Gonçalo Portocarrero de Almada
jornal i - 19 abril 2014
http://www.ionline.pt/iopiniao/pascoa-ciencia-sudario
ilustração de Carlos Ribeiro
En el domingo de Pascua, los cristianos festejan la resurrección de Cristo que, según los evangelios, ocurrió al tercer día después de su crucifixión y muerte. Este misterio de la fe, que es el fundamento del cristianismo, es también un hecho histórico que la ciencia no desconoce.
Muy al contrario, nadie
había asistido a la resurrección, sin embargo, más de quinientas personas
vieron a Jesús de Nazaret después de haber resucitado, se les apareció en
diversas circunstancias, momentos y lugares. El testimonio, unánime, de una tan
grande cantidad de personas da al conocimiento la consistencia de un hecho
científicamente comprobado. Muchas otras realidades históricas no tienen, a su
favor, tantos testimonios contemporáneos.
Hay todavía una prueba documental de irrefutable valor científico: el sudario de Turín, que constituye, en terminología forense, el “cuerpo del delito” verificado en Jerusalén, aproximadamente en los años treinta de nuestra era. Los peritos en medicina legal son unánimes en su veredicto: ese paño es, por supuesto, una mortaja nueva que envolvió el cadáver de un hombre, que fue crucificado después de haber sido flagelado, coronado de espinas y herido, ya muerto, por una lanza que le perforó entre la quinta y la sexta costilla. Los exámenes metodológico y paleontológico confirman que el tejido, típico de Palestina del siglo I, tiene aproximadamente dos mil años y estuvo en contacto con un cuerpo muerto, entre 36 y 40 horas, precisamente el tiempo transcurrido, según la Biblia, entre la muerte de Jesús (hacia las 15hs del sexto día) y su resurrección (en la madrugada del domingo).
Es verdad que un intento de datación del sudario por el método del carbono 14 llevó a creer que el mismo sería posterior a 1260 y anterior a 1390, pero la comunidad científica acogió con fundado escepticismo el resultado de una investigación que, entre varias irregularidades, no del todo inocentes, no tuvo en cuenta que el tejido fue hervido en aceite en 1503, sufrió un incendio en 1532 y, además, que fue muchas veces expuesto al aire libre. Estas circunstancias interferirán en el resultado de ese examen y, por eso, exigían que se hubiese hecho necesaria abstracción de los isótopos recientes, lo que no sucedió.
Pero, si fuese cierto que el sudario era de mediados de los siglos XII o XIII, ¡¿Cómo explicar que, a esas alturas, se usase una mortaja tejida más de mil años antes?! ¡¿Qué razón se podría aducir para el hecho de que el cuerpo en él amortajado hubiera sido previamente flagelado, “al modo romano”, y crucificado, si tales procedimientos hace más de mil años que ya no se usaban?!
Es llamativo que, en el sudario, no conste la mínima señal de corrupción, al contrario de lo que ocurre en cualquier otra mortaja en contacto con un cadáver, así como el hecho de no conocerse ninguna técnica, antigua o actual, que permita aquel tipo de impresión. Es también cierto que el cuerpo muerto no podría haber sido retirado por manos humanas, en cuyo caso la respectiva imagen no podría tener la nitidez y precisión que presenta.
Nadie, hasta la fecha, consiguió obtener una imagen semejante a la del sudario y, por eso, los principales científicos que estudiaron este hallazgo arqueológico se inclinan por la hipótesis de que la misma ha sido impresa por “irradiación de calor”. La fe dice lo mismo, pero usando otro término: resurrección.
San Agustín decía que creía, para mejor comprender, y que comprendía, para creer mejor. La fe pascual trasciende la razón, de modo análogo a como la recta razón se abre al misterio de la fe, que la completa y realiza en la plenitud de la verdad.
Hay todavía una prueba documental de irrefutable valor científico: el sudario de Turín, que constituye, en terminología forense, el “cuerpo del delito” verificado en Jerusalén, aproximadamente en los años treinta de nuestra era. Los peritos en medicina legal son unánimes en su veredicto: ese paño es, por supuesto, una mortaja nueva que envolvió el cadáver de un hombre, que fue crucificado después de haber sido flagelado, coronado de espinas y herido, ya muerto, por una lanza que le perforó entre la quinta y la sexta costilla. Los exámenes metodológico y paleontológico confirman que el tejido, típico de Palestina del siglo I, tiene aproximadamente dos mil años y estuvo en contacto con un cuerpo muerto, entre 36 y 40 horas, precisamente el tiempo transcurrido, según la Biblia, entre la muerte de Jesús (hacia las 15hs del sexto día) y su resurrección (en la madrugada del domingo).
Es verdad que un intento de datación del sudario por el método del carbono 14 llevó a creer que el mismo sería posterior a 1260 y anterior a 1390, pero la comunidad científica acogió con fundado escepticismo el resultado de una investigación que, entre varias irregularidades, no del todo inocentes, no tuvo en cuenta que el tejido fue hervido en aceite en 1503, sufrió un incendio en 1532 y, además, que fue muchas veces expuesto al aire libre. Estas circunstancias interferirán en el resultado de ese examen y, por eso, exigían que se hubiese hecho necesaria abstracción de los isótopos recientes, lo que no sucedió.
Pero, si fuese cierto que el sudario era de mediados de los siglos XII o XIII, ¡¿Cómo explicar que, a esas alturas, se usase una mortaja tejida más de mil años antes?! ¡¿Qué razón se podría aducir para el hecho de que el cuerpo en él amortajado hubiera sido previamente flagelado, “al modo romano”, y crucificado, si tales procedimientos hace más de mil años que ya no se usaban?!
Es llamativo que, en el sudario, no conste la mínima señal de corrupción, al contrario de lo que ocurre en cualquier otra mortaja en contacto con un cadáver, así como el hecho de no conocerse ninguna técnica, antigua o actual, que permita aquel tipo de impresión. Es también cierto que el cuerpo muerto no podría haber sido retirado por manos humanas, en cuyo caso la respectiva imagen no podría tener la nitidez y precisión que presenta.
Nadie, hasta la fecha, consiguió obtener una imagen semejante a la del sudario y, por eso, los principales científicos que estudiaron este hallazgo arqueológico se inclinan por la hipótesis de que la misma ha sido impresa por “irradiación de calor”. La fe dice lo mismo, pero usando otro término: resurrección.
San Agustín decía que creía, para mejor comprender, y que comprendía, para creer mejor. La fe pascual trasciende la razón, de modo análogo a como la recta razón se abre al misterio de la fe, que la completa y realiza en la plenitud de la verdad.
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