jueves, 10 de abril de 2014

Hombres de sueños


José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79 Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus



Un hombre no tiene el valor de sus relaciones. Cada relación humana depende, por lo menos, de dos personas, por lo cual es en el encuentro de dos voluntades donde  resulta algo que casi nunca es la suma de dos partes, unas veces porque lo excede en mucho, otras, la abrumadora mayoría,  porque la relación consigue algo extraño: aniquilar el valor de las partes, al punto de experimentar muchas veces la inversión de sus sentidos. Porque son muchos los que consideran que es al otro al que le toca luchar por los sueños que no son los suyos… Quiero que el otro luche por mis sueños… y exigen eso, sin preocuparse de saber cuales serían los sueños de esa persona y desean, tan poco, luchar por su realización…

Las relaciones humanas se basan muchas veces en palabras; ahora, bien al contrario de lo que normalmente se piensa, las palabras no sirven para que las personas se entiendan, siendo muchas veces la raíz y el tronco de la mayor parte de los grandes equívocos, discusiones y relaciones fallidas. Porque las palabras son pobres, son piedras que pretenden representar estados y dinámicas extremadamente vivas, y un mar no se conoce por fotografías.

Un hombre no tiene el valor por sus palabras. Aquello que decimos debe ser siempre juzgado separadamente de la razón por la cual lo decimos. Al final, son más las veces en que las palabras nos ponen en relación a lo que nosotros mismos deseamos, que las situaciones  en que nos deslumbran, revelándonos a nosotros mismos de forma inspirada. Los sueños no se escriben, se concretan.

Fernando Pessoa escribió que el hombre es del tamaño de su sueño, pero el sueño de cada hombre es un conjunto de objetivos, tan variados como lo son sus papeles en el mundo. Y el sueño de que Pessoa hablaba no era de aquellos que se dejan en el dormitorio-ardiente debajo de la almohada cada mañana. Estos seres humanos pierden más tiempo en justificar la pereza que los hace pequeños que en luchar efectivamente por hacer posible lo imposible. Como si por dormir más esperasen que el sueño se hiciese pesadilla y, así ya, valiese más la pena salir del sueño y volver a su vida.

Hay hombres que esperan que el mundo los arranque de la mediocridad. Como si por milagro, lo peor fuese capaz de ser  mejor. Es necesario encontrar el valor  que hay en el fondo de cada uno de nosotros, mucho más allá de los miedos, mucho más acá de los sueños. La monotonía de la rutina aniquila cualquier sueño y cualquier resto de esperanza de felicidad. Quedarse a la espera del mundo es, en verdad, caminar con pasos largos para la concretización de lo peor de las pesadillas: sobrevivir sin vivir, pasar por aquí sin existir verdaderamente.

Ser feliz pasa por lo incómodo, por procurar lo incomodo. Quien se entrega a sí mismo a la comodidad de una cama, o a la esperanza de un descanso… merece estar en un hospital, echado en cualquier enfermería mientras mucha gente lo cuida y mantiene vivo y a sonreír. Pensando siempre que… podía ser peor.

Vivir es salir de la cama, no lo contrario. Es más fácil perpetuar un estado de lamento que percibir que la vida, a pesar de comportar muchas tristezas, debe ser vivida hacia delante, igualmente cuando implica pasar de la bonanza a la tempestad. Al final los puertos remotos se alcanzan, pero por quien no teme las tormentas.


Soy del tamaño de mi sueño y… me levanto, honrándolo. Porque quiero ser de su tamaño. Infinito.

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