miércoles, 7 de mayo de 2014

Hombres llenos de sí mismos


José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79 Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. PAULUS. pág. 229

                                                         Ilustracion Carlos Ribero

El mundo empieza a ser pequeño para mucha gente que se cree el centro del universo, son cada vez más aquellos para quien el prójimo no pasa de ser una figurante sin importancia alguna en una opera en la son los únicos protagonistas.

Tiene siempre muchas cosas materiales, pero nunca tiene paz.

Son incapaces de acoger la novedad, de perfeccionarse, empapados de egoísmo hasta los ojos, tienen por valores supremos la razón y la libertad.

Ni la razón ni la libertad son males, entiéndase bien, pero cuando surgen como pilares únicos de la existencia, potencian el riesgo de fallar completamente el objetivo.

Hay mucho mundo más allá de aquello que la razón es capaz de asimilar o comprender. También el valor de la libertad, que en sí misma no es buena, ni mala, depende siempre de la forma, más o menos sabia, de ser usada. Pero la sabiduría de escoger bien es un don, a ella no se llega a través de torres de libros, opiniones o razones, por más altas que sean… como tampoco es por mucho agitar los brazos para levantar vuelo.

Los sentimientos se articulan de forma no absolutamente lógica entre sí y con nosotros. La vocación del hombre sólo se cumple cuando él se hace humilde, se vacía de las cosas y de sus opiniones-razones, para permitir que la vida, en su generosidad, lo edifique y le de consistencia, a partir de la esencia.

Creer es una forma de unir el sentir al pensar, tal vez el puente por donde estas dos dimensiones se encuentran y complementan. Sólo tiene fe quien sabe y siente que no es él mismo el centro del mundo.

“La libertad, así como la justicia que la debe orientar, tienen, a veces, los ojos vendados. Su valor es por tanto relativo dado que un ciego no siempre es el mejor guía de otro… No debemos hacer o ser todo cuanto podemos, aunque podamos hacer o ser todo cuanto debemos. El deber se demora hasta que parece evidente a la razón,  a veces nos vemos empujados actuar libremente en obediencia a un designio mayor que nosotros. Un tremendo caos, pero sólo aparente, ya que es de orden superior a nuestra capacidad para comprenderlo.”

 Todos somos pequeños, casi insignificantes. Aceptarnos unos a otros con esa condición es el primer paso para conocernos y amarnos… para hacernos humanos unos a otros, a veces, incluso felices. Verdaderamente.

Hoy se tiende a aniquilar toda creencia. Como si no fuese admirable en sí mismo un hombre que espera contra toda la razón. La fe es un objetivo recurrente para gente que, no siendo feliz, intenta destruir la felicidad de todos cuantos, con fe, saben sin saber y sienten sin sentir.

El amor implica la libre sumisión de mí mismo a otro. Una dinámica sin garantía alguna de éxito, pero que vaciando el yo de sí mismo, y de las cosas, abre espacio para el valor de la alegría, y, por ella, a la felicidad.

En Navidad debíamos todos celebrar la llegada del Hijo de Dios, que por amor a nosotros se hace hombre, pero andamos muy ocupados de nosotros mismos y atestados de cosas… y es así que, Él nos encuentra, con las puertas cerradas,  cuando pretende darnos Su paz y nuestra felicidad… somos libres y responsables de nuestra vida, para abrir y cerrar las puertas de nuestro ser a lo que no comprendemos; de permitir que quien nos quiere amar nos ame.

Olfateando el aire, ignorando el mundo, podían al Menos abrir los ojos y darse cuenta de la estrella que conduce a quien, humildemente, percibe que no es, por mayor que sea, gran cosa solo.

Que en esta Navidad sepamos escoger el reglo acertado para quien nos ama: vaciarnos de nosotros mismos y abrir el corazón a su amor.


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