viernes, 28 de marzo de 2014

El hombre en busca de la Verdad


José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79 Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus





Existen dos grandes disparates intelectuales: aceptar lo que es falso y no aceptar lo que es verdadero.

Todos nos engañamos. Sí, todos nos engañamos a nosotros mismos, más que el mundo o los otros, como si el fraude sólo fuese posible con la colaboración de un cómplice interno. Por esto, será importante saber que existen en nuestro pensamiento contenidos y mecanismos que pueden funcionar de forma contraproducente. Quizá esta simple toma de consciencia pueda, por sí sola, ser un antídoto eficaz frente a la mayor parte.

¿Pero será peor creer en la mentira o no aceptar la verdad? Tal vez sea más perjudicial volver la espalda a la verdad que abrazar alguna falsedad. Cuando se cree en falso hay una cierta adhesión, que es una voluntad de verdad que se sobrepone a otros elementos más o menos evidentes que pudieran ser pistas para desenmascarar la falta de fundamento real… pero quien no se adhiere a lo verdadero confía más en sí mismo que en lo real y esta pérdida de inocencia puede revelarse verdaderamente desastrosa.

Las personas que más huyen de la verdad tienen una fuerte determinación en recusar el mundo, lo que de mejor y peor existe aquí. Una alienación. En el fondo, construyen para sí, y sólo para sí, aunque intenten implicar a otros, una narrativa donde el funcionamiento de todo depende de la voluntad, como si fuesen el dios único de ese su solitario mundo… el problema mayor es que, con nuestro tiempo limitado, perder días, meses o años, lejos del único mundo real donde cumple que seamos felices, es un pecado capital contra nuestra realización personal.

Todo hombre procura una vida con sentido. El sentido puede ser construido o aceptado, revelado o descubierto. Pero, de cualquier forma, tiene sus raíces bien firmes en lo real. Se trata de un camino que asume su punto de partida – más que saber para donde vamos, sabemos bien donde estamos.

El que sabe que rumbo dar a su vida acepta los sufrimientos inevitables asociados a eso. Esta disponibilidad para el sufrimiento sólo existe si él tuviera un sentido, si formara parte de una travesía mayor. El que sufre sin sentido sufre mucho más, incluso porque sufre aún más de verse sufrir… sin sentido. Una vergüenza tremenda de no percibir siquiera cómo caímos en el fondo de un pozo. Otra cosa bien diferente serían los dolores, miserias y amarguras de quien sabe como orientar sus días hacia el futuro que desea. Cuando está en cuestión la felicidad, la verdad del ser, el precio a pagar nunca es alto. Por eso, hay muchos que mueren por aquello en que creen, en la firme convicción de que el camino para la realización de su ser es justo por allí.

Hay en el mundo mucha gente de máscara. Más que engañar a otros, se impiden a sí mismos ver la realidad de forma pura. Porque las máscaras perturban seriamente nuestra capacidad de leer el mundo, impidiéndonos distinguir bien las mentiras de la verdad.

El que así se aparta de la Verdad, se convierte en quien no es. Huye de sí. En esos momentos, no creen en el valor de  lo simple y puro, en la verdad auténtica. Se convencen de que eso es poco y quieren más… como si eso fuese posible.

Esta actitud nuestra nos condena a una soledad pavorosa que acaba siempre demasiado tarde, porque siempre se perdió un tiempo precioso; pero, paradójicamente, siempre aún a tiempo de que experimentemos ser quien somos, lo que, aún por breves instantes, vale casi una vida entera.


El que sabe ser humilde percibe que hay más verdad en lo auténtico y simple que en todas las grandiosidades del mundo; Que ser feliz es, antes y después de todo lo demás: ser quien se es. De forma simple. En una alegría honda se celebra el milagro de sernos tan valiosos como únicos y verdaderos.

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