José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus (pág. 109)
El hombre concreto
deberá ser el centro, el sujeto y el objeto, de toda verdadera filosofía. Sólo
así la búsqueda de sentido tendrá algún provecho no lúdico.
Mucho se ha escrito ya
sobre la primacía racional del hombre sobre las demás especies animales, pero
tal vez, admitan un subrayado, que quizá lo que más nos diferencie sea el
sentimiento y no la razón. Amar es una dinámica a la que ningún otro animal
siquiera aspira.
Son cada vez más
desgraciadamente los llamados intelectuales que se revelan verdaderamente torpes
de sentimientos. Estúpidos de sí. Creen que se debe pensar con el cerebro y alejan la posibilidad de entenderse a sí
mismos y al mundo de una forma completa y profunda. Es preciso pensar también
con el cuerpo, con los huesos, con la vida que nos empuja y con el corazón que
nos hace correr.
Pasamos buena parte del
tiempo en construir con nuestras ideas estructuras inteligentes, pero que se
fundan en irracionalidades que, a toda
costa, intentamos sustituir por algo que creemos más fuerte. A pesar todavía de
que, en paz y lejos de libros y cuadernos, sabemos bien que no estamos hechos
de lógicas.
Son muchos lo que temen
descubrir la linealidad que les parece existir en la base de cada hombre. Son
capaces de dedicar una vida a eso, sin amar y, por tanto, sin vivir; buscando conocer las cantidades y
la geometría de la existencia, sin darse cuenta de que respiran y de que, a
cada respiración, se llenan de mundo y le entregan algo de lo suyo, en un
intercambio generoso y mágico… Vivimos una vida que es única, en la que cada
instante es irrepetible, por lo que perder un simple minuto es… desperdiciar
una vida.
Todas y cada una de las
cosas de este mundo se esfuerzan por perseverar en su ser. La vida quiere
vivir. Siempre. Aunque muchas veces la inteligencia de unos cuantos se obstine en
intoxicarles la existencia.
Lo singular no es
particular, es universal. Cada hombre no es un pedazo de nada, ni siquiera se
divide en partes; cada uno de nosotros es un todo, único, indivisible y
completo.
Cada hombre es un
universo que se extingue cuando las estrellas, planetas y vacíos que le dan
forma, luz y sustancia, desaparecen de este espacio-tiempo. Pero la muerte es
un agujero negro, que nos lleva de aquí… para casa.
El hombre concreto no
quiere morir, pero muere. Esta existencia aquí es finita y, tal vez por eso
mismo, aún más valiosa. Hay, mientras tanto, más mundos. Más vida. Bien puede
ser que este mundo sea parte de un todo mayor, tal vez una aventura por la que
se pasa antes de retornar a nuestra tierra. ¡Una especie de puerta extraña que
se atraviesa para llegar al lugar de donde se había salido!
No se consigue huir de
la muerte. Pero son muchos los que no perciben que la vida es el mayor de todos
los dones, ¡ y por eso huyen de ella! Incapaces de comprender que por mayor que
sea la riqueza de un hombre, lo más importante no se puede comprar – sólo se
puede percibir, generosa y gratuitamente, por quien nos ama. Sin que se aplique,
siquiera, la lógica de la esperada reciprocidad…
Pensar en la muerte
ayuda a comprender lo que somos. Su proximidad debía hacernos sentir más vivos.
Cargamos con nuestra muerte por la vida. Cargamos con la fe de saber que la
muerte no nos destruye, sólo nos lleva de aquí…
Valdrá la pena pensar,
y amar, con el cuidado absoluto de dejar de lado todo cuanto no es sino mera
superficialidad. Lo que queda, muy poco, abrácese.
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