miércoles, 12 de marzo de 2014

Lanzarse al vacío hasta el abrazo


José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79 Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus

La vida es una inestabilidad constante. Todo obedece a una lógica de subidas y bajadas, avances y retrocesos, alegrías y tristezas…

Es preciso comprender esta armonía de respiración emocional como si navegásemos en un mar infinito de mares y vientos siempre nuevos.

En los momentos críticos experimentamos un vacío tremendo,  semejante al que sienten los trapecistas cuando se ven en el aire entre un trapecio y otro, donde el coraje tiene que vencer la nada. Momentos de vértigo único. Instantes de vida, que pueden durar años, en que se debe mantener una fe a prueba de todo y de todos.

En los peores momentos se descubren los grandes gestos. Hay personas que son puertos seguros, trapecistas que arriesgan su propia caída para ayudarnos, para agarrarnos, para que su fuerza supla nuestra flaqueza. No nos condenan, sólo nos sonríen, mirándonos a los ojos, como iguales. Sin juzgarnos. Sin cobrarnos. Dejándonos marchar, si eso quisiéramos…

Después están las otras personas, las normales, aquellas que cuanto menos tienen que decir más hablan… que sólo saben manipular y a eso incluso lo llaman amor. Las que están siempre llenas de sí mismas y de prisa, juzgan, agarran, dicen y dicen, abandonan, condenan y olvidan… sin vacilar o tener dudas o resentimientos. Con un orgullo en sí mismas tan épico como ridículo.

Hoy parece que no hay paciencia ninguna, Fe,  tampoco, para esperar por el bien. La recurrente victoria de los fatalismos sobre la esperanza demuestra que, cuando se trata de confiar,  la mayor parte de las personas prefieren volver la espalda y procurar algo más inmediato, en vez de  afrontar una lucha que bien podía merecer la pena sufrirla, pero  la simple incertidumbre en cuanto al resultado es entendida como motivo más que suficiente para justificar el abandono… aunque nunca lo llamen desistir. Estas personas, las de los egos planetarios, ¡son genios de los eufemismos! Mentiras.

Ya casi nadie ama verdaderamente. Hoy parece preferirse la manipulación. Juegos de estrategias emocionales que persiguen la supervivencia y a la multiplicación de los egoísmos.

Quien ama no manipula. Quien ama es el que promueve el ser del otro, sin grandes condiciones. Mirando a los ojos. De verdad.

Es claro que la mejor forma de garantizar que nuestro corazón no se daña es guardarlo lejos de todo y de todos. Así se preservará, pero no tardará hasta encontrarse en una decadencia de autoestima, porque sin amar un corazón muere y vive en el infierno: ese ataúd en que lo echamos, impenetrable, oscuro, inmóvil y sin aire. Aunque estuviera con otros, en la misma tumba…

Quien ama está vivo y presente. Es el presente. Vive a la distancia justa de un intercambio de miradas que atestiguan la verdad del amor. Pero nunca, por nada, aprisionar a otro. Se sufre el peso de montañas. Se lloran ríos. Pero siempre se acredita que hay una vida, entera y eterna, donde quien ama es feliz. También ahí, con altos y bajos, al final el bien no es monótono.

La vida nos da más de lo que conseguimos retribuir, y es la mayor maravilla: no espera nada a cambio.

Ser agradecido por lo que soy es el paso decisivo que me hará arriesgar todo entre los vacíos infinitos de los trapecios… hasta llegar a abrazar, para siempre, alguien que es mi puerto seguro. Donde quiera que él esté, Acontezca lo que acontezca.


Cuando hay amor a muerte no interesa. “Hasta que la muerte nos separe” acaba por ser una proposición pesimista de gente con poca fe que desconoce lo que es y lo que hace el amor.

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