José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus
La intuición tiene
varios significados que, en verdad, son sólo aproximaciones que se completan
para formar una unidad pura e íntegra.
El primer sentido de la
intuición, común aceptado, se refiere a la entrada inmediata en el
entendimiento de cualquier realidad, sin que tenga que pasar por una
explicación o una demostración. Se accede al saber de forma directa. Es, pues,
necesariamente pura, en la medida en que no está contaminada por nada que sea
extraño al núcleo esencial. Intuir es ver dentro. Una agudeza que penetra hasta
la esencia. Así se descubren las similitudes y las diferencias en los mundos,
las casualidades súbitas… así se llega al yo y a Dios.
Un segundo sentido es
el de una receptividad pura, la intuición es una perfección de la sensibilidad.
Quien es intuitivo es extremadamente impresionable. Es puro, en la medida en
que está completamente receptivo y atento a lo que se le presenta. Sintiendo y
admirando cada detalle.
Por último, la
intuición es también la facultad creativa, el don de la creación. Quien intuye
es capaz de ver más allá, de anticipar y de ser agente del cambio que prevé.
Los creadores llegan al futuro antes que los demás y, más aún, asumen que estas
transformaciones dependen de su voluntad, determinación y trabajo, como una
necesidad de ser. La intuición es la iluminación íntima a la que muchos llaman
inspiración.
El mundo depende mucho
de estos que son capaces de ver más allá de las apariencias, de los que están
atentos a los detalles y sienten lo que sólo es un murmullo, de los que son
protagonistas de cambios que permiten que
el mundo renueve las bellezas
su paso. También es verdad que, en el extremo opuesto, muchos males
vienen al mundo por intuiciones de gente
que sueña lo que en verdad son
pesadillas. La intuición es crítica, en la medida exacta de que hace posible lo
imposible… para el bien y, desgraciadamente, también para el mal.
El amor no se deduce.
Por todo aquello que fuera capaz de ver en el interior del otro; por las
inmensas alegrías que es dado experimentar a quien consigue sentir cada
detalle, por todo cuanto, de forma fecunda, hace soñar y acontecer… no hay amor
sin intuición.
Hay quien es capaz de
estropear un simple beso porque se pone a pensar en lo que va a hacer.
La verdadera alegría es
un pedazo de vida pura, una migaja de felicidad que subyace a este mundo, una
forma simple de amar la vida.
La mano que se abre
procura sentir, cuando toca no debe cerrarse, aunque apetezca coger lo que
agrada… sólo una mano extendida puede recibir del mundo lo mejor que existe, al
final sólo una mano abierta se puede transformar en caricia.
La intuición es la que
enseña a sentir la mano que existe en el viento.
Por la intuición se
torna posible elevarnos por encima de los tiempos y de los espacios, abandonar
las banalidades del mundo y ser, para nosotros mismos, el mundo en que vivimos,
amamos y somos felices… al final, la alegría profunda del amor es la señal de
que ella vale la pena, cualquier pena… por mayor y más dolorosa que sea.
La intuición escasea y
se practica poco. Las sociedades recientes han sido construidas en una lógica
de pruebas, evidencias y certezas. Pero la verdad no se deja atrapar a trozos. Menos aún se deja apresar por quien
se cree por encima de ella. Es urgente educar, por ejemplo, a los más jóvenes
para que sepan que es posible ser responsable y loco, ser profundamente libre y
feliz, a pesar de todas las pobrezas y tristezas…
Toda la vida humana se
asemeja a alguien que está sentado en la calle, con la esperanza de que el amor
le llegue como una limosna… que, al fin, algún día, alguien abra una puerta y
diga: levántate y entra.
Una búsqueda es una
espera desde el principio hasta el fin.
Es un simple
intercambio de miradas hasta que se llega a saber todo.
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