José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus (pág. 119)
Desgraciadamente
nuestras ideas no resultan del análisis racional y objetivo, en base a una
atención constante de todos los factores en cuestión. En la abrumadora mayoría
de los casos, nuestras posiciones personales son fruto de una atención
constante a toda la información que confirme aquello que creemos, ignorando
siempre, de forma muy sistemática y eficaz, cualquier realidad o idea
inteligente que se oponga a nuestras opiniones previas.
A lo largo de los años, y buscando solamente
confirmaciones de tales opiniones, quedase de tal forma convencido de la
solidez de las tesis iniciales que nada, más o menos nada, puede hacer siquiera
dudar de esas visiones del mundo tan
firmes como falsas.
Esta es la razón por la
cual las personas comunes tanto gustan de oír lo que ya saben, y por el mismo
tipo de razón, se sienten tan incómodas ante lo nuevo. Al final, la novedad no
es, por definición, aquello que se espera, casi nunca se encuadra dentro de las
estructuras existentes, siendo necesarias alteraciones de fondo para
integrarlas debidamente. Las personas prefieren más de lo mismo, lo viejo, lo
que ya está establecido; y a apenas admiten suaves variaciones de la misma
matriz. Lo que desafía la inteligencia, y puede permitir avances significativos
en nuestra capacidad de comprender el mundo, exige una humildad y agilidad poco
apreciadas por quienes tiene prejuicios con las ideas.
Un corolario en esta
línea tan generalizada de pensamiento es la construcción de la imagen que cada
individuo tiene de sí mismo. En la mayor parte de las veces, una radical
disonancia entre el pensamiento y la realidad.
Las evaluaciones que
hacemos al respecto de nosotros mismos no están basadas en un análisis correcto
de nuestros éxitos y fracasos a lo largo de nuestra historia individual.
Tendemos a disculparnos por los fracasos y a sobrevalorar las conquistas (por
más insignificantes que sean). De este filtro vicioso se deduce inevitablemente
una imagen de alguien mucho más inteligente, capaz y virtuoso que nosotros.
De aquí resulta que ni
siquiera nos ayudamos a nosotros mismos, en la medida en que somos tantas veces
ignorantes de nuestra real identidad.
El pensamiento
cotidiano tiende a olvidar de inmediato lo que no es un buen suceso y a colocar
inmediatamente de lado lo que no sale de forma perfecta. Pero para alcanzar la
perfección es preciso apostar por la capacidad de corregir lo que sale mal, analizar
al detalle cada paso en falso de los fracasos, estudiándolo, corrigiéndolo y
aprendiendo de él. Así, fracasos, cuanto mayores, mejor.
Los aciertos animan y
los fracasos deberían tener el mismo efecto, incluso más, porque en ellos se
encuentra la materia prima más valiosa para la creación de futuros éxitos.
Espíritus más elevados, igualmente ante un éxito, prestan atención redoblada a
lo que hubo de menos positivo, a fin de aprovechar cada oportunidad para
perfeccionarse.
La pereza de
pensamiento prefiere olvidar y comenzar de nuevo, considerando cualquier
fracaso ocurrido como algo de lo cual debemos distanciarnos cuanto antes.
Los fracasos de quien
osa desafiarse a sí mismo son éxitos, porque la simple tentativa es un éxito
por sí mismo… será necesario algún ingenio para descubrir en el fracaso las
semillas de posibles éxitos – de los que no tienen pereza de pensar, claro.
La mayor parte de las
personas no fracasan, porque prefieren desistir.
La grandeza de la
felicidad es ciertamente el premio para quien no se conforma con los pequeños
éxitos, ni se acomodó al suelo o sofá
después de sus grandes fracasos; y se levantó, a pesar de los miedos, para
seguir adelante. Rumbo a lo mejor de sí.
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