José
Luís Nunes Martins
publicado em 15 Dez 2012 - 03:00
publicado em 15 Dez 2012 - 03:00
La muerte planea sobre
nosotros a cada instante. Casi la podemos respirar. Muchos no se dan cuenta de
que estamos siempre mucho más próximos del fin, que tenemos la muerte por
vecina, íntima. Se temen muchas cosas sin importancia, al mismo tiempo que se
lidia con la finitud como si fuese tan (im)posible como el premio máximo de una
lotería nacional cualquiera. Pero la muerte es una certeza, absoluta y personal.
Ninguna vida será debidamente vivida si
el sujeto no siente que este mundo, tal como es posible para nosotros ahora,
puede acabar… en este instante.
Para que comprendamos
nuestra vida debemos mirar a nuestro pasado, pero, si la queremos vivir debemos
también mirar hacia adelante, tal vez con una sonrisa, hacia el mañana, que
será hoy, justo de aquí a poco.
A veces, nos perdemos
en grandes análisis sobre secuencias hipotéticas de momentos de nuestro pasado,
a nada, ni a nadie, eso trae algo bueno,
por varios tipos de razones: no altera lo que aconteció; no es siquiera
plausible que las secuencias de sucesos que suponemos encadenados sucediesen
tal como las imaginamos; se pierde tiempo… y se pierde siempre tanto tiempo en
cosas sin importancia alguna.
No importa adivinar lo
que habría acontecido, si esto o aquello… eso sólo perturba la vida que
realmente interesa: la de hoy. ¿Valdrá la pena haber dado mil pasos si, en ello,
no se tiene presente futuro alguno?
La vida de cada uno es
única e irrepetible. Tenemos, en este mundo, obligatoriamente un principio y un
fin. Lo que pasa, o no pasa, más allá de
ese fin, tal vez no deba ser motivo de preocupación inteligente -en la medida
en que no es en ese mundo que vivimos ahora-
y corresponden a cada mundo sus propias preocupaciones. Tiene sentido
ser feliz aquí, porque está a nuestro alance luchar por eso. A pesar de las
duras tristezas que a veces nos llueven sobre los hombros, hay una fuerza que
nos anima y no hace resistir, que nos da esperanza y nos hace sonreír. La
fuerza de la vida cuya esencia es la simple busca de la felicidad. Una fe que
nos ilumina el camino.
Morimos todos, uno a
uno. Sin grandes ceremonias, lógicas o escenografías.
Naturalmente. Cumple
pues aprovechar la vida, lo mismo cuando llueve… tal vez en estas circunstancias
de forma especial, celebrando los hombros fuertes que tenemos, que mantenemos
levantados a pesar de las pesadas penas de nuestra circunstancia. No se debe
esperar que pasen los momentos más difíciles, se debe, sí, caminar hacia
delante, con la certeza de que nuestro lugar no es la lluvia.
Hoy, una sonrisa. Gesto
simple que permite que las alegrías más hondas pasen de un corazón a otro
atravesando el mar de este mundo. Muchas veces los hombres esconden su sonrisa,
privándose a sí mismos y a los otros de algo que hace… maravillas. A veces es
duro sonreír, pero el milagro de la multiplicación de la alegría profunda vale
todos los sacrificios. El amor es el mayor de todos los dones, capaz de
ofrecerse lo mismo cuando no lo vemos o sentimos. El verdadero don, que sólo
existe cuando se da. Capaz de encontrarse todo en una simple sonrisa.
No perdamos tiempo en grandes
pensamientos sobre lo que pasó. En verdad tenemos solamente un pasado. Importa
asumirlo sin dejar interpretar a la imaginación, justificar o aliviar lo que
sucedió. Estamos presentes, aquí, ahora…tendremos un número infinito de futuros
posible y la muerte como certeza absoluta. No tiene ninguna importancia la
posición en que el pasado nos dejó ayer. Importa ser feliz, hoy.
Mientras la muerte no
nos lleve, debemos sonreír… por voluntad o por amor.
Que la felicidad
comienza en una sonrisa
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