones-razones, para permitir que la vida, en su generosidad, lo
edifique y le de consistencia, a partir de la esencia.
Creer es una forma de
unir el sentir al pensar, tal vez el puente por donde estas dos dimensiones se
encuentran y complementan. Sólo tiene fe quien sabe y siente que no es él mismo
el centro del mundo.
“La libertad, así como
la justicia que la debe orientar, tienen, a veces, los ojos vendados. Su valor
es por tanto relativo dado que un ciego no siempre es el mejor guía de otro… No
debemos hacer o ser todo cuanto podemos, aunque podamos hacer o ser todo cuanto
debemos. El deber se demora hasta que parece evidente a la razón, a veces nos vemos empujados actuar libremente
en obediencia a un designio mayor que nosotros. Un tremendo caos, pero sólo
aparente, ya que es de orden superior a nuestra capacidad para comprenderlo.”
Todos somos pequeños,
casi insignificantes. Aceptarnos unos a otros con esa condición es el primer
paso para conocernos y amarnos… para hacernos humanos unos a otros, a veces, incluso
felices. Verdaderamente.
Hoy se tiende a
aniquilar toda creencia. Como si no fuese admirable en sí mismo un hombre que
espera contra toda la razón. La fe es un objetivo recurrente para gente que, no
siendo feliz, intenta destruir la felicidad de todos cuantos, con fe, saben sin
saber y sienten sin sentir.
El amor implica la libre
sumisión de mí mismo a otro. Una dinámica sin garantía alguna de éxito, pero
que vaciando el yo de sí mismo, y de las cosas, abre espacio para el valor de
la alegría, y, por ella, a la felicidad.
En Navidad debíamos
todos celebrar la llegada del Hijo de Dios, que por amor a nosotros se hace
hombre, pero andamos muy ocupados de nosotros mismos y atestados de cosas… y es
así que, Él nos encuentra, con las puertas cerradas, cuando pretende darnos Su paz y nuestra
felicidad… somos libres y responsables de nuestra vida, para abrir y cerrar las
puertas de nuestro ser a lo que no comprendemos; de permitir que quien nos
quiere amar nos ame.
Olfateando el aire,
ignorando el mundo, podían al Menos abrir los ojos y darse cuenta de la
estrella que conduce a quien, humildemente, percibe que no es, por mayor que
sea, gran cosa solo.
Que en esta Navidad
sepamos escoger el reglo acertado para quien nos ama: vaciarnos de nosotros
mismos y abrir el corazón a su amor.
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