José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus (pág. 145)
De entre las virtudes
de la vida cotidiana, una de las que va siendo cada vez más difícil de
encontrar es la autenticidad. Se trata de la capacidad de una persona de ser
quien es; una rectitud en el sentir, pensar y actuar sin estar condicionada por
cualquier otro factor que no sea por la esencia de la persona en cuestión. Desgraciadamente,
hoy son cada vez más las personas que consideran tener derecho a mentir. Una
especie de miedo de sí mismas que las lleva a ser lo que no son, tratando de
ser quienes no son, en una mentira de la cual son las primeras víctimas…
Este mal se enraíza en
la idea equivocada de que se es pobre. Pero la verdadera riqueza no consiste en
ser una multitud de personas, sino en ser señor de la única que se es y
respetarla. La verdad es casi siempre dura. Aceptarla es el mejor de los
primeros pasos de un camino para conseguir cambiar. La autenticidad reconoce la
humildad y, por eso mismo, acepta la verdad. Parte de ahí y sigue adelante, en
una lógica de continuidad y mudanza sustentadas. Sin artificios, mentiras o
escapes. Es cierto que se espera que cada uno de nosotros se adapte a cada
situación, pero eso es bien diferente de estar disponible para recomenzar
siempre todo de cero, sin historia ni lógica.
En el mundo de hoy, hay
quien defiende que se puede actuar de forma incorrecta si de este modo se
consigue corregir las injusticias de que se es víctima. Se defiende alegando que
se trata de una mera cuestión de supervivencia… llaman cualidad a esta capacidad
de adaptarse dócilmente a cualquier circunstancia, pero que incapacita a
cualquier hombre de mantenerse erguido, aún teniendo los pies en la llama,
conseguir enderezarse, levantándose, elevando la cabeza hasta bien cerca de las
nubes. Respetándose.
Todo aquel que mira el
mundo y a los otros con mala fe es falso. Se excluye de todo tipo de
responsabilidad. Tiene listas enormes de culpables que certifican coartadas
para cada uno de los más pequeños
errores posibles y realmente
relacionados consigo mismo. Las personas auténticas son raras, las sociedades
en cuanto entidad tiende a aniquilar las
diferencias, principalmente las que ponen al desnudo los aspectos más nauseabundos
de la mayoría. La rectitud de unos revela de forma inequívoca la
indigencia moral de los otros. Los auténticos
se reconocen , pero son pocos. Muy pocos. La autenticidad es elogiada por todos
pero se encuentra casi siempre a morir
de frío… sin un abrazo siquiera.
Ser recto es ser auténtico.
Es respetar su esencia, asumiéndola de forma simple, en su mayor pureza. Conducir
la vida de acuerdo con los sueños, luchando a cada paso con lodo que se pega a
sus pies. Caer y levantarse, caer y levantarse, caer y levantarse… esta
determinación simple no es una pobreza. Absolutamente lo contrario. La pureza
es siempre simple. Debemos pues reconocer que cada uno de nosotros es alguien
que se determina a sí mismo; que no podemos
nunca dejar de tomar decisiones, no podemos escoger no escoger y, porque
cada gesto nuestro es resultado de una elección íntima, somos siempre
responsables de nuestros gestos. Lo mismo cuando se decide no hacer nada, será
también algo por lo que seremos llamados a responder… por nuestra conciencia,
si aún conseguimos escucharla. Desgraciadamente, hay muchos que parece que ya
han conseguido desactivar este mecanismo inteligente que detesta las
diferencias entre lo que es y lo que debía ser y nos avisa… nos obstinamos en
mantener una línea donde somos más quien somos, y mucho mejores… Viviendo
siempre de acuerdo con nuestra identidad y los sueños que implica.
En cualquier caso, aún
el más pobre de los hombres no está exento del deber de ser recto. Al final,
quien no es recto, aunque tenga de todo en abundancia, es un verdadero
miserable.
Nada es. Auténticamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario