viernes, 18 de abril de 2014

El infierno es la soledad


Por José Luís Nunes Martins
publicada on 11 Jan 2014 - 05:00


Nunca quiso ser una carga para quien le podía dar la mano, destrozar la vida a quien podía, quizá apartado de los ojos del mundo, lucharía mejor contra la angustia.

Érase una vez un hombre que a cierta altura de su vida se sintió solo. Sin comprenderlo, se sintió en un lugar remoto, donde no hay camino, donde no hay nadie… ni va a llegar…
           
Al principio tomó esta angustia como algo pasajero, que desaparecería de la misma forma que había aparecido, pero, después, sintió que la desesperación se estaba instalando  tenaz y definitivamente, que se alimentaba de las raíces de aquello que había de bueno en él… y que, si no se hiciera algo, en breve no quedaría nada de lo que era.        

…hasta que llegó a un punto en el cual cada noche se enfrentaba al abandono absoluto. Tendido en la cama, sentía el cuerpo carente de calor… pero nada… temía y temblaba… y de este modo, con el espíritu casi agotado, se entregaba al sueño.

Cada recuerdo era un despertar a la pesadilla… un nacer crudo y cruel en un mundo hecho de brumas y cenizas… como si una especie de injusticia bruta lo obligase a subirse sobre unos carriles que le predestinaban  tiempos, lugares y gestos… y se repetían hasta la náusea. El cuerpo pronto nos traiciona. Es el primero que cede a los ataques del enemigo.

En cuanto el sol se ponía y confirmaba que había pasado un día sin que tuviese ninguna esperanza de llegar a puerto… se entristecía más. Cada noche le esperaba más hambre y más frío…

Lo peor de todo era no conseguir entender la razón de tanto absurdo. La desproporción de tanto dolor.

Llegó a pensar en  la propia fe como una maldición, algo que le sujetaba el espíritu a un estado de coma… y lo mantenía en el sufrimiento. Una esperanza que sólo sirve para hacer sufrir a quien se engaña…

Se sentía solo. Necesitaba a alguien… pero nunca quiso ser una carga para quien le podía dar la mano, destrozar la vida a quien podía; quizá apartado de los ojos del mundo, estaría en mejor situación para luchar contra la angustia.

Se sentía mitad de cualquier cosa… del amor sólo tenía la añoranza… lo cual ponía al descubierto su tremenda carencia… en que se volvía a encontrar… un agujero negro…

Una noche muy fría comprendió que, más que vivir con los otros, el infierno es un desierto infinito donde no hay nada, donde todos los miedos se resumen  en uno: quedarse para siempre solo.

En cambio, quien tiene por que llorar, vive con sentido. A pesar de todo el sufrimiento. Había que entablar una lucha por la voluntad de pensar en el bien, una guerra íntima, allí donde cada hombre a penas se tiene a sí mismo… la grandeza de cada uno se puede apreciar también por la profundidad y paciencia con que lucha contra el mal.

Los dolores más profundos resultan, no de los golpes hechos de repente, sino de los que, en una interminable persistencia, se clavan de forma lenta y decidida en la carne, una tortura silenciosa, un trabajo persistente. Del mal al bien y del bien al mal…

Se llamaba Joao.

Cuando le llegó la muerte, se presento a ella con el mismo miedo con que todas las noches se enfrentaba a la nada… tal vez con más frío que nunca…

Una cálida mañana, tranquila y familiar, recordó…sonrió, sin comprender…
           

Nunca más iba a quedarse solo.


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