Por José
Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 25 Ago 2012 - 03:00
publicado em 25 Ago 2012 - 03:00
Sólo lo que conseguimos decir a un
niño pequeño, sin equívocos ni adornos, es realmente la verdad. Todo lo demás
es… peor que el silencio.
¿Si resulta fácil estar
de cuerdo con la idea de que las palabras pueden provocar grandes males, por
que razón no pueden ser vistas como precursoras del mayor bien? Al final,
siendo leves como el viento y fuertes como el mar, las palabras, y los
silencios entre ellas, son capaces de traer y llevar a Dios, de crear y
destruir el amor…
La palabra es el puente
que hace posible el encuentro del hombre con el mundo. A veces, pesa tanto como
una montaña, y tiene la espesura de las rocas, otras, es más leve que el aire y
trasparente como un cielo. Las palabras nos expresan y nos impresionan.
Son actos puros.
Establecen verdades, las crean, las alimentan y también les ponen fin. Son, o
debieran ser, ecos de lo que pasa de forma silenciosa en las profundidades del
alma. Las palabras más ricas no son precisamente las literarias de Nobel, sino
las auténticas, las que traen consigo luz, un sentido para la vida. En este
caso, son simples. Sólo lo que conseguimos decir a un niño pequeño, sin
equívocos ni adornos, es realmente verdad. Todo lo demás es… peor que el
silencio.
Hay momentos en que
explotamos, momentos en que la vida se ilumina con una claridad de otro mundo.
El amor aparece. En una mirada. En una simple palabra que trae consigo una
intimidad total, que transforma el mundo e inaugura un nuevo futuro.
La palabra amor es
utilizada para dar cuerpo a varias realidades, siendo algunas de ellas nada más
que ilusiones y embustes… intentando hacerse pasar por lo contrario de lo que
son.
El concepto de amor es
tanto más definido y claro cuanto más sentimientos considerados próximos engloba,
tales como amistad, esperanza, fe, saudade, pasión, etc., pero en un amor
auténtico se funden en una realidad. Un solo sentir. En un corazón.
El amor también
confunde, desordena y agita. Porque no es la regla, sino una excepción. Las
categorías de normalidad, entre las cuales se encuentran las palabras, no
fueron pensadas en base a un escenario de luz y calor, sino en un juego de
fríos grises por donde el mundo ahora se muestra, ahora se esconde. Aquí, el
amor desconcierta y destruye esa lógica de ser en el mundo.
Parece una locura a
quien no lo conoce, o lo desea sin éxito. El amor verdadero es tranquilo como
un cielo azul, a pesar de contener y palpitar truenos de esperanza.
Todas las palabras son
superfluas si no vienen del fondo del corazón, pues cuando no traen esa luz
sólo aumentan la oscuridad. La mayoría de los desacuerdos entre personas se
debe a las palabras, o mejor, a la extraña idea de que es del diálogo, y no del
amor, de donde nace el entendimiento.
Ellas son un medio. No un fin. Un medio de amor si compromete y aproxima
al mundo.
Un detalle: las
palabras dichas se distinguen de las escritas. Las primeras parecen volar, las
segundas permanecen. El coraje de quien osa escribir es compensado con una
honra desconocida en aquellas que no asumen el riesgo de escribirse. Hay, sin
embargo, un restringido número de hombres que viven de cuerdo con valores más
altos, para quien la palabra dicha tiene aún más valor que cualquiera escrita.
Estos saben quienes son, se arriesgan a sentir y a cambiar el mundo, se
comprometen de palabra, conocen su valor… y la cobardía de los olvidados y de
todos los demás mentirosos.
El amor capaz de
felicidad no es un deseo, porque no busca su propia satisfacción, sino más bien
una forma de ser. Siendo, simplemente. No busca atrapar a otro dentro de sí,
sino tan sólo conseguir que quien lo siente sea quien es. Como si quien ama se
diese cuenta de que es sólo la mitad del valor de una verdadera sonrisa.
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