viernes, 28 de febrero de 2014

Un bebé sin sexo puede tener tres padres. ¿Y qué sigue?

Henrique Monteiro
08:00  Viernes, 28 de febrero 2014

Esta crónica es prudentemente controvertida, aviso ya. Todo lo que se está haciendo en el campo de la genética me es desconocido; todo lo que es combatir la llamadas “enfermedades mitocondriales” es para mí chino. Como cualquier ciudadano corriente, estoy contra las enfermedades, a favor de la salud y de la felicidad general, amén de que no me gusta meterme en la vida de los demás, siempre que se trate de individuos responsables, libres que no se meten en mi vida.

Pero, hace poco tiempo, leí que tanto en EUA como en el Reino Unido se pondera la hipótesis de que un bebé tenga tres padres. Esto para que crezca saludable. La técnica consiste, en una fertilización in Vitro, utilizar ADN de tres personas para así evitar enfermedades.

Hace muy poco tiempo que leí que en Alemania un bebé recién nacido no es obligado a tener un sexo definido (masculino o femenino) así se permite que la elección pueda ser posterior

No quiero utilizar aquel video que se volvió viral por demostrar que mi generación, que no tuvo estas posibilidades (ni cinturón de seguridad, ni sillitas, ni psiquiatras infantiles y además, recibía bofetadas de los padres y los profesores) debería ser un bando de gente traumatizada. Sólo hago la siguiente reflexión: nosotros, los occidentales, tan preocupados con la salud y con el bienestar de los niños, con la PMA (procreación médicamente asistida), con los bebés-probeta, con todo y alguna cosa más, no conseguimos lo más básico: tener, en general, hijos en número suficiente para conseguir una demografía equilibrada o positiva.

En contrapartida, en otros parajes del mundo donde todo es –digamos- natural, los niños no dejan de nacer. Y, a pesar de los elevados índices de mortalidad infantil (aunque en retroceso), la demografía crece significativamente.


No me interpreten de forma equivocada. No estoy contra la investigación y el avance de la ciencia, pero como espíritu libre que me gusta ser, sólo hago una humilde y simple pregunta: ¿No estaremos haciendo algo mal? ¿No deberíamos pensar más en las condiciones que los jóvenes tienen (o no tienen, para ser más exacto), para poder tener hijos?

El error no da sentido


 José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 31 Dez 2011 - 03:00

Una forma infalible de comprender el por qué de los acontecimientos es causarlos. Parece profético, pero es un disparate. Ideas como “sólo me arrepiento de lo que no hice” revelan una pobreza de espíritu digna de compasión. Cometemos errores, sí,  sería mucho mejor si no hubiéramos sido los autores, actores, espectadores y víctimas de algo… errado.

Es peor aún que esta inconsciencia lleve a que los sujetos ignoren las primeras señales adversas, más sutiles. En estos casos, o los accidentes son suficientemente grandes para sobrepasar  la anestesia de la ignorancia, o ni siquiera son percibidos.

Es posible comprender muchos aspectos de la vida sin que sea necesario errar. Otros,  errando. Se necesita tiempo, dominio de sí y una cierta sabiduría. Tiempo para recorrer caminos interiores; dominio de sí para no ceder a los gritos de la necesidad de conclusiones rápidas: y la sabiduría humilde que permita aceptar que existen lógicas más complejas que las que somos capaces de comprender.

La sabiduría, más que acumulativa, es sustractiva. Si pensáramos bien, vamos aprendiendo lo que no debemos hacer, cómo no hacerlo, en qué no confiar, etc. Nuestro intelecto va ganando, progresivamente, capacidad de filtrar la escoria que lo puebla.


Un sabio no es alguien que ve lo extraordinario, sino aquel que consigue permanecer ciego en relación a cosas para las cuales otros miran. Antes de eso, es preciso inteligencia y confianza para aceptar que aquello que da sentido, en el fondo, tal vez no tenga sentido ninguno.

jueves, 27 de febrero de 2014

El Derecho: ¿Poder o Razón?


Por P. Gonçalo Portocarrero de Almada
Na Voz da Verdade, de 16-2--2014:


La ley no puede ser un instrumento del poder de las minorías contra la mayoría, sino un garante de la justicia y de la solidaridad.


Siempre que surgen cuestiones que causan fractura social, hay quien defienda la necesidad del reconocimiento jurídico de esas nuevas realidades.

Es verdad que el ordenamiento jurídico debe conocer bien la realidad social que pretende regular. También es cierto que el derecho positivo, en una sociedad laica, no tiene por qué obedecer las exigencias de orden sobrenatural, aunque la sociedad se reconozca mayoritariamente cristiana. Pero de estos principios no se deriva, al contrario de lo que algunos firman, la absoluta arbitrariedad de la orden jurídica, ni su sumisión en relación al poder emergente.

El derecho no crea la realidad, sino que la ordena para el bien común, según los principios de la justicia social. No es el ordenamiento jurídico el que crea el ser humano, tan sólo verifica su existencia y reconoce los derechos y deberes inherentes a su condición. Sería por tanto aberrante atribuir este estatuto jurídico, por hipótesis absurda, a algún ser humano, o negarlo, como aconteció con los esclavos, a alguien dotado de esa naturaleza.

A este propósito, recuérdese que la ley es, sobre todo, una ordenación de la razón y no sólo, ni principalmente, una expresión de la voluntad popular. El ser humano y la familia no son aquello que el pueblo quisiera: son realidades naturales que el derecho no puede dejar de reconocer, por lo menos en lo que se refiere a su esencia. No cabe al legislador, incluso respaldado por el voto mayoritario, establecer cuando comienza, o cuando termina, una vida humana: es al científico a quien compete una verificación tal. Después de atestiguada esa realidad, el jurista hará derivar las consecuencias previstas en la ley, pero sin entrar en apreciaciones del acto en sí, cuya evaluación no le corresponde a él. El derecho no sabe, ni tiene por qué saber, cuando surge o se extingue la vida humana, pero no puede dejar de reconocer lo que es obvio, no sólo en relación a la vida sino también en lo que respecta a la procreación y a la familia, y de ahí extraer las consecuencias jurídicas al respecto. Es el médico quien está en condiciones de diagnosticar la existencia de una vida, o de atestiguar una defunción, pero es el jurista el que deberá después deducir los efectos jurídicos derivados de esos hechos, en la medida en que sean jurídicamente relevantes.

Si la noción clásica de ley subraya su carácter racional y su intrínseca relación con el bien común, la moderna definición de ley se desprende sobre todo de instancias volitivas: la norma sería, sobre todo, la expresión jurídica de la voluntad popular o, como diría Rouseau, de la voluntad general. Ahora bien, como la historia demuestra con elocuencia, no siempre la voluntad de las mayorías es justa, porque también hubo tiranos que, como Hitler, llegaron al poder por vía democrática. No basta que la norma cumpla algunos requisitos formales, ni el hecho de emanar del órgano capaz de producirla con eficacia; tiene que ser también legítima, o sea, justa, porque es adecuada al bien común. Un derecho que es sólo la voz del poder dominante, sea dictatorial o democrático, difícilmente podrá  ser instrumento eficaz en la construcción de una sociedad justa. También porque los no nacidos, los niños, sobre todo los huérfanos, los pobres y enfermos nunca serán, en principio, un poder capaz de expresar de forma eficaz sus legítimas pretensiones, que el derecho no puede dejar de tutelar.


Más que cualquier otro principio, interesa al derecho la defensa de los más necesitados. El poder legislativo no puede ser un instrumento de las mayorías contra las minorías, ni de estas contara la mayoría, sino un medio por el cual, siendo lo más escrupuloso respecto de la dignidad y libertad de los ciudadanos,  defienda, de verdad, la justicia y el bien común.

