Se hizo pobre para enriquecernos
con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)
Con ocasión de la
Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino
personal y comunitario de conversión.
La gracia de Cristo
- las palabras de san Pablo, ante todo, nos
dicen cuál es el estilo de Dios:
«Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por
vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9), Cristo, el Hijo eterno, igual al Padre en poder
y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, y no duda en
darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama.
- La
finalidad de Jesús al
hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza».
es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la
Encarnación y la Cruz.
¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos
libera y nos enriquece?
- Es precisamente su modo de amarnos:
+
Se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de
Dios.
+
Su confianza ilimitada en Dios Padre, como lo es un niño que se siente amado
por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura.
+
El hecho de ser el Hijo de Dios Padre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo
llevadero”, nos invita a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a
convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom
8, 29).
Nuestro testimonio
- Podríamos
pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que
nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los
medios humanos adecuados.
No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los
hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo.
- A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a
mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de
ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas.
- La
miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin
esperanza.
- Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria
material, la miseria moral y la miseria espiritual.
- La miseria
material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos
viven en una condición que no es digna de la persona humana. Frente a esta
miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas
heridas que desfiguran el rostro de la humanidad.
- Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el
mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y
los abusos, que, son el origen de la miseria.
- No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en
convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven
angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene
dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas
personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas
para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven
obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por
falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan
a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la
salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio
incipiente.
- Esta forma de miseria, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos
golpea cuando nos alejamos de Dios
y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que nos
bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso.
- El
Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual:
en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador
de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que
nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para
la comunión y para la vida eterna. Unidos a Él, podemos abrir con valentía
nuevos caminos de evangelización y promoción humana.
- Queridos hermanos y hermanas, que este
tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos
viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico.
La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien
preguntarnos de qué podemos
privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No
olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin
esta dimensión penitencial.
- Que el Espíritu Santo, sostenga nuestros propósitos y
fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria
humana, para que seamos
misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi
oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra
provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el
Señor os bendiga y la Virgen os guarde.
Vaticano, 26 de
diciembre de 2013
FRANCISCO
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