miércoles, 12 de febrero de 2014

Las palabras también crean amor


Por José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 25 Ago 2012 - 03:00


Sólo lo que conseguimos decir a un niño pequeño, sin equívocos ni adornos, es realmente la verdad. Todo lo demás es… peor que el silencio.

¿Si resulta fácil estar de cuerdo con la idea de que las palabras pueden provocar grandes males, por que razón no pueden ser vistas como precursoras del mayor bien? Al final, siendo leves como el viento y fuertes como el mar, las palabras, y los silencios entre ellas, son capaces de traer y llevar a Dios, de crear y destruir el amor…

La palabra es el puente que hace posible el encuentro del hombre con el mundo. A veces, pesa tanto como una montaña, y tiene la espesura de las rocas, otras, es más leve que el aire y trasparente como un cielo. Las palabras nos expresan y nos impresionan.

Son actos puros. Establecen verdades, las crean, las alimentan y también les ponen fin. Son, o debieran ser, ecos de lo que pasa de forma silenciosa en las profundidades del alma. Las palabras más ricas no son precisamente las literarias de Nobel, sino las auténticas, las que traen consigo luz, un sentido para la vida. En este caso, son simples. Sólo lo que conseguimos decir a un niño pequeño, sin equívocos ni adornos, es realmente verdad. Todo lo demás es… peor que el silencio.

Hay momentos en que explotamos, momentos en que la vida se ilumina con una claridad de otro mundo. El amor aparece. En una mirada. En una simple palabra que trae consigo una intimidad total, que transforma el mundo e inaugura un nuevo futuro.

La palabra amor es utilizada para dar cuerpo a varias realidades, siendo algunas de ellas nada más que ilusiones y embustes… intentando hacerse pasar por lo contrario de lo que son.

El concepto de amor es tanto más definido y claro cuanto más sentimientos considerados próximos engloba, tales como amistad, esperanza, fe, saudade, pasión, etc., pero en un amor auténtico se funden en una realidad. Un solo sentir. En un corazón.

El amor también confunde, desordena y agita. Porque no es la regla, sino una excepción. Las categorías de normalidad, entre las cuales se encuentran las palabras, no fueron pensadas en base a un escenario de luz y calor, sino en un juego de fríos grises por donde el mundo ahora se muestra, ahora se esconde. Aquí, el amor desconcierta y destruye esa lógica de ser en el mundo.
Parece una locura a quien no lo conoce, o lo desea sin éxito. El amor verdadero es tranquilo como un cielo azul, a pesar de contener y palpitar truenos de esperanza.

Todas las palabras son superfluas si no vienen del fondo del corazón, pues cuando no traen esa luz sólo aumentan la oscuridad. La mayoría de los desacuerdos entre personas se debe a las palabras, o mejor, a la extraña idea de que es del diálogo, y no del amor, de donde nace el entendimiento.  Ellas son un medio. No un fin. Un medio de amor si compromete y aproxima al mundo.

Un detalle: las palabras dichas se distinguen de las escritas. Las primeras parecen volar, las segundas permanecen. El coraje de quien osa escribir es compensado con una honra desconocida en aquellas que no asumen el riesgo de escribirse. Hay, sin embargo, un restringido número de hombres que viven de cuerdo con valores más altos, para quien la palabra dicha tiene aún más valor que cualquiera escrita. Estos saben quienes son, se arriesgan a sentir y a cambiar el mundo, se comprometen de palabra, conocen su valor… y la cobardía de los olvidados y de todos los demás mentirosos.


El amor capaz de felicidad no es un deseo, porque no busca su propia satisfacción, sino más bien una forma de ser. Siendo, simplemente. No busca atrapar a otro dentro de sí, sino tan sólo conseguir que quien lo siente sea quien es. Como si quien ama se diese cuenta de que es sólo la mitad del valor de una verdadera sonrisa.

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