sábado, 31 de mayo de 2014

El rostro de Europa

imagem: Lima de Freitas

“A Europa jaz, posta nos cotovelos” – escribía Fernando Pessoa, en el primer poema de Mensagem, dando así inicio a la descripción heráldica del primer cuartel,  “el de los castillos”, en “los campos” del “escudo” nacional.

No será por casualidad que, en la primera referencia a la identidad cultural de Europa, se aluda a su pasado helénico: “ojos griegos, recordando”. Europa no es una evidencia geográfica, ni histórica y, por tanto, sólo un elemento de carácter cultural la podría individualizar y diferenciar de los restantes continentes.

Si el pensamiento especulativo fue la grandeza de Gracia y el primer elemento de la matriz civilizadora europea, Europa no se habría realizado sin la organización política de Roma. El imperio romano dotó a Europa de un sistema político y jurídico que, aún reconociendo las singularidades de sus diferentes naciones, le dio unidad.

Si el cuerpo de Europa es la tierra en que se asienta y los pueblos que la habitan, su espíritu fue, más allá de la cultura grecolatina, la religión cristiana. El cristianismo, durante más de dos milenios, dio alma a Europa, uniendo a sus gentes en los ideales cristianos, que tuvieron después expresión en la declaración de los derechos humanos. También los principios de la revolución francesa, aunque laica, tienen una raíz cristiana, porque la libertad y la igualdad son consecuencia de la fraternidad universal de los hijos de Dios.

El cristianismo fue también un factor de expansión. Los descubrimientos dieron forma a ese ansia universal, más espiritual que mercantil, porque más alto que los intereses comerciales de especies o de posesiones ultramarinas, se yergue siempre la cruz.

En el concierto de las naciones europeas, cabe a Portugal la misión de recordar al continente su vocación universal. Porque el rostro con que Europa mira al mundo, “con mirar de esfinge y fatal”, es Portugal.


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