lunes, 28 de abril de 2014

De la Homilía del Papa Francisco en la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII. 27 de abril de 2014



En el centro de este domingo, que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están
 las llagas gloriosas de Cristo resucitado.

Él ya las enseñó:
la primera vez que se apareció a los apóstoles,…
A Tomás lo invitó a tocar sus llagas

  • Son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso,
  • en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen,  son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y
  • son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5).

Juan XXIII y Juan Pablo II

  • tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado.
  • No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz;
  • no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús.
  • Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.

  • Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.

  • En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había

«una esperanza viva”:

  • La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos,
  • La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. 
  • Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.

  • Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42-47).
  • Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí.
  • Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia.
  • En la convocatoria del Concilio, Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Espíritu.
  • En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias,.
  • Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.




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