José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus
Un hombre no tiene el
valor de sus relaciones. Cada relación humana depende, por lo menos, de dos
personas, por lo cual es en el encuentro de dos voluntades donde resulta algo que casi nunca es la suma de dos
partes, unas veces porque lo excede en mucho, otras, la abrumadora
mayoría, porque la relación consigue
algo extraño: aniquilar el valor de las partes, al punto de experimentar muchas
veces la inversión de sus sentidos. Porque son muchos los que consideran que es
al otro al que le toca luchar por los sueños que no son los suyos… Quiero que
el otro luche por mis sueños… y exigen eso, sin preocuparse de saber cuales
serían los sueños de esa persona y desean, tan poco, luchar por su realización…
Las relaciones humanas
se basan muchas veces en palabras; ahora, bien al contrario de lo que
normalmente se piensa, las palabras no sirven para que las personas se
entiendan, siendo muchas veces la raíz y el tronco de la mayor parte de los
grandes equívocos, discusiones y relaciones fallidas. Porque las palabras son
pobres, son piedras que pretenden representar estados y dinámicas
extremadamente vivas, y un mar no se conoce por fotografías.
Un hombre no tiene el
valor por sus palabras. Aquello que decimos debe ser siempre juzgado
separadamente de la razón por la cual lo decimos. Al final, son más las veces
en que las palabras nos ponen en relación a lo que nosotros mismos deseamos,
que las situaciones en que nos
deslumbran, revelándonos a nosotros mismos de forma inspirada. Los sueños no se
escriben, se concretan.
Fernando Pessoa escribió
que el hombre es del tamaño de su sueño, pero el sueño de cada hombre es un
conjunto de objetivos, tan variados como lo son sus papeles en el mundo. Y el
sueño de que Pessoa hablaba no era de aquellos que se dejan en el dormitorio-ardiente
debajo de la almohada cada mañana. Estos seres humanos pierden más tiempo en
justificar la pereza que los hace pequeños que en luchar efectivamente por
hacer posible lo imposible. Como si por dormir más esperasen que el sueño se
hiciese pesadilla y, así ya, valiese más la pena salir del sueño y volver a su
vida.
Hay hombres que esperan
que el mundo los arranque de la mediocridad. Como si por milagro, lo peor fuese
capaz de ser mejor. Es necesario
encontrar el valor que hay en el fondo
de cada uno de nosotros, mucho más allá de los miedos, mucho más acá de los
sueños. La monotonía de la rutina aniquila cualquier sueño y cualquier resto de
esperanza de felicidad. Quedarse a la espera del mundo es, en verdad, caminar
con pasos largos para la concretización de lo peor de las pesadillas:
sobrevivir sin vivir, pasar por aquí sin existir verdaderamente.
Ser feliz pasa por lo
incómodo, por procurar lo incomodo. Quien se entrega a sí mismo a la comodidad
de una cama, o a la esperanza de un descanso… merece estar en un hospital, echado
en cualquier enfermería mientras mucha gente lo cuida y mantiene vivo y a sonreír.
Pensando siempre que… podía ser peor.
Vivir es salir de la
cama, no lo contrario. Es más fácil perpetuar un estado de lamento que percibir
que la vida, a pesar de comportar muchas tristezas, debe ser vivida hacia
delante, igualmente cuando implica pasar de la bonanza a la tempestad. Al final
los puertos remotos se alcanzan, pero por quien no teme las tormentas.
Soy del tamaño de mi
sueño y… me levanto, honrándolo. Porque quiero ser de su tamaño. Infinito.
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