El error no tiene sentido


 José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 31 Dez 2011 - 03:00

Una forma infalible de comprender el por qué de los acontecimientos es causarlos. Parece profético, pero es un disparate. Ideas como “sólo me arrepiento de lo que no hice” revelan una pobreza de espíritu digna de compasión. Cometemos errores, sí,  sería mucho mejor si no hubiéramos sido los autores, actores, espectadores y víctimas de algo… errado.

Es peor aún que esta inconsciencia lleve a los sujetos a ignorar las primeras señales adversas, más sutiles. En estos casos, o los accidentes son suficientemente grandes para sobrepasar  la anestesia de la ignorancia, o ni siquiera son percibidos.

Es posible comprender muchos aspectos de la vida sin que sea necesario errar. Otros,  errando. Se necesita tiempo, dominio de sí y una cierta sabiduría. Tiempo para recorrer caminos interiores; dominio de sí para no ceder a los gritos de la necesidad de conclusiones rápidas: y la sabiduría humilde que permita aceptar que existen lógicas más complejas que las que somos capaces de comprender.

La sabiduría, más que acumulativa, es sustractiva. Si pensáramos bien, vamos aprendiendo lo que no debemos hacer, cómo no hacerlo, en qué no confiar, etc. Nuestro intelecto va ganando, progresivamente, capacidad de filtrar la escoria que lo puebla.


Un sabio no es alguien que ve lo extraordinario, sino aquel que consigue mantenerse ciego en relación a cosas para las que los otros miran. En vez de eso, es preciso inteligencia y confianza para aceptar que aquello que tiene sentido, en el fondo, tal vez no tenga sentido ninguno.

miércoles, 26 de febrero de 2014

El compromiso y las obstinaciones



José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 27 Out 2012 - 03:00


Ser obstinado es un compromiso serio, muy serio, como la estupidez. Perseverar en el mal, sin desistir de ello, no es siquiera una conducta digna de la inteligencia más rudimentaria.

Somos lo que seamos capaces de hacer de nosotros. Hay sueños y tiempos para hacerlos reales, sufrimientos que soportar en función de las metas que se quieran alcanzar. Una constate lucha entre lo que somos y lo que podemos ser. Pero hay, en toda esta dinámica un error que es importante erradicar, so pena de desperdiciar tiempo y esfuerzo en el sentido opuesto a lo que se debía: la obsesión.

Muchas personas se consideran obsesivas, como si la obsesión fuese un defecto que se puede y debe asumir, como si se tratase sólo de una forma de perseverancia que se profesa con modestia… No. Ser obsesivo es perseverar en el sentido errado. Es saberse errado y continuar en el mismo camino. Otras veces, el obsesivo es el que se niega simplemente a analizar y evaluar lo que está haciendo, como si eso fuese una mera pérdida de tiempo.

El compromiso es determinante en la plena realización del ser humano en cuanto tal. Las creencias y convicciones deben hacerse concretas en la vida de cada uno de nosotros. La fidelidad a la palabra dada es un valor transcultural. Ser fieles en nuestros compromisos nos honra y dignifica. Nuestra palabra es un momento que atestigua nuestra identidad, o, por lo menos, permitirá evaluar al final de forma muy concreta quien somos.

Los actos son más importantes que las palabras. Pero serían más coherentes y bellos si formaran parte de un programa soñado, pensado y deseado. Desistir de un proyecto sólo es errado si se trata de un criterio acertado, que busca el bien; caso contrario, es la opción correcta. No se comprende como hay gente que valore el carácter de otro a través de la forma en que se mantiene fiel a una línea de conducta, independientemente de donde ella le lleve…

Obsesión es esperar junto a una pared, para que allí haya una puerta. Es estar convencido que todas las evidencias son apariencias engañosas, y ya que todo apunta en un determinado sentido, desistir de la idea inicial corresponde a una falta de integridad.

El compromiso será la forma más elevada que cualquier hombre tiene de asumir lo que es o quiere ser.

No dejando nunca de, esforzadamente, repensar todo a cada momento. Manteniendo el rumbo si ese fuera el camino cierto para el bien; alterándolo en la medida de lo necesario, si con eso el bien se alcanza más eficazmente; desistiendo, si cada paso o minuto proyectados nos apartasen del que es el mayor bien: la felicidad.

Ser feliz pasa por un compromiso personal, una voluntad férrea de no detenerse en dificultades, por mayores que sean. Pero siempre, sin obsesiones, porque eso es insistir en el mal, es no percibir que mucho peor que estar errado es querer continuar así.

Ser obsesivo es un compromiso serio, muy serio, como la estupidez. Perseverar en el mal, sin desistir de ello, no es siquiera una conducta digna de la inteligencia más rudimentaria.

La fidelidad hace que el hombre sea mayor. La obediencia es una de las formas más bellas de ser libre, porque un hombre puede escoger  ser feliz sirviendo un proyecto que no tiene siquiera que ser suyo… infelices serán todos cuantos juzgan que la libertad es hacer lo que le apetece, como si fuesen esclavos de sus apetitos. Quien lucha por sus sueños, sin obsesiones, se determina a ser mayor, mejor. Y se engrandece inmediatamente, con el primer gesto, el momento en que la realidad se le somete a voluntad. El momento en que los ojos se abren y los sueños deben comenzar a cumplirse.

Hay compromisos, sin ninguna obsesión, que comparten más de una persona, importa en esos casos pensar en la obediencia como una concesión bella e inteligente, la capacidad de que disponemos para cambiar nuestra felicidad individual por un sueño, soñado por más de una persona, cuya concretización supone la multiplicación generosa de las posibilidades de ser feliz en cada uno de los que comparten el mismo sueño…


Pero esto será algo absolutamente imposible de comprender por cualquier egoísta… ¡como lo son siempre los obsesivos!

martes, 25 de febrero de 2014

Nadie tiene muchos amigos


José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 18 Ago 2012 - 03:00


En este mundo cada vez más distante y desierto es urgente preservar al amigo, vivir el amor, para no ser sólo uno más.

La mayor parte de aquellos que nos son cercanos harán las maletas así que el cielo se cubra de nubes. A tiempo de que no les caiga ninguna lágrima nuestra en cima. Pero, desgraciadamente, también nosotros somos de los que se apartan cuando los que conozco dicen que nos necesitan…

Tal vez el lector se crea afortunado por contar con muchos amigos. Pero la sabiduría antigua advierte que vive feliz aquel que nunca tenga que poner a prueba a sus amigos… Sin embargo, nos creemos a nosotros mismos, casi siempre, como buenos amigos de otros… ¿pero será verdad que seremos capaces de serlo? ¿Cuál es el límite de adversidad a partir del cual  abandonaríamos ese papel? Al final, la dureza de la prueba de la amistad en nada se parece a la traca de sonrisas después de una broma. La vida real es en serio, pasa por muchos caminos duros hasta… encontrar caminos aún más duros. Ser capaces de pensar en alguien y no en nosotros mismos es, en este escenario, algo arrojado. Rarísimo. Casi ilógico. Sin reciprocidad garantizada. Solitario.

Es corriente (y errado) el prejuicio de que todas las personas aman. Como si amar fuese una especie de premio distribuido de forma universal y personalizada a todos y cada uno de los seres humanos. No. Muy lejos de eso. Pocas personas son capaces de amar, porque eso no es ninguna recompensa, sino una firmeza capaz para seguir adelante por los caminos más despiadados. Casi un castigo voluntario en nombre de algo mayor que nosotros.

