domingo, 2 de marzo de 2014

La paciencia es la sabiduría en acción


 José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79 Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus
La paciencia es la fuerza que nos permite soportar tranquilamente lo que es doloroso, elevándonos por encima de la tristeza en ello implicada.

Un mirar atento sobre el mundo humano permitirá percibir sin dificultad que la paciencia es la sabiduría puesta en práctica. Pero se conquista con la determinación de un fondo que no se desalienta, del que con fuerzas explosivas que tan pronto aparecen como desaparecen sin dejar rastro. Cualquier cazador o pescador, artista o científico, poeta o general, sabrá que los buenos resultados se demoran, siempre.

Es esencial por lo tanto dominar el ansia de precipitar y manipular los tiempos. El hombre no es señor del tiempo, pero puede y debe ser señor e sí mismo.

Los fardos de nuestra existencia se cargan de forma más tranquila cuando nos damos cuenta del vigor que tenemos para transportarlos. Cuando percibimos que la fuerza de los hombros es mayor que el peo de la cruz.

El tiempo no se respeta más que a sí mismo, sigue su ritmo sin cuidar si se demora en este instante más que en aquel… casi todo pasa, casi todo crece y casi todo muere. Hay tiempo para todo, ¡debe saber el hombre aprovechar aquel en que le es dado ser… casi todo!

Claro que siempre parece poco tiempo al que se da cuenta tarde de esta esencia dinámica de la vida. Pero, aún así, será más sabio ajustarse al ritmo natural de su existencia que intentar recuperar tiempos perdidos, en una lógica que se aparta del hoy, intentando siempre sin éxito recuperar el pasado, no dándose cuenta  de que el mañana  también desaparecerá si continúa perdido dentro de su propia vida.

En el amor (en cualquier relación con el otro) la paciencia es la virtud esencial. Cada hombre es un ser en el tiempo. Ninguno es lo que es ahora. Un instante es siempre engañador, porque nuestra  realidad profunda es dinámica y duradera, como una llama o una fuente que sólo pueden ser lo que son en el tiempo, en un perpetuo devenir, que dura mucho más que un sólo momento. Por eso nos engañamos muchas veces, cuando precipitadamente complicamos con la imaginación aquello que el tiempo completará con sencillez. Amar es vinculare a un infinito en una disponibilidad generosa para abrazar la vida de alguien.

No se debe confundir la paciencia con prejuicios, miedo o impotencia, pues la constancia firme es una virtud activa que persevera en nombre del bien mayor al cual aspira.

Mas una espera obliga a soportar todo tipo de ataques, exteriores e interiores. Las esperas duelen. Las esperas hacen sufrir. Cuando vivimos en la paciencia somos señores de la renuncia y esclavos de la libertad… optamos por una guerra profunda contra lo peor de nosotros mismos. En una tranquilidad aparente que raras veces permite adivinar el heroísmo que va por dentro.

Las esperas permiten descubrir y filtrar entre los hombres aquellos que tienen más valor… son los que permanecen, cuando los otros, mientras tanto, se fueron –arrastrados por una fuerza cualquiera de aquellas que se alimentan de nuestras flaquezas.

Los muros de soledad que crecen en torno de nosotros, siempre que desistimos de tener fe, son como las murallas de un castillo que nos imposibilitan ser lo que realmente somos, que impiden que nuestro amor llegue a los otros… abortándonos.

La esperanza es el arte de la espera. Hay que ser paciente ante la duda, ante la prisa, y cara a cara con las pesadillas reales.

El hombre paciente vive por encima de su sufrimiento. Constante en su firmeza, sufre pero hace su camino hacia delante. Soporta la vida y los dolores con su esperanza, en una paz que es el supremo coraje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario