José
Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 10 Dez 2011 - 03:00
publicado em 10 Dez 2011 - 03:00
No hay nada más
permanente e inmutable que las soluciones temporales. Así como nada hay más
efímero que una solución definitiva.
El mundo cambia –y nosotros
debemos cambiar con él. Probemos a leer los diarios con dos o tres semanas de
retraso y veremos que hay en todo una transformación incesante, con saltos
gigantescos o, a veces, con una lentitud exasperante, pero siempre sin mucha
lógica. Nada es lo que fue. Una de las cualidades más brillantes de la esencia
de la vida es ser siempre nueva. Eternamente joven.
El declive de la vida acontece cuando se comienzan a considerar memorias en lugar de los sueños. El recuerdo es, aquí, una especie de asignatura de capitulación de sí. Tal vez también por eso, la saudade nunca afecta a los más jóvenes, que perciben bien que en cada día todo comienza de nuevo. Verdaderamente, sólo los que son viejos se empeñan en mirar para atrás, como si pudiesen vivir en dirección a lo que ya fueron.
La coherencia es una de
las preocupaciones del espíritu humano al
que debemos cuidar de mantener abierto. Ella es, a veces, una enemiga de la
verdad. La realidad, tal como la conocemos, se altera, y lo mucho hoy puede ser
nada mañana. La verdad no es estática ni sólida. Su valor le viene también de
su permanente atención al detalle de cada momento; es ágil y se recrea.
Es la verdad. Lo que no
cambia es que ella cambia. La coherencia, en este sentido, es artificialidad y
resulta de la impaciencia.
Hay que vivir para
adelante, sin sacar conclusiones, sin miedo a lo nuevo, creyendo que habrá
siempre suelo firme debajo de nuestros pies. Incluso si el camino es hacia el
cielo.
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