Hay además que tener en cuenta que las cosas  que no tienen fin asustan a cualquier espíritu menos sólido, porque comprometen la esencia de una forma no egoísta, no permitiéndole vaguear/errar al sabor de los placeres inmediatos. Es así más simple de lo que parece: un amor que acaba, prueba que nunca llegó siquiera
 a existir.

Hoy, con las nuevas tecnologías, la ilusión de proximidad es de tal forma convincente que cada vez hay más distancias… pobrezas que se esconden por detrás de horizontes en forma  de escaparates de intimidad… gritos desesperados de quien se ve en un desierto de emociones… donde todos parecen felices pero, en realidad, cada uno vive en el fondo de un pozo.

Es porque hoy se busca más ser rescatado que rescatar, hay cada vez más víctimas y menos héroes…

Nacemos solos y morimos solos

A la tristeza de la soledad no le falta belleza ni grandeza. Pero el abandono de los que juzgábamos allegados revela tanto sobre ellos (los que se irán justo antes de empezar a llover) como respecto a nosotros mismos que, crédulos, creíamos ser una excepción. Nos cumple no seguir el ejemplo.

Si ser amigo es raro, abrigar un amor en el corazón lo es superlativamente. Todos los caminos no son para todos los caminantes y, ante todo los más penosos, sólo aquellos que perciben que hay valores más altos que la propia vida siguen adelante. Caminan incluso descalzos por donde fuera necesario para no dejar al amigo solo.

Hay quien considera que la amistad es una forma de amor. De acuerdo. El que ama es un amigo absoluto. Sin por qués ni para qués. Sólo para ser quien se es. Darse las manos y enfrentarse a las tempestades. Se vive, y se muere sin nunca hacer cuentas de lo que pasó. Ojos puestos en un sueño. El verdadero amigo será feliz aún con una vida cargada de sufrimiento, porque su existencia tiene sentido, al contrario de la abrumador mayoría de los demás.

En este mundo cada vez más distante y desierto es urgente preservar al amigo, vivir el amor, para no ser sólo uno más.

Es la  más despiadada de las tempestades la que naufraga ante la firmeza de una amor auténtico. Al final, ninguna tormenta dura para siempre.


lunes, 24 de febrero de 2014

No se debe soñar

José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 1 Out 2011 - 03:00
Actualizado há 1 ano 10 meses


Vivimos en el caos. Todo parece relativo, pues la falta de sentido no siempre nos preocupa. Se aborda la vida como un trabajo a cumplir, un coste. A veces se presenta una obligación, pero en la más estúpida de las ingenuidades: se quiere mucho, casi todo, aquí y ahora, ya. Y porque la realidad de este mundo nunca es tan generosa como el egoísmo le exige, se enfada. Se opta entonces por el sueño, se escoge dormir en vez de levantarse y salir a construir la vida.

La misión es simple: seremos lo que podemos ser. Este deber ser lo que se puede, no lo que se sueña, constituye como una fuente de sentido capaz de afrontar las peores de las horas pero, con todas las lágrimas y dolores que se sienten en la cara, en el cuerpo, en la inteligencia y en el alma. Una actitud valiente capaz de sobreponerse a la imaginación que nos alimenta los miedos. Que nos mantiene muertos en el sueño. Que nos invalida.

El camino es largo, lleno de derrotas, terrible hasta el punto de vernos varias veces enfrentados con la definitiva prueba de la fe: ir hacia adelante, seguir el camino en el preciso momento en que la desesperación  es más profunda, como Abraham con el cuchillo en ristre, se prepara para sacrificar nuestra alma.

¡Pero, es cuando se pierde la esperanza cuando se derrota al miedo!


Algo surge y nos garantiza que estamos en el camino cierto, la noche sólo retrasa el amanecer - hay una esperanza y una certeza mayores. Al final, si en este mundo no conseguimos ser todo cuanto podemos, entonces es porque no somos de aquí.

domingo, 23 de febrero de 2014

Ser y tener


Por José Luís Nunes Martins
publicado em 29 Abr 2011 - 03:00

Normalmente, en nuestras vidas, tendemos a considerar la situación material en base a los demás, valorando lo que ganamos y lo que perdemos por encima de todo el resto. Impropiamente, tememos perder lo que somos, nuestra esencia, en el caso de que nos sean sustraídos “bienes”.

En los días que corren, como país, nos tememos muchos futuros, aceptando incluso un “inevitable” abandono de la identidad común en el desarrollo de esta extraordinaria crisis… ¡como si después de la crisis no viniese nada!

Felizmente, lo que somos no se altera por la pérdida de lo que tenemos, así como no se altera por el  hecho de pasar a tener más. Se disimula o se exagera lo que se es, pero siempre y sólo en términos de volumen, nunca de esencia.

Puede fácilmente comprenderse que alguien desee tener lo que otro tiene, sean riquezas sean conocimientos, pero ser otro es algo completamente distinto. Incluso un desgraciado prefiere ser lo que es, con desgracias, a ser otro, sin ellas. Una elección viciada entre ser desgraciado y no ser.

En verdad, jamás dejaremos de ser quienes somos. Podemos cambiar, cambiar mucho, cambiar todo, pero siempre dentro de una unidad continua y consistente que es el ser de cada uno.

Somos hombres y, por mucho que no queramos morir, moriremos, pero abandonar lo que somos, dejar de existir, eso es cosa absolutamente distinta. Morir es sólo dejar de “tener” esta vida.


No dejamos de ser quien somos. Ni con la muerte.

Más hombres, menos hombre


José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 19 Maio 2012 - 03:00

Cuando alguien está en una situación en que necesita auxilio, es bien posible que cuanta más gente lo esté viendo, menor será la posibilidad de que alguien lo socorra. Así son los hombres en nuestros días. Temen la opinión ajena, como si la originalidad fuese una falta de respeto. El deseo de llegar al consenso, y así evitar las confrontaciones, es una de las mayores travas a la evolución. Es casi siempre más difícil resolver un problema en conjunto de lo que lo haríamos individualmente.

Los grupos tienden a comportarse como los peores de sus miembros, y en una circunstancia normal, hay siempre quien así certifica la mediocridad de todo.

Es indignante de veras ver como gran cantidad de personas se conforman con las decisiones de todos, como un instinto de supervivencia. ¿Pero cómo pueden pensar que la renuncia a sí mismo sea un paso para su progreso?

Desgraciadamente, la mayor parte de las personas, gente buena, acepta resignadamente las malas coyunturas en vez de hacerles frente. Tal vez el comportamiento de las personas corrientes dependa más de la situación que la envuelve que de su, muchas veces débil, personalidad.

