lunes, 7 de abril de 2014

Los fracasos en cuanto factores de éxito


José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79 Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus (pág. 119)

Desgraciadamente nuestras ideas no resultan del análisis racional y objetivo, en base a una atención constante de todos los factores en cuestión. En la abrumadora mayoría de los casos, nuestras posiciones personales son fruto de una atención constante a toda la información que confirme aquello que creemos, ignorando siempre, de forma muy sistemática y eficaz, cualquier realidad o idea inteligente que se oponga a nuestras opiniones previas.

 A lo largo de los años, y buscando solamente confirmaciones de tales opiniones, quedase de tal forma convencido de la solidez de las tesis iniciales que nada, más o menos nada, puede hacer siquiera dudar  de esas visiones del mundo tan firmes como falsas.

Esta es la razón por la cual las personas comunes tanto gustan de oír lo que ya saben, y por el mismo tipo de razón, se sienten tan incómodas ante lo nuevo. Al final, la novedad no es, por definición, aquello que se espera, casi nunca se encuadra dentro de las estructuras existentes, siendo necesarias alteraciones de fondo para integrarlas debidamente. Las personas prefieren más de lo mismo, lo viejo, lo que ya está establecido; y a apenas admiten suaves variaciones de la misma matriz. Lo que desafía la inteligencia, y puede permitir avances significativos en nuestra capacidad de comprender el mundo, exige una humildad y agilidad poco apreciadas por quienes tiene prejuicios con las ideas.

Un corolario en esta línea tan generalizada de pensamiento es la construcción de la imagen que cada individuo tiene de sí mismo. En la mayor parte de las veces, una radical disonancia entre el pensamiento y la realidad.

Las evaluaciones que hacemos al respecto de nosotros mismos no están basadas en un análisis correcto de nuestros éxitos y fracasos a lo largo de nuestra historia individual. Tendemos a disculparnos por los fracasos y a sobrevalorar las conquistas (por más insignificantes que sean). De este filtro vicioso se deduce inevitablemente una imagen de alguien mucho más inteligente, capaz y virtuoso que nosotros.

De aquí resulta que ni siquiera nos ayudamos a nosotros mismos, en la medida en que somos tantas veces ignorantes de nuestra real identidad.

El pensamiento cotidiano tiende a olvidar de inmediato lo que no es un buen suceso y a colocar inmediatamente de lado lo que no sale de forma perfecta. Pero para alcanzar la perfección es preciso apostar por la capacidad de corregir lo que sale mal, analizar al detalle cada paso en falso de los fracasos, estudiándolo, corrigiéndolo y aprendiendo de él. Así, fracasos, cuanto mayores, mejor.

Los aciertos animan y los fracasos deberían tener el mismo efecto, incluso más, porque en ellos se encuentra la materia prima más valiosa para la creación de futuros éxitos. Espíritus más elevados, igualmente ante un éxito, prestan atención redoblada a lo que hubo de menos positivo, a fin de aprovechar cada oportunidad para perfeccionarse.

La pereza de pensamiento prefiere olvidar y comenzar de nuevo, considerando cualquier fracaso ocurrido como algo de lo cual debemos distanciarnos cuanto antes.

Los fracasos de quien osa desafiarse a sí mismo son éxitos, porque la simple tentativa es un éxito por sí mismo… será necesario algún ingenio para descubrir en el fracaso las semillas de posibles éxitos – de los que no tienen pereza de pensar, claro.

La mayor parte de las personas no fracasan, porque prefieren desistir.

La grandeza de la felicidad es ciertamente el premio para quien no se conforma con los pequeños éxitos, ni se acomodó al suelo o  sofá después de sus grandes fracasos; y se levantó, a pesar de los miedos, para seguir adelante. Rumbo a lo mejor de sí.





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