martes, 1 de abril de 2014

La intuición pura, camino para la esencia de dos mundos.


José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79 Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus


La intuición tiene varios significados que, en verdad, son sólo aproximaciones que se completan para formar una unidad pura e íntegra.

El primer sentido de la intuición, común aceptado, se refiere a la entrada inmediata en el entendimiento de cualquier realidad, sin que tenga que pasar por una explicación o una demostración. Se accede al saber de forma directa. Es, pues, necesariamente pura, en la medida en que no está contaminada por nada que sea extraño al núcleo esencial. Intuir es ver dentro. Una agudeza que penetra hasta la esencia. Así se descubren las similitudes y las diferencias en los mundos, las casualidades súbitas… así se llega al yo y a Dios.

Un segundo sentido es el de una receptividad pura, la intuición es una perfección de la sensibilidad. Quien es intuitivo es extremadamente impresionable. Es puro, en la medida en que está completamente receptivo y atento a lo que se le presenta. Sintiendo y admirando cada detalle.

Por último, la intuición es también la facultad creativa, el don de la creación. Quien intuye es capaz de ver más allá, de anticipar y de ser agente del cambio que prevé. Los creadores llegan al futuro antes que los demás y, más aún, asumen que estas transformaciones dependen de su voluntad, determinación y trabajo, como una necesidad de ser. La intuición es la iluminación íntima a la que muchos llaman inspiración.

El mundo depende mucho de estos que son capaces de ver más allá de las apariencias, de los que están atentos a los detalles y sienten lo que sólo es un murmullo, de los que son protagonistas de cambios que permiten que  el mundo  renueve las  bellezas  su paso. También es verdad que, en el extremo opuesto, muchos males vienen al mundo  por intuiciones de gente que sueña  lo que en verdad son pesadillas. La intuición es crítica, en la medida exacta de que hace posible lo imposible… para el bien y, desgraciadamente, también para el mal.

El amor no se deduce. Por todo aquello que fuera capaz de ver en el interior del otro; por las inmensas alegrías que es dado experimentar a quien consigue sentir cada detalle, por todo cuanto, de forma fecunda, hace soñar y acontecer… no hay amor sin intuición.

Hay quien es capaz de estropear un simple beso porque se pone a pensar en lo que va a hacer.

La verdadera alegría es un pedazo de vida pura, una migaja de felicidad que subyace a este mundo, una forma simple de amar la vida.
La mano que se abre procura sentir, cuando toca no debe cerrarse, aunque apetezca coger lo que agrada… sólo una mano extendida puede recibir del mundo lo mejor que existe, al final sólo una mano abierta se puede transformar en caricia.

La intuición es la que enseña a sentir la mano que existe en el viento.

Por la intuición se torna posible elevarnos por encima de los tiempos y de los espacios, abandonar las banalidades del mundo y ser, para nosotros mismos, el mundo en que vivimos, amamos y somos felices… al final, la alegría profunda del amor es la señal de que ella vale la pena, cualquier pena… por mayor y más dolorosa que sea.

La intuición escasea y se practica poco. Las sociedades recientes han sido construidas en una lógica de pruebas, evidencias y certezas. Pero la verdad no se deja atrapar  a trozos. Menos aún se deja apresar por quien se cree por encima de ella. Es urgente educar, por ejemplo, a los más jóvenes para que sepan que es posible ser responsable y loco, ser profundamente libre y feliz, a pesar de todas las pobrezas y tristezas…

Toda la vida humana se asemeja a alguien que está sentado en la calle, con la esperanza de que el amor le llegue como una limosna… que, al fin, algún día, alguien abra una puerta y diga: levántate y entra.

Una búsqueda es una espera desde el  principio hasta el fin.


Es un simple intercambio de miradas hasta que se llega a saber todo.

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