Es pues de absoluta importancia que escojamos juiciosamente aquellos de quienes queremos estar cerca. Los grandes hombres tienen casi siempre pocos amigos. Una amistad o un amor, auténticos, son excepciones, no reglas. Es raro encontrarse a alguien  que nos levante cuando  estamos caídos, menos aún que lo haga sin vacilación e independientemente de que haya mucha gente mirando. Si después de levantarnos seguimos a su lado, llegaremos lejos. Muy lejos… Caminamos con Dios.

sábado, 22 de febrero de 2014

Historias sobre Jesús

Gonçalo Portocarrero de Almada

                                                      Ilustração de Carlos Ribeiro

Reza la crónica que Reza Aslan, de 41 años, musulmán iraní, residente en los Estados Unidos de América desde 1972, es académico y profesor de escritura creativa en la Universidad de California, Riverside. Su libro reciente, “El Zelote –la vida y el tiempo de jesús de Nazaret”, ahora traducido al portugués y objeto de amplio reportaje en el jornal “i” el 15/02/2014,  confirma su enorme creatividad, porque no es más que una obra de ficción histórica, en la que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Es curioso que, aunque nacido en una familia no creyente, Aslan, desde temprano, sintió una especial fascinación por lo trascendente. Con todo, su vida conoció no pocas ambigüedades: se entusiasma con el fervor religioso de la revolución iraní, pero se expatría en la supuesta tierra de Satán, que ni ahora, que es musulmán practicante, cambia por los rigores de la ortodoxia mahometana de su patria. Más tarde, después de participar en un campo de ferias evangélico, se adhiere al cristianismo, pero en una versión protestante y fundamentalista. Finalmente abraza la fe islámica pero, paradójicamente, continúa diciendo que Jesús de Nazaret “es un hombre interesante, que (…) dio un ejemplo que debemos seguir”, muy al contrario él no sólo no lo sigue sino que lo ha cambiado por Alá y por su profeta…

Es de agradecer este interés de autores musulmanes por Cristo, pero es extraño su silencio sobre Mahoma. ¿Será porque su religión, al contrario de la cristiana, que reconoce la libertad de pensamiento y de expresión teológica a sus fieles, no les permite opinar en términos teológicos? ¿O será porque este mal disfrazado empeño en desacreditar a Jesús de Nazaret es, al final, una acción de vanguardia del proselitismo islámico en occidente?

A pesar de decirse, en el referido reportaje, que “El Zelote” es “un retrato histórico, fruto de una investigación intensa”, la verdad es que la búsqueda debe haber sido escasa, porque las conclusiones nada tienen de histórico, ni de inédito.

Algunos ejemplos. Se afirma que el nacimiento de Jesús en Belén es un mito, pero no se aporta ningún dato histórico, ni se cita ninguna fuente que permita negar la veracidad de los dos textos bíblicos del siglo I que lo atestiguan, ni la antiquísima tradición local en ese sentido. Siendo de Nazaret María y José, opina Aslan que Jesús “debe haber nacido” allí, pero esta suposición carece de fundamento. No es inverosímil que se nazca en otra tierra que no sea la natural de los progenitores: se de una familia de ocho hermanos, cuyos padres y abuelos eran todos de Lisboa y, en cambio, cuatro hijos nacieron en el extranjero. En la historia, como en la vida, no todo es lo que parece.

Otra afirmación infundada: Jesús era “probablemente un hombre casado”. ¿Alguna prueba? Ninguna, pero Aslan supone que “es más probable que Jesús haya tenido hijos y estado casado”. Con la misma razón, o falto de ella, podría también suponer  que, siendo la mayoría de los actuales ciudadanos portugueses casados  y  con hijos, también cualquier padre debería ser, para él, “probablemente un hombre casado” y “con descendientes…” Sucede que una mera probabilidad no es un hecho y la historia se construyó a partir de la realidad y no a base de fantasías.

Quizá para aproximar nuestro Cristo a su Mahoma, presenta a Jesús como un imperfecto suceso revolucionario. Olvida, mientras tanto, que el divino carpintero de Nazaret nunca pretendió cualquier poder humano, aunque este le fuera ofrecido por el pueblo, que lo aclamó como rey. Pero aún así, la ambición de poder es, para el Evangelio, la peor tentación, que Cristo rechazó rotundamente. No así Mahoma, cuya creencia se asume como política y está en el origen de los regímenes islámicos teocráticos.


Es tal la imaginación del autor que llega a pormenores que resultan ridículos, como cuando sentencia que “Pilatos no se habría lavado las manos”(¿¡). El hecho es irrelevante en sí mismo, pero no la gratuidad de la afirmación, para la cual no presenta, ni una sola vez, ningún soporte histórico creíble.

Finalmente, “El Zelote” no es otra historia de Jesús de  Nazaret, sino una historia de un Jesús imaginario, que no el Jesús de la historia. Sólo este es, de hecho, el Cristo de la fe.

Más allá del hoy


jornal i
22 fevereiro 2014
http://www.ionline.pt/iopiniao/alem-hoje


                                                      Ilustração de Carlos Ribeiro

Cada vez más se vive el momento. Huimos del pasado y tenemos miedo al futuro, lo que implica que nos vemos  forzados a vivir un presente demasiado pequeño.

Los tiempos de descanso deben ser ocasión de trabajo interior. Pero, va siendo cada vez más raro encontrar gente con memoria, así como también es raro encontrar personas con discernimiento suficiente para comprometerse en proyectos a largo plazo.

Se navega a la vista… sin riesgos, sin éxitos ni fracasos… sin sentido. Vamos dando las respuestas mínimas al mundo y a los otros, en vez de ser protagonistas de nuestros sueños y héroes a pesar de nuestras derrotas.

El pasado y el futuro no son mentira. Son partes de la verdad. Soy lo que fui y lo que seré. Una identidad que vive en el tiempo, una coherencia que se construyó a través de diferentes espacios y tiempos, amando lo que hay de eterno en cada momento. Elevando el espíritu por encima de la realidad concreta de este mundo.

Una existencia auténtica –una vida con valor- se construyó con una estructura sólida, equilibrada y abierta a horizontes más distantes en términos temporales. Un presente mayor, con más pasado y más futuro. Seremos quienes somos, con los ojos abiertos.

No debemos vivir día a día, pero sí semana a semana, mes a mes, año a año… necesitamos asumir que nuestra vida es tan bella como enorme, huyendo de la lógica triste de intentar aprovechar cada día como si fuese el último… ¿ no será nuestra vida  mucho mayor y más profunda que eso?

Sin referencia al pasado y sin responsabilidad ante el futuro, el momento no es presencia, es ausencia.

viernes, 21 de febrero de 2014

De los sufrimientos útiles y de los inútiles.


Por José Luís Nunes Martins
publicado em 24 Nov 2012 - 03:00

Conocer la historia de la vida de alguien puede revelar muy poco respecto de lo que ella va a hacer hoy. Las circunstancias cambian, la capacidad de escoger se altera, el simple hecho de estar convencido de estar siguiendo una línea puede ser lo suficiente para querer salir de ella.

Es cierto que el ser humano tiende a refugiarse en el hábito. Pero es también verdad que nunca deja de ser libre, aunque permanezca fiel a una determinada opción. Ser fiel a sí mismo es sinónimo de una libertad elevada, asumida y fuerte. Pero hay pocos hombres libres hasta este punto.

La consciencia reescribe los datos del pasado a fin de crear narrativas más o menos fantasiosas que, o nos disminuyen los fallos o nos aumentan los aciertos. Así, la imagen que tenemos de nosotros mismos es casi siempre fruto de esta distorsión. Verdaderamente, tal vez no seamos tan exitosos, inteligentes y dotados como nos juzgamos… tendemos a mirarnos como héroes que ya superaron mil y un cabos de otras tantas, o más, tormentas.

Hay en estas narrativas a posteriori un error corriente. Se trata de la idea de que hay una relación directa entre el valor del objetivo que se pretende y el sacrificio que es necesario para lograrlo. Como si las cosas buenas tuviesen siempre un precio justo a pagar en dolor, directo y proporcional. No es así. El sufrimiento de un camino, por sí sólo, no es garantía de que el camino sea, siquiera, cierto.

Se tiende a promover el sufrimiento como la pena a pagar por lo que es bueno. De este modo, hay muchas historias donde la moralidad subyacente es la de que sólo con espíritu de sacrificio se pueden alcanzar bienes valiosos. En la realidad, a veces es así como acontece, pero no siempre. Muchos más son los sacrificios que se hacen por  alcanzar… cosa humana. Hay, desgraciadamente, mucho dolor en vano. Y hay bienes, muy valiosos, raros, al alcance de nuestra mano, aquí, ahora… ¡y no los valoramos por ser tan sencillos!

