José luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 5 Maio 2012 - 03:00
publicado em 5 Maio 2012 - 03:00
Las personas creen
saber el por qué de sentir lo que sienten. Creen también ser capaces de saber,
de forma simple y casi intuitiva, las razones de pensar lo que piensan. Estas
personas sólo raramente tienen dudas,
pero yerran en el 99% de los casos.
Con una extraña voluntad de explicar lo inexplicable, acaban por, no asumiendo de forma honesta que no saben, inventar rápidamente un encadenamiento de razones tan secuencial y creíble como irreal. Evitan de forma absoluta la sinceridad de un “¡No sé!”. Como el sentimiento de alguien que teme perder fuerza sólo porque no consigue justificarlo racionalmente.
Aparece, a veces, algo aún más extraño: las emociones funcionan como argumentos racionales. Como si se pudiesen sentir ideas y eso funcionase como defensa de unas y causa de anulación de otras.
Los sentimientos son para sentir y los pensamientos para pensar. Confundir estos planos da, con toda seguridad, origen a los equívocos –más que habituales.
Si, en cuanto a lo que pensamos, las razones que hay detrás de las ideas no siempre son fáciles de alcanzar, suponiendo muchas veces determinación y algún sacrificio, ellas no son, con todo y por naturaleza, inaccesibles. La sociedad de hoy --aquí-ahora no tiene capacidad de percibir que existen niveles de comprensión de la realidad a la que sólo algunos llegan.
De este modo, y sobre lo que pensamos, valdrá siempre la pena explorar, aprender a reflejar procesos y resultados. Hay, de hecho, cosas tremendamente simples y otras simplemente complejas. Todas se pueden pensar. Ninguna por intuición directa.
Lo que sentimos profundamente, poco nos resta sino seguirlo porque, lejos de poderlo dirigir, somos forzados a obedecerlo. Sin razón.
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