Por José
Luís Nunes Martins
en Jornal i
publicado em 24 Mar 2012 - 03:00
publicado em 24 Mar 2012 - 03:00
El hombre es del tamaño
del sufrimiento que fuera capaz de soportar por amor. Cuando es así, la llama
de la esperanza que iluminan los sueños no puede ser apagada por invierno
alguno. Cuanto mayor el sufrimiento, mayor será el interior de quien lo
experimenta, pasando el tiempo más espacio habrá para acoger la alegría pura de
los días que están por venir.
La soledad del dolor perfecciona al individuo en la medida en que le permite profundizar en sí mismo a partir de esa herida que en la superficie lo hace gritar.
El sufrimiento robustece el esqueleto y mantiene el espíritu humano erguido. A veces, resulta de nuestras decisiones, pero no necesariamente las más, pues, muchas veces es el camino del bien que tiene el precio más elevado. También puede ser resultado de una decisión ajena. Otras aún, de ninguna decisión. En cualquiera de los casos es la prueba de la humildad.
Las lágrimas de la
soledad, que siempre acompañan al que sufre, pueden ser señal de esperanza.
Como si un grito sufrido quisiera recordar al mundo que es posible ser mejor.
Por amor, no se sufre en
vano. Si amar es darse, también por el dolor perfeccionamos lo que somos. La
tristeza va cavando cada vez más hondo, engrandeciendo un interior que la luz
del amor llenará de gracia. El dolor es la tela donde el amor se pinta.
Los dolores parecen siempre eternos. El tiempo daña. Pero sólo las lágrimas de quien ama tienen sentido, cayendo siempre en busca de raíces de la fe que da la salvación.
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