El sufrimiento no es bueno. Es un mal. Y, todo aquel que quiere ser feliz, debe luchar contra el mal, en el campo del enemigo – si necesario fuese, pero nunca haciéndola en su propia casa.

Hay sufrimientos inevitables que llegan en la vida, no es necesario escoger lo que puede ser evitado.

Tampoco vivimos para estar alegres a cada minuto. La felicidad es una forma de caminar, más que un premio al final de cualquier camino escabroso. Debemos aprender a afrontar la vida con generosidad, dando siempre lo mejor de nosotros mismos, y, cuando fuere tiempo de afrontar el sufrimiento, que lo hagamos entonces con corazón lleno de amor, no por el dolor, sino por la vida.

Nacemos con una voluntad grande de vivir, pero hay quien teme tener que estar sufriendo a cada hora… ora porque no tiene lo que desea; ora porque lo tiene pero teme perderlo; ora, finalmente, porque perdió lo que tenía.

Aquí, tal vez sea así más justo mirar la vida como una dadiva continua que envuelve un mundo inmenso de posibilidades. Pero, tal vez la esencia de la vida sea su dimensión intemporal. Eterna. De ahí, esta voluntad profunda que es la certeza de un infinito.

Hay instantes en que experimentamos lo eterno aquí. Siempre breves. Sencillos. Pero una señal. Como un rayo de luz que nos ilumina el camino a partir del destino. A partir de nuestra casa.


Ser feliz tal vez pase por una capacidad de compartir nuestro camino, de aceptar como nuestras las dádivas de las alegrías y de los dolores de otros. Obedeciendo humildemente, a cada instante, a nuestra esencia, a esta voluntad infinita de ser feliz, en los caminos de este mundo, a pesar de todo. Luchando contra todo sufrimiento. Contra todo mal.

jueves, 20 de febrero de 2014

Dolores y sueños


José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 21 Abr 2012 - 03:00

Los tiempos no son fáciles. Las personas se revelan más cuando es así. Son muchas las desilusiones. Algunas personas son monótonas, superficiales y viven sólo porque la vida no les exige gran cosa para tenerlas por acá. Estos pobres de espíritu voluntarios están siempre llenos de sí y se hacen compañía unos a otros.

A pesar de eso, hay también aquí gente que decidió tener una existencia profunda. Andan muchas veces solos. El dolor hondo que llevan en el pecho está abrazado al sueño.

Como si el sufrimiento rescatase al hombre, despertándolo de una vida sin sentido a una existencia plena que, aunque comienza ahora, no acaba aquí.

El más profundo dolor de la soledad es el de aquellos que saben amar, pero que perciben que aquí es muy difícil rescatar a quien no se quiere salvar a sí mismo. Pero los héroes del dolor y el silencio, aunque la vida y los otros les corten las alas, siguen siempre su destino aunque sea a pie, por entre tanta gente que, echada por tierra, parece gustar incluso de los olores nauseabundos de la superficie de este mundo.

Sólo quien sufre sueña. Sólo quien sueña vive. Sólo quien vive sufre. Así son aquellos que saben hacer que las nubes derriben montañas.

Después, al final de esta vida… poco me interesa si mi cuerpo se va a pudrir en una magnífica tumba o en una fosa común. Me importa más saber por donde andaré mientras aquí este cuerpo mío se pierde.


Finalmente, los verdaderos sueños de un hombre esperan por él, pero muy lejos del sitio donde acostumbra dormir.

miércoles, 19 de febrero de 2014

El mal: atentado a la integridad


Por José Luís Nunes Martins
publicado em 23 Mar 2013 - 03:00


El mal no es una entidad. No existe por sí solo, no tiene sustancia ni consistencia, no puede ser visto con los ojos. Es una ausencia de bien –una carencia en el ser. Herida que corrompe hasta el fondo, albergándose en la intimidad a fin de destruirla completamente

Se trata de algo con una extrema crueldad que desea aniquilar lo que hay de más humano en el hombre: nuestra integridad. El mal se manifiesta en una voluntad potente que pretende elevarse a un estatuto de dios por medio, no de la creación, sino de la destrucción.

La estrategia es intemporal e inmutable: dividir para dominar, fragmentar para empobrecer. Siempre desde dentro, siempre en una base de confianza próxima con la que, sin gran dificultad, alcanza los puentes que componen los fundamentos de nuestro corazón. Así se destruyen identidades, familias, instituciones… así se van deshaciendo las partes del mundo que prefieren los prejuicios que esterilizan la fecundidad del amor.

Mientras el bien crea, reúne y completa, el mal separa, obstruye y fragmenta. Conversión, perversión: la primera produce una verdadera alianza de todas las partes; la segunda hace de cada elemento un rival de cada uno de los demás.

En el universo, un agujero negro es algo que se consume a sí mismo, al mismo tiempo que absorbe toda la materia y luz que llega a su alcance. Excelente metáfora de cómo actúa el mal: un egoísmo que se alimenta de sí mismo, atrayendo hacia sí todo lo que pasa cerca de él para dominarlo por medio de la anulación.

El hombre es un escenario donde se debaten el bien y el mal, pues nuestra condición exige, en cada momento, que cada uno de nosotros decida libremente lo que pretende hacer de sí mismo. Son muchas las tentaciones que revolotean delante de nosotros, caminos de aparente facilidad que prometen todo… pero que nunca cumplen lo que prometen. En el calor del momento, disculpándonos por nuestra no omnipotencia, cedemos a la maldad… después, y aún sin plena consciencia, atribuimos al destino lo que fue, al final, de nuestra responsabilidad…

Existen varias formas de mal, muchas de las cuales son completamente extrañas a la voluntad humana, y esas también abren abismos en el mundo… escandalizan aún más porque escapan a cualquier intento de comprensión… El sufrimiento aparentemente gratuito de inocentes es un misterio. ¿Pero será esa la razón suficiente para calificar al mundo de absurdo?

Muchos pensadores juzgan que la existencia del mal es un hecho suficiente para concluir la no existencia del bien. ¿Pero que sería el mal sin el bien? El mal se mide por el bien que destruye.

El mal es la prueba inequívoca de la existencia del bien.

Culpar a Dios por la existencia del mal es una tentación permanente que sirve para el propósito de excusarnos de luchar contra un enemigo que, de esa forma considerado, deja de ser nuestro, pero que, en cuanto adoptamos esa actitud, encuentra las puerta abiertas para la destrucción de nuestra paz. Por otra parte, él nunca derriba puertas…

¿Qué podemos nosotros contra el mal? Con tiempo y en silencio, cuidar de la integridad de lo que somos. Nunca con prisas. Nunca con argumentos.

El mal es opuesto a toda especie de pureza… se despliega en tentativas incansables para destruir. Todos los días. Hacer el bien es ser capaz de amar de nuevo siempre. Todos los días. El milésimo día como el primero…

Al respecto de ello decimos que,  el mal es siempre fruto de una elección… donde el bien es también siempre una posibilidad… Si es un hecho que podemos concebir un mundo donde sólo existe el bien, no conseguimos siquiera imaginar un mundo donde sólo exista el mal.

Entonces, ¿si el mal no tiene valor, qué sentido puede tener una mala vida?


Sólo el amor da valor, sentido y paz a la vida de cada uno de nosotros.

Dios escogió ser pobre



José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 24 Dez 2011 - 03:00

Son muchos los que creen que Dios es infinitamente bueno y misericordioso, pero es un completo absurdo que haya descendido a la Tierra para vivir como nosotros y, peor aún, que haya terminado su vida en una cruz.

Este hombre, que era Dios, quiso vivir nuestra vida y morir nuestra muerte. No llegó envuelto en honras y nunca las quiso. Prefirió siempre ser sencillo, teniendo sólo lo esencial, nada más. Llegó hasta nosotros para amarnos y vivir con nosotros. Nos pidió que fuésemos al encuentro de nuestros semejantes más pobres, tal como Él hizo con nosotros.

Felices de nosotros si, por lo menos en el día de Navidad, nos sentimos de la misma familia de los pobres, los dolientes, los que lloran y de todos los que sufren; somos tan desposeídos como ellos en otros aspectos de nuestra vida, y más felices seríamos si diéramos un paso en su dirección. Amar a alguien e ir a su encuentro.

Uno de los más admirables poderes de este Dios que se hizo hombre no cosiste en responder a nuestras dificultades con milagros, sino en darnos a todos nosotros la posibilidad de transformarnos, de transformar nuestras vidas y, a través de eso, el mundo en que vivimos. Nos dio hombros fuertes, a fin de que fuéramos capaces de cargar nuestra propia cruz y de este modo ayudar a los otros a cargar también las suyas.


Tal vez el sentido de la vida sea hacer vencer el Amor sobre el egoísmo.

martes, 18 de febrero de 2014

La dureza de la fe


Por José Luís Nunes Martins
publicada el 30 de marzo 2013 - 03:00

Casi siempre se reza en un vacío, sin luz, y en un silencio propio de un desierto, donde prácticamente nada se ve, o se deja oír. Esta ausencia de respuesta acaba por alimentar muchas veces el temor de que podamos estar, finalmente, absolutamente solos.

Pero, interesarnos por el bien de alguien no implica que estemos donde esa persona nos pueda ver u oír… Procurar el mayor bien de alguien no pasa por hablarle constantemente

La fe es la certeza convencida de que no se ve –pero es también la base de la desconfianza que hace temblar la tierra bajo los pies-. Nunca fue, ni será, una garantía contra todas las dudas, disgustos y sufrimientos.

La fe hace que se sienta, sin sentir, como si fuera… un soplo en la cara… y con él se aprende que existen  fuerzas que no se ven… otras, más fuertes aún, que ni se sienten. El viento, tal como el amor, no se conoce sino por lo que hace. Nunca nadie lo vio, pero tampoco nunca nadie lo puso en duda.

Sólo se ama en silencio. De la misma manera también a quien se puede ver. Se ama lo que está detrás de las palabras. Se ama la presencia. Se ama la vida.

Jesús no es el héroe de ningún cuento de hadas. Está aquí, aunque nadie Lo vea. Siempre cerca, también del que no cree. En un silencio donde gravita la absoluta certeza de que nos amará hasta el final, o sea, para siempre.


Vivió, murió y resucitó. Pero resucitar no es volver a este mundo, es pasar a vivir, para siempre, en otro del que éste forma parte.

lunes, 17 de febrero de 2014

La verdad cambia constantemente


José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 10 Dez 2011 - 03:00

No hay nada más permanente e inmutable que las soluciones temporales. Así como nada hay más efímero que una solución definitiva.

El mundo cambia –y nosotros debemos cambiar con él. Probemos a leer los diarios con dos o tres semanas de retraso y veremos que hay en todo una transformación incesante, con saltos gigantescos o, a veces, con una lentitud exasperante, pero siempre sin mucha lógica. Nada es lo que fue. Una de las cualidades más brillantes de la esencia de la vida es ser siempre nueva. Eternamente joven.

El declive de la vida acontece cuando  se comienzan a considerar memorias en lugar de los sueños. El recuerdo es, aquí, una especie de asignatura de capitulación de sí. Tal vez también por eso, la saudade nunca afecta a los más jóvenes, que perciben bien que en cada día todo comienza de nuevo. Verdaderamente, sólo los que son viejos se empeñan en mirar para atrás, como si pudiesen vivir en dirección a lo que ya fueron.

La coherencia es una de las preocupaciones del espíritu  humano al que debemos cuidar de mantener abierto. Ella es, a veces, una enemiga de la verdad. La realidad, tal como la conocemos, se altera, y lo mucho hoy puede ser nada mañana. La verdad no es estática ni sólida. Su valor le viene también de su permanente atención al detalle de cada momento; es ágil y se recrea.

Es la verdad. Lo que no cambia es que ella cambia. La coherencia, en este sentido, es artificialidad y resulta de la impaciencia.

Hay que vivir para adelante, sin sacar conclusiones, sin miedo a lo nuevo, creyendo que habrá siempre suelo firme debajo de nuestros pies. Incluso si el camino es hacia el cielo.



domingo, 16 de febrero de 2014

Náufragos que navegan tempestades


José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 1 Set 2012 - 03:00
                                                         Ilustração de Carlos Ribeiro

El sufrimiento es muchas veces mayor, y más honroso,  precisamente porque casi nadie quiere saber lo que siente el que sufre, porque además, pudiéndose compartir, es contagioso.

Las tempestades son siempre períodos largos. A pocas personas les gusta hablar
de estos momentos en que la vida se vuelve fría y anochece, prefieren historias de
playas divertidas a las profundas tragedias de tantos naufragios que son, al final, los verdaderos pilares de nuestra existencia.

La gente superficial tiende a pensar en quien sufre como débil… cuando débiles son los que evitan a cualquier precio mares revueltos, tempestades en que cualquiera se siente minúsculo, pero sólo los que no aspiran a la perfección verdaderamente. Para la gente de corazón pequeño, cualquier dolor es grande. Los hombres y mujeres que asumen su destino saben que, más pronto o más tarde, morirá, pero aún les cabe una decisión: desistir para huir o morir sufriendo de frente.

De la muerte salimos, para la muerte caminamos. Lo que aquí sufrimos bien puede ser la forma que tenemos de aproximarnos de corazón a la verdad.

Habrá siempre quien sea maestro de tertulias y piloto valiente de naves ajenas, los que saben siempre de todo, principalmente lo que es (d)la vida de otro, y más específicamente si estuviera para pasar un mal trago. Luego se apresuran a decir que después de la tempestad viene la bonanza, y que ellas son tan fuertes como pasajeras… sin preocuparse de entender, o al menos recuerden, que quien está preparado para sufrir siente profundamente cada gota de lluvia que le moja y arruina el presente y los sueños… y que después de cada gota de lluvia viene, casi siempre, otra y otra… y sólo una gota será la última…

Las tragedias tienden a sucederse más que a intercalarse. Hay quien vive una vida entera sin un motivo para sonreír. Sin ser feliz nunca. Pero es ese, precisamente, alguien que merece más que los demás la admiración de sus semejantes. Admiración, porque héroes no son los que pasan la vida festejando, sino los que, aunque llenos de frío, en noches oscuras de tempestad, pudiendo incluso morir a la espera de mañana, acogen el dolor y la tristeza como cosas suyas y viven, a pesar de todo. De todo. Con una certeza: todo tiene sentido, aún cuando no se sepa cuál.

Hay hombres y mujeres que pasan sus noches en desgracia viva y despiertas, y mientras los otros duermen, ven el nacimiento del sol y sueñan… bastándoles, a veces, nada más que un soplo de viento en el rostro, que sienten como un beso, para que aparezcan más fuerzas donde no había, y se enfrente todavía a un día más, sufriendo, doliéndole, pero viviendo.

La tristeza, que tantas veces se combate, es un estado del alma más denso y más puro de lo que se acostumbra a considerar. Es más real. Huir de él será huir del duro camino que nos hará caminar felices, aunque por entre incontables sufrimientos, aparentemente sin sentido.

