José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus
La vida es una
inestabilidad constante. Todo obedece a una lógica de subidas y bajadas,
avances y retrocesos, alegrías y tristezas…
Es preciso comprender
esta armonía de respiración emocional como si navegásemos en un mar infinito de
mares y vientos siempre nuevos.
En los momentos
críticos experimentamos un vacío tremendo,
semejante al que sienten los trapecistas cuando se ven en el aire entre
un trapecio y otro, donde el coraje tiene que vencer la nada. Momentos de
vértigo único. Instantes de vida, que pueden durar años, en que se debe
mantener una fe a prueba de todo y de todos.
En los peores momentos
se descubren los grandes gestos. Hay personas que son puertos seguros,
trapecistas que arriesgan su propia caída para ayudarnos, para agarrarnos, para
que su fuerza supla nuestra flaqueza. No nos condenan, sólo nos sonríen, mirándonos
a los ojos, como iguales. Sin juzgarnos. Sin cobrarnos. Dejándonos marchar, si
eso quisiéramos…
Después están las otras
personas, las normales, aquellas que cuanto menos tienen que decir más hablan…
que sólo saben manipular y a eso incluso lo llaman amor. Las que están siempre
llenas de sí mismas y de prisa, juzgan, agarran, dicen y dicen, abandonan,
condenan y olvidan… sin vacilar o tener dudas o resentimientos. Con un orgullo
en sí mismas tan épico como ridículo.
Hoy parece que no hay
paciencia ninguna, Fe, tampoco, para
esperar por el bien. La recurrente victoria de los fatalismos sobre la
esperanza demuestra que, cuando se trata de confiar, la mayor parte de las personas prefieren
volver la espalda y procurar algo más inmediato, en vez de afrontar una lucha que bien podía merecer la
pena sufrirla, pero la simple
incertidumbre en cuanto al resultado es entendida como motivo más que
suficiente para justificar el abandono… aunque nunca lo llamen desistir. Estas
personas, las de los egos planetarios, ¡son genios de los eufemismos! Mentiras.
Ya casi nadie ama
verdaderamente. Hoy parece preferirse la manipulación. Juegos de estrategias
emocionales que persiguen la supervivencia y a la multiplicación de los
egoísmos.
Quien ama no manipula.
Quien ama es el que promueve el ser del otro, sin grandes condiciones. Mirando a
los ojos. De verdad.
Es claro que la mejor
forma de garantizar que nuestro corazón no se daña es guardarlo lejos de todo y
de todos. Así se preservará, pero no tardará hasta encontrarse en una
decadencia de autoestima, porque sin amar un corazón muere y vive en el
infierno: ese ataúd en que lo echamos, impenetrable, oscuro, inmóvil y sin
aire. Aunque estuviera con otros, en la misma tumba…
Quien ama está vivo y
presente. Es el presente. Vive a la distancia justa de un intercambio de
miradas que atestiguan la verdad del amor. Pero nunca, por nada, aprisionar a
otro. Se sufre el peso de montañas. Se lloran ríos. Pero siempre se acredita
que hay una vida, entera y eterna, donde quien ama es feliz. También ahí, con
altos y bajos, al final el bien no es monótono.
La vida nos da más de
lo que conseguimos retribuir, y es la mayor maravilla: no espera nada a cambio.
Ser agradecido por lo
que soy es el paso decisivo que me hará arriesgar todo entre los vacíos
infinitos de los trapecios… hasta llegar a abrazar, para siempre, alguien que
es mi puerto seguro. Donde quiera que él esté, Acontezca lo que acontezca.
Cuando hay amor a
muerte no interesa. “Hasta que la muerte nos separe” acaba por ser una
proposición pesimista de gente con poca fe que desconoce lo que es y lo que
hace el amor.
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