miércoles, 19 de marzo de 2014

La infelicidad del deseo

                                                       
José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79 Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus
                            

Un deseo es siempre una falta, carencia o necesidad. Un estado negativo que implica un impuso para su satisfacción, un vacío con voluntad de ser llenado.

Toda la vida es, en sí misma, un constante flujo de deseos. Gestionar este torrente es esencial para una vida con sentido. Cada hombre debe ser señor de sí mismo y ordenar sus deseos, intereses y valores, so pena de llevar una vida vacía, inmoderada e infeliz. Los deseos son enemigos sin valentía o inteligencia, dominan a partir de su capacidad de cegarnos y atraernos hacia su abismo.

La felicidad es, por esencia, algo que se siente cuando la realidad supera lo que se espera. La superación de las expectativas. Ser feliz es exceder los límites preestablecidos, así se concluye que cuanto más y mayores fueren los deseos de alguien, menores serán sus posibilidades  de felicidad, pues aunque la vida le traiga mucho… ese mucho es siempre poco para llenar sus vacíos que creó en sí mismo.

En la sociedad de consumo en que vivimos hay cada vez más necesidades. Las naturales y todas las que son producidas artificialmente. Hoy, se inventan carencias para poder vender lo que las colma y anula. Valorar más el tener que el ser  es una decisión tan inconsciente cuanto maléfica, porque arrastra a quien así se vuelve hacia vacíos mayores que el mundo. Los esclavos de sus apetitos se condenan al infierno de la eterna insatisfacción… renuncian a la paz, cambiándola por una nada mayor que todo. Mientras el paraíso… eso es lo que siente quien ama.

El camino hacia la felicidad pasa por aprender a esperar, permitir que el tiempo ayude a filtrar los deseos, garantizando que nuestra libertad no se deja encantar por lo que es pasajero.

Los deseos determinan la felicidad. Cuanto menos desea alguien, más feliz puede ser.

Como si los hombres fuesen tazas; unos, a través de los deseos, se hacen enormes y exigen cantidades; otros, con sabiduría, se limitan a lo esencial; a estos últimos, la vida, aunque pobre, conseguirá fácilmente hacerlos rebosar; pero a los que tienen deseos mayores, aunque todo les sea favorable, es poco posible que consigan siquiera llenarse, menos todavía rebosar…

La pobreza es el supremo test de la felicidad auténtica.

Si la tristeza y la privación no atentan contra lo que somos y queremos ser, entonces estaremos en el camino cierto, donde la voluntad de hacer al otro feliz conducirá (por entre incontables escenarios fríos y sombríos) a la fuente de la luz que todo lo ilumina, sosiega y anima… Siempre en el silencio de la fe de quien sabe esperar.

Todo hombre desea naturalmente ser feliz, pero lo que es necesario para alcanzar ese punto no es más que un desprendimiento de los deseos de lo que es exterior y superficial para encontrarnos en lo que somos y sentir gratitud por la gratuidad de eso.

¿Cuántas veces nuestras palabras, gestos y decisiones no son reflejo de nuestros valores más profundos? Es fundamental descubrir en nosotros el lugar de nuestra quietud. Dar valor a lo que se tiene, en vez de procurar tener lo que se desea… al final, lo que cuenta verdaderamente no es la cantidad de lo que se sueña sino la cualidad de lo que se es.

Para ser feliz es preciso cambiar la mirada, el pensar y el sentir. Aprender a desear menos, desear bien, desear el Bien.

Ante el misterio de todo, hay que comprender que la vida es en sí misma una dádiva, y el tiempo que nos es dado, nuestras horas, el mayor de todos los dones…


La vida más que una búsqueda es un encuentro.

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