Los antiguos creían en dioses inventados por los hombres que, mortales, vivían sin que el miedo a la muerte los hiciese retroceder. Creían también que no hay victoria sin superación de los obstáculos, no hay gloria en la fuga, ni en la desgracia ajena. Hoy, las gentes piensan de forma bien diferente. Dicen que basta, que hay que resistir, para no dejarnos ir abajo, que los momentos menos buenos deben ser sólo oportunidades para el éxito y otras tonterías por el estilo. El sufrimiento es muchas veces mayor, y más honroso, precisamente porque casi nadie quiere saber lo que siente quien sufre, y además porque, pudiéndose compartir, es contagioso… Pero dos héroes serán siempre más  que uno y ninguno de está solo.

Si el lector conoce a alguien que sufre, siéntese o échese a su lado y, siempre en silencio, permanezca relajado.


El dolor nos aproxima a la perfección.

sábado, 15 de febrero de 2014

Próximo, ni lejos ni demasiado cerca



Por José Luís Nunes Martins
publicado em 15 Fev 2014 - 05:00

                                                       Ilustração de Carlos Ribeiro

Es igualmente difícil admirar y promover el bien de nuestro hermano, de nuestro colega de trabajo, de nuestro compañero… pero es por ahí por donde se empieza a cambiar el mundo.

Nos es siempre más fácil cuidar de quien no está próximo… todo se pasa como si no tuviésemos obligación alguna de conquistar y cuidar de los que viven  aquí mismo, de los que conozco. Como si nuestra familia fuese un hecho consumado, adquirido y asegurado. Somos capaces de invertir horas  en animar a una amistad a distancia, al mismo tiempo que nos saturamos con una simple pregunta, o gesto de ternura de aquella persona con quien estamos todos los días…

En el polo opuesto, encontramos relaciones que se anulan en cuanto estrechan demasiado las distancias, aniquilando las diferencias que eran su riqueza. Es esencial  que se reconozca al otro el derecho y el deber de ser quien es, de forma independiente y auténtica, sin que ninguno interfiera en eso.

No nos gustan tampoco los profetas de nuestra tierra… no es nada fácil ni corriente que admitamos que aquella persona que está allí, que conozco, cada día es, en verdad, mucho mejor de lo que solemos juzgarla. Como si el reconocimiento de su grandeza nos disminuyese, cuando, tantas veces, su talento se debe también a nosotros… a pesar de todo!

Amar es aproximar. Hacer próximo a quien está más lejos. Dar más espacio a quien esté demasiado cerca. Crear lazos de familia. Hacer el camino de vida en paz y armonía, con quien sigue a nuestro lado. Aceptando que habrá siempre escenarios que, a lo lejos, nos parecen mucho mejores…

La pérdida repentina de alguien próximo encierra, muchas veces, la tragedia adicional de revelar nuestra culpa por no haber sido capaces de hacer lo posible por su felicidad… sólo en estos escenarios algunos se dan cuenta de la belleza de la bondad de quien estuvo siempre allí… invertimos tanto tiempo en cosas que no tienen valor alguno… robándolo a quien lo merece… privándonos de ser mejores.

Es igualmente mucho más difícil admirar y promover el bien de nuestro hermano, de nuestro colega de trabajo, de nuestro compañero… pero es por ahí por donde empieza a cambiar el mundo. Creando lazos verdaderos con quien nos es próximo. Entregando lo mejor de nuestra voluntad a los que están al alance de nuestra mano.

Debemos prestar atención a las novedades de los que conozco, abriendo nuestra inteligencia (y nuestro corazón) a la abundancia singular que cada día trae a cada vida…esto en vez de dejarnos encantar y engañar por personas nuevas que, tantas veces, poco más tienen a su favor que nuestro desconocimiento de su verdad…

Soñamos encontrar alguien extraordinario, llegado de un cielo cualquiera, que nos de acceso a una felicidad sin dificultades, una especie de perfección preparada para vivir. Soñamos que sólo así llegaremos a ser quien somos… cuando, verdaderamente, nuestro valor depende de lo que seamos capaces de alcanzar por el coraje de nuestro esfuerzo… la conquista es sólo el primer paso del  largo, doloroso y esencial camino del amor.

Importa derribar las barreras del egoísmo y superar las distancias  que nos separan  de los que están aquí. Abrir espacio y tiempo al amor.

Tal vez nos disguste que aquellos que nos conocen, sepan lo peor de nosotros… que no se dejen maravillar por nuestras cualidades… pero, ¿no será que conocen nuestra capacidad de amarlos?

Proximidad no es invasión de  intimidad… amar no es atar… es dejar ser y admirar. Perfeccionar no es conformar a  nuestra imagen…

Amar es aproximarnos y mantenernos próximos… vivir juntos la aventura de ir dándonos la mano  y de ir creciendo así… cogidos de la mano. Procurando perdonar más que ser perdonado.

Es preciso protegernos unos a otros en el corazón de nuestras familias, aunque no sea lo normal… la familia es aquella casa donde todas las puertas están todas abiertas… donde hay siempre respeto, aún cuando el amor parece imposible.


viernes, 14 de febrero de 2014

La belleza de las mentiras


José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 7 Jan 2012 - 03:00

Las palabras son una fuente abundante de confusión. En la mayor parte de los casos, es al hablar cuando la “gente” no se entiende. ¿Cuántos problemas se evitarían si dominásemos el arte del  “ni intentar decir? Quien calla, por lo menos no miente.

Con pocas hipótesis de refutación, el silencio es siempre un buen argumento, prácticamente indestructible si es usado en el tiempo adecuado. Las palabras poco dicen, prometen –pero no cumplen. Sólo la acción expresa la verdad.

Optar por no decir es una de las mejores decisiones. Se oye más y mejor, poniendo la atención en la realidad y no en el normal ensimismamiento de hablar hace olvidar. En la abrumadora mayoría de los casos, las palabras son sencillamente innecesarias, engañan y distraen, se explican y se justifican unas a otras, pero casi nunca consiguen cumplir lo que prometen conseguir: llevar algo de un interior a otro.

Las palabras son cosas de este mundo, viven en las circunstancias, a la vez que el silencio ya señala la presencia de otro mundo aquí. Tal como piedras, las palabras son demasiado duras para significar lo esencial. No se adaptan, alteran la realidad hasta el punto de que pueda ser dicha.

Es, por ejemplo, perturbadora la confianza de los que creen ser capaces de describir el amor que creen sentir… en verdad, o no es amor y cada palabra es un engaño –tanto mayor cuanto más bella flor- , o es amor y, entonces, una mirada basta.

La verdad no depende de la cantidad ni de la cualidad de las palabras que se usan para decirla. La verdad, más que dejarse decir, se escucha… y escucha.

De la libertad y la verdad


Por José Luis Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 8 Out 2011 - 03:00


En los momentos de crisis, todos nos agarramos a lo que parece dar seguridad.

Cuanto más difíciles son las coyunturas, más el vértigo del error se apodera de nuestra capacidad redecisión. La responsabilidad de vivir siempre en el tiempo, que por su esencia jamás vuelve atrás, nos va preparando, mejor o peor, para gestionar los instantes más exigentes. Muchas veces fingimos y huimos, creyendo que la naturaleza es cíclica y  los plazos largos… lo que está claramente fuera de la verdad.

En circunstancias difíciles, la calidad de nuestra referencia es puesta a prueba. Es tiempo de experimentar lo que nos prometió que soportaría. Pero se descubre que casi todo es embuste, que poco hay de verdaderamente seguro. Y es en este casi vacío donde se revela la verdad: estamos solos y dependemos sólo de nosotros. Algunos entienden que se trata de un don, otros de una condenación. Unos sonríen, otros lloran.

