José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. Paulus
La paciencia es la
fuerza que nos permite soportar tranquilamente lo que es doloroso, elevándonos
por encima de la tristeza en ello implicada.
Un mirar atento sobre
el mundo humano permitirá percibir sin dificultad que la paciencia es la
sabiduría puesta en práctica. Pero se conquista con la determinación de un fondo
que no se desalienta, del que con fuerzas explosivas que tan pronto aparecen
como desaparecen sin dejar rastro. Cualquier cazador o pescador, artista o
científico, poeta o general, sabrá que los buenos resultados se demoran,
siempre.
Es esencial por lo
tanto dominar el ansia de precipitar y manipular los tiempos. El hombre no es
señor del tiempo, pero puede y debe ser señor e sí mismo.
Los fardos de nuestra
existencia se cargan de forma más tranquila cuando nos damos cuenta del vigor
que tenemos para transportarlos. Cuando percibimos que la fuerza de los hombros
es mayor que el peo de la cruz.
El tiempo no se respeta
más que a sí mismo, sigue su ritmo sin cuidar si se demora en este instante más
que en aquel… casi todo pasa, casi todo crece y casi todo muere. Hay tiempo
para todo, ¡debe saber el hombre aprovechar aquel en que le es dado ser… casi
todo!
Claro que siempre
parece poco tiempo al que se da cuenta tarde de esta esencia dinámica de la
vida. Pero, aún así, será más sabio ajustarse al ritmo natural de su existencia
que intentar recuperar tiempos perdidos, en una lógica que se aparta del hoy,
intentando siempre sin éxito recuperar el pasado, no dándose cuenta de que el mañana también desaparecerá si continúa perdido dentro
de su propia vida.
En el amor (en
cualquier relación con el otro) la paciencia es la virtud esencial. Cada hombre
es un ser en el tiempo. Ninguno es lo que es ahora. Un instante es siempre
engañador, porque nuestra realidad profunda
es dinámica y duradera, como una llama o una fuente que sólo pueden ser lo que
son en el tiempo, en un perpetuo devenir, que dura mucho más que un sólo momento.
Por eso nos engañamos muchas veces, cuando precipitadamente complicamos con la
imaginación aquello que el tiempo completará con sencillez. Amar es vinculare a
un infinito en una disponibilidad generosa para abrazar la vida de alguien.
No se debe confundir la
paciencia con prejuicios, miedo o impotencia, pues la constancia firme es una
virtud activa que persevera en nombre del bien mayor al cual aspira.
Mas una espera obliga a
soportar todo tipo de ataques, exteriores e interiores. Las esperas duelen. Las
esperas hacen sufrir. Cuando vivimos en la paciencia somos señores de la
renuncia y esclavos de la libertad… optamos por una guerra profunda contra lo
peor de nosotros mismos. En una tranquilidad aparente que raras veces permite
adivinar el heroísmo que va por dentro.
Las esperas permiten
descubrir y filtrar entre los hombres aquellos que tienen más valor… son los
que permanecen, cuando los otros, mientras tanto, se fueron –arrastrados por
una fuerza cualquiera de aquellas que se alimentan de nuestras flaquezas.
Los muros de soledad
que crecen en torno de nosotros, siempre que desistimos de tener fe, son como
las murallas de un castillo que nos imposibilitan ser lo que realmente somos,
que impiden que nuestro amor llegue a los otros… abortándonos.
La esperanza es el arte
de la espera. Hay que ser paciente ante la duda, ante la prisa, y cara a cara
con las pesadillas reales.
El hombre paciente vive
por encima de su sufrimiento. Constante en su firmeza, sufre pero hace su camino
hacia delante. Soporta la vida y los dolores con su esperanza, en una paz que
es el supremo coraje.
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