José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus (pág. 131)
Lo que cada hombre es
depende tanto de su pasado como de su futuro. El presente resulta de una
tensión entre aquello que ya se fue y aquello que se ha de ser. La identidad
humana emerge por tanto del encuentro, o
desencuentro, entre los recuerdos de las cosas pasadas y de los sueños futuros.
Cada hombre viaja, a la
velocidad de la luz, entre el pasado y el futuro. Sólo el momento actual es concreto.
Los recuerdos tienen al final la misma consistencia que los sueños.
La fórmula que explica
los porqués y los para qués de nuestra alma no prevé una contabilidad directa
de los factores, o sea, nuestra identidad no está establecida sólo en base a los
hechos pasados ni aquellos por los cuales se lucha y espera, sino cada uno de
estos momentos tienen el grado de importancia que el sujeto les conceda. Puede
así un hecho (aparentemente) insignificante en la vida de alguien tener una
importancia mayor si él mismo se lo diese. Lo mismo ocurre con los sueños, que
a pesar de que pudieran tener una bondad y una estructura admirables, tendrán
muy poco peso en su identidad, si él mismo no creyese efectivamente en ellos.
Mucha gente sueña sólo como una forma de pasar el tiempo… su presente es sólo
un pasado dilatado.
Cada hombre debe
conocer su punto de partida y esforzarse por conocer con rigor el recorrido que
hizo hasta el momento en que se encuentra. Solamente así sabrá donde está, y lo
que hizo para llegar hasta ahí. Conscientemente, deberá soñar siempre, para
que, cada momento, escoja un futuro
entre los infinitos posibles.
¿Puede el hombre
cambiar su pasado? Sí. No los hechos en sí, sino la importancia que es
atribuía. Toda la armonía y equilibrios internos serán diferentes.
¿Puede el hombre
cambiar u futuro? No. El futuro de cada hombre no está establecido, es algo que
debe ser construido, no es sujeto de alteraciones a la partida. El hombre está
condenado a ser profundamente libre.
Viajamos en dirección a
la muerte. Pero no la muerte absoluta. Los sueños son actos de generosidad por
los cuales cada hombre se sobrepasa a sí mismo y coloca fuera de sí lo que es.
Acto de amor, por los cuales la intimidad se comparten y el futuro se hace
presente, el sueño es algo ante lo cual la muerte nada puede.
A nadie le es dado
vivir en el pasado ni en el futuro. Se vive en el intervalo entre los dos,
donde el pasado se desvanece al ritmo en que el futuro gana consistencia.
No se envejece por
soñar demasiado, ni tampoco por acumular pasado. Sólo se queda viejo quien se
olvida de que una vida nunca dura demasiado. Nunca.
Somos viajeros,
siempre. Estamos aquí de paso. El sentido de lo que aquí vemos, hacemos y
soñamos puede no estar al alcance de nuestra comprensión. Después de todo, ¿por
qué razón habríamos de ser capaces de entender todo? Ser feliz tal vez no sea
un premio guardado para colmatar tribulaciones, sino antes y tan sólo una forma
de vivir. Una forma de viajar entre el pasado y el futuro.
Lo que el lector era,
antes de haber comenzado a leer esta hoja de papel, mientras pasó… la propia
luz que lo ilumina ya es otra… de aquí a poco tendrá oportunidad de concretar
un sueño. Uno cualquiera. Debe creer en él hasta el punto de hacer sin temor y
temblor lo que fuere preciso para hacerlo realidad. Puede no ser cierto nada,
pero será, aún así, bien diferente de lo que es escoger hacer nada.
Cualquier sentido no
hace que estemos a la espera de nosotros mismos. Los sueños son actos de amor,
formas concretas de afirmarnos en la existencia… por medio de la libertad que
nos hace responsables por darnos a la felicidad.
Amar es recibir el
regalo de un sueño.
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