La libertad es más que el poder escoger, es agarrar la vida como materia prima y hacer con ella una obra personal, algo que, más o menos, soy yo. Es el verdadero don (tal vez divino): ser libre. Poder dar sentido a la vida, dándole un punto de partida, un rumbo, un sustento y un verdadero fin.

La verdad sólo puede surgir en un contexto de libertad. Para que las cosas y las personas se revelen, es preciso dejarlas ser. Sólo cuando se da libertad se puede esperar la verdad. Al final, la esencia de la verdad es la libertad.


jueves, 13 de febrero de 2014

Igual es imposible



José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 17 Dez 2011 - 03:00

La zona más perezosa de la inteligencia tiende a encontrar semejanzas entre personas, situaciones y simples objetos.  Ahora bien, la zona más elevada de nuestra capacidad de pensar detecta diferencias. Nuestro universo mental tiende a refugiarse en lo que ya conoce e integra la novedad como simple variación de lo conocido. Una persona que acabamos de conocer, por ejemplo, tiende a ser encuadrada siempre como parecida a otras que ya conocemos, y llegamos al punto de determinar, como una fórmula química, la cantidad de cada uno de los constituyentes básicos en todo lo que tenemos delante de nosotros.

En fin, mentes más básicas muy difícilmente son sorprendidas, porque se vuelven expertos en refugiarse en un conjunto que creen  que es el máximo mundo posible.

Más raro, pero muchísimo más inteligente, es, lo mismo pero ante cosas superficialmente parecidas, descubrir las diferencias. En cada cosa nueva puede descubrirse la excepción que lo universal allí nos revela.

Tal vez por eso nos sintamos realmente vivos en los momentos inesperados, cuando no hay ningún plan previsto. En esos instantes, como cazadores, nos dejamos diluir y envolver en el ambiente y permanecemos atentos a cada pequeña sorpresa. Pero pasado algún tiempo se relaja la inteligencia y acabamos acomodándonos, cambiamos un absoluto gozo de la vida por un cómodo juego de cromos repetidos.


En el camino de la sabiduría se aprende a admirar, a callar más que hablar, hasta lograr un punto donde se comprende que ni siquiera en la paz de un espíritu sublime existen tan  siquiera dos silencios iguales.

Crónica del desasosiego

Por José Luís Nunes Martins
en Jornal i
publicado em 24 Mar 2012 - 03:00


El hombre es del tamaño del sufrimiento que fuera capaz de soportar por amor. Cuando es así, la llama de la esperanza que iluminan los sueños no puede ser apagada por invierno alguno. Cuanto mayor el sufrimiento, mayor será el interior de quien lo experimenta, pasando el tiempo más espacio habrá para acoger la alegría pura de los días que están por venir.


La soledad del dolor perfecciona al individuo en la medida en que le permite profundizar en sí mismo a partir de esa herida que en la superficie lo hace gritar.

El sufrimiento robustece el esqueleto y mantiene el espíritu humano erguido. A veces, resulta de nuestras decisiones, pero no necesariamente las más, pues, muchas veces  es el camino del bien que tiene el precio más elevado. También puede ser  resultado de una decisión ajena. Otras aún, de ninguna decisión. En cualquiera de los casos es la prueba de la humildad.

Las lágrimas de la soledad, que siempre acompañan al que sufre, pueden ser señal de esperanza. Como si un grito sufrido quisiera recordar al mundo que es posible ser mejor.

Por amor, no se sufre en vano. Si amar es darse, también por el dolor perfeccionamos lo que somos. La tristeza va cavando cada vez más hondo, engrandeciendo un interior que la luz del amor llenará de gracia. El dolor es la tela donde el amor se pinta.

Los dolores parecen siempre eternos. El tiempo daña. Pero sólo las lágrimas de quien ama tienen sentido, cayendo siempre en busca de raíces de la fe que da la salvación.



miércoles, 12 de febrero de 2014

Las palabras también crean amor


Por José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 25 Ago 2012 - 03:00


Sólo lo que conseguimos decir a un niño pequeño, sin equívocos ni adornos, es realmente la verdad. Todo lo demás es… peor que el silencio.

¿Si resulta fácil estar de cuerdo con la idea de que las palabras pueden provocar grandes males, por que razón no pueden ser vistas como precursoras del mayor bien? Al final, siendo leves como el viento y fuertes como el mar, las palabras, y los silencios entre ellas, son capaces de traer y llevar a Dios, de crear y destruir el amor…

La palabra es el puente que hace posible el encuentro del hombre con el mundo. A veces, pesa tanto como una montaña, y tiene la espesura de las rocas, otras, es más leve que el aire y trasparente como un cielo. Las palabras nos expresan y nos impresionan.

Son actos puros. Establecen verdades, las crean, las alimentan y también les ponen fin. Son, o debieran ser, ecos de lo que pasa de forma silenciosa en las profundidades del alma. Las palabras más ricas no son precisamente las literarias de Nobel, sino las auténticas, las que traen consigo luz, un sentido para la vida. En este caso, son simples. Sólo lo que conseguimos decir a un niño pequeño, sin equívocos ni adornos, es realmente verdad. Todo lo demás es… peor que el silencio.

Hay momentos en que explotamos, momentos en que la vida se ilumina con una claridad de otro mundo. El amor aparece. En una mirada. En una simple palabra que trae consigo una intimidad total, que transforma el mundo e inaugura un nuevo futuro.

La palabra amor es utilizada para dar cuerpo a varias realidades, siendo algunas de ellas nada más que ilusiones y embustes… intentando hacerse pasar por lo contrario de lo que son.

El concepto de amor es tanto más definido y claro cuanto más sentimientos considerados próximos engloba, tales como amistad, esperanza, fe, saudade, pasión, etc., pero en un amor auténtico se funden en una realidad. Un solo sentir. En un corazón.

El amor también confunde, desordena y agita. Porque no es la regla, sino una excepción. Las categorías de normalidad, entre las cuales se encuentran las palabras, no fueron pensadas en base a un escenario de luz y calor, sino en un juego de fríos grises por donde el mundo ahora se muestra, ahora se esconde. Aquí, el amor desconcierta y destruye esa lógica de ser en el mundo.
Parece una locura a quien no lo conoce, o lo desea sin éxito. El amor verdadero es tranquilo como un cielo azul, a pesar de contener y palpitar truenos de esperanza.

Todas las palabras son superfluas si no vienen del fondo del corazón, pues cuando no traen esa luz sólo aumentan la oscuridad. La mayoría de los desacuerdos entre personas se debe a las palabras, o mejor, a la extraña idea de que es del diálogo, y no del amor, de donde nace el entendimiento.  Ellas son un medio. No un fin. Un medio de amor si compromete y aproxima al mundo.

Un detalle: las palabras dichas se distinguen de las escritas. Las primeras parecen volar, las segundas permanecen. El coraje de quien osa escribir es compensado con una honra desconocida en aquellas que no asumen el riesgo de escribirse. Hay, sin embargo, un restringido número de hombres que viven de cuerdo con valores más altos, para quien la palabra dicha tiene aún más valor que cualquiera escrita. Estos saben quienes son, se arriesgan a sentir y a cambiar el mundo, se comprometen de palabra, conocen su valor… y la cobardía de los olvidados y de todos los demás mentirosos.


El amor capaz de felicidad no es un deseo, porque no busca su propia satisfacción, sino más bien una forma de ser. Siendo, simplemente. No busca atrapar a otro dentro de sí, sino tan sólo conseguir que quien lo siente sea quien es. Como si quien ama se diese cuenta de que es sólo la mitad del valor de una verdadera sonrisa.