sábado, 15 de marzo de 2014

Los milagros “imperfectos” de Jesús


P. Gonçalo Portocarrero de Almada


Na Voz da Verdade de 16 de Março de 2014:


Sé bien que la Sagrada Escritura dice que Jesús “todo lo hizo bien” (Mc 7,37) pero, paradójicamente, muchos de sus milagros parecen imperfectos, tan imperfectos como las bellísimas capillas de Batalha, que lo son precisamente porque nunca fueron concluidas. También varios milagros del Señor parecen incompletos, porque fueron realizados de forma deficiente.

Veamos si no. El primero, en las bodas de Caná,  parece extraño, si se atiende a todos los pormenores. A petición de María, Jesús accede a resolver milagrosamente la falta de vino en aquel banquete nupcial que, en pura verdad, corría serios riesgos de convertirse en una auténtica “copa de agua”. Para el hecho, manda a los sirvientes que llenen seis tinajas de piedra, teniendo cada una capacidad de unos cien litros, aproximadamente. O sea, obligó a los empleados a acarrear nos seiscientos kilos de agua, lo que no es broma. Un milagro “perfecto” podía y debía suprimir esa operación previa, pues Dios tiene poder más que suficiente para hacer surgir, directamente de la nada, el mejor vino del mundo.

Es verdad que el milagro de las bodas de Caná fue el primero y, por eso, se le debe conceder algún descuento. Pero, también más tarde, siendo ya el Señor más experimentado en el arte, vuelve a repetir situaciones que parecen denotar alguna imperfección en el oficio. Por ejemplo, cuando la segunda multiplicación de los panes y los peces, el Maestro se excedió en la producción: con lo que sobró, se llenaron siete cestos  bien llenos. ¿¡No habría sido más lógico y económico que hubiese acertado en la cantidad de alimentos a proporcionar a aquella multitud de cerca de diez mil personas!? Por otro lado, Jesús se sirvió de los discípulos, como una improvisada empresa de catering, para la distribución de aquel alimento milagroso y para recoger las sobras, operación que, siendo tanta la gente a servir, debe haber durado mucho y producido cansancio. ¿¡Por qué no puede surgir, delante de cada comensal, su ración, según su propia necesidad!?¿¡No habría sido más ejemplar un milagro bien calculado y sin necesidad de recurrir al servicio de los apóstoles!?

Otro milagro extraño el de la curación del ciego, en dos etapas. Después de la primera intervención de Jesús, el ciego consiguió ver alguna cosa, pero tan desenfocada que le parecía que los hombres eran árboles que andan, lo que es, obviamente, un insulto para los seres del reino vegetal. Fue precisa una segunda actuación del Maestro para que el hombre llegase a ver bien. Pregúntese: ¿¡ No habría sido más lógico que el hecho ocurriese de una vez!?  ¿¡Qué decir, o pensar, de un médico que tiene que recurrir a una segunda cirugía, para corregir el resultado de la primera!?

Lo mismo ocurre después de la resurrección, los milagros de Cristo parecen insuficientes, inexplicablemente. La pesca milagrosa, que denuncia la presencia del Divino Resucitado en la orilla del lago, vuelve a ser paradójico: el artífice del hecho extraordinario no ahorra a los pescadores, después de una noche entera de faena infructuosa, la penosa labor de retirar del mar ciento cincuenta y tres grandes peces, tantos que la red casi se rompía. ¿¡No les pudo evitar este sacrificio!? ¿¡ No habría sido más cómodo que la barca remase hacia tierra sin ese pesado lastre!? ¿¡No sería preferible que, desde el inicio, el pescado apareciese en la orilla, ya listo para llevar a la lonja!?

Como diría el Cardenal van Thuan, son precisamente estos “defectos” de Jesús los que Lo hacen más amable. Si Él sólo hubiese hecho milagros “perfectos”, los files no serían más que meros espectadores pasivos de su acción. Por eso, es la “Imperfección” de los milagros la que invita a cooperar a los cristianos. También el milagro en dos etapas es estimulante, en la medida en que es un llamamiento a la esperanza, a la oración y a la acción.

Gracias a esas “imperfecciones” divinas, todos los cristianos somos llamados a tomar parte activa en la redención del mundo, en unión con Cristo y en su Iglesia, que es también la nuestra. ¡No falte, entonces, nuestro trabajo, ni nuestra fe!


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