José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus (pag. 167)
Ilustración: Carlos Ribero
Puede que el paraíso anhelado
para otro mundo esté al final aquí. La
gracia, fuerza de la bondad, está un poco por todos lados y basta tener fe en
ella para que, dando lo mejor de nosotros al mundo, una alegría sutil y
profunda, una felicidad desbordante, comience a nacer en nosotros.
Imagínese alguien que
lleva una ración de comida caliente a un hombre hambriento que vive en el frío
de una calle cualquiera. ¿Cuál de estos dos hombres prefiere ser el lector? ¿El
que da o el que recibe? Ciertamente, el que da.¿Pero por qué prefiere dar a
recibir? Pocos comprenden que la voluntad de dar es señal de que se tiene más;
ahora el ansiar recibir significa que no
se tiene suficiente… y hay los que cuanto más ricos se hacen, más pobres son.
Porque se vuelven más y más necesitados. Esta dimensión material revela un
problema de fondo. Que corroe desde dentro el corazón de quien lo alberga.
En la lógica consumista
en que vivimos, pocos se dan cuenta de que el elemento que lo soporta es el
deseo artificialmente creado para poder ser asimilado como lo que alguien
quiere, desde el mismo comienzo, vender. Primero la siembra de un vacío, después
la “solución” perfecta para esa angustiosa necesidad. La gracia, por ser pura,
no tiene precio, es gratis.
Así que son satisfechas
sus necesidades elementales, algunos comienzan luego a compartir lo que les
llega a las manos, mientras que otros, por ser más pobres, comienzan a acumular
sin fin… nunca desbordado, nunca serán felices, nunca darán… ni una sonrisa. Son
agujeros negros. No tienen la gracia.
Tal vez el fuego del
infierno sea el egoísmo que consume lenta y definitivamente a los que escogen
no amar. Desgraciados.
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