José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus
El amor no es lo que sucede
en esas historias más o menos accidentadas que acontecen entre hombres y
mujeres. En la mayor parte de las ocasiones esos “amores” no son sino egoísmos
entrelazados.
El amor tal como el
ser, implica una salida de sí mismo, una manifestación. Es un flujo constante
que sale del que ama para el amado, a fin de envolverlo y confirmar a cada
instante que él es digno de existencia.
El amor brota por las
brechas que abre en el egoísmo que reviste el alma.
Ante la muerte de
alguien que amamos, sentimos una ausencia, porque de hecho se ha perdido el
rastro de un pedazo de nosotros que vivía en aquel corazón, en aquella alma, en
aquel ser. Cuando muere alguien que nos amó, de hecho, él permanece presente y
vivo en nosotros, una vez que fue aquí también, en el fondo de nosotros, donde él
quiso estar y ser.
Pero no se debe ver el
amor sólo por su luz, pues si ilumina, lo hace para combatir una oscuridad
temerosa. Esa es la razón por la cual, en el dolor y el sufrimiento, se
reconoce, mide y evalúa el Amor de que es capaz. Por eso dice Sor Mariana: “Desde
el fondo del corazón Os agradezco la inquietud que me causáis, y detesto la
tranquilidad en que vivía antes de
conocerOs”. El Amor es la suprema contradicción. No es ni siquiera humano. No
fuera él el acto divino por excelencia y echaríamos en falta algo humanamente
común. No lo es.
En esta entrega
incondicional hay un momento único: es precisamente cuando, por el Amor,
salimos de nosotros mismos… y aparecemos delante de nuestros propios ojos…
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