domingo, 16 de febrero de 2014

Náufragos que navegan tempestades


José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 1 Set 2012 - 03:00
                                                         Ilustração de Carlos Ribeiro

El sufrimiento es muchas veces mayor, y más honroso,  precisamente porque casi nadie quiere saber lo que siente el que sufre, porque además, pudiéndose compartir, es contagioso.

Las tempestades son siempre períodos largos. A pocas personas les gusta hablar
de estos momentos en que la vida se vuelve fría y anochece, prefieren historias de
playas divertidas a las profundas tragedias de tantos naufragios que son, al final, los verdaderos pilares de nuestra existencia.

La gente superficial tiende a pensar en quien sufre como débil… cuando débiles son los que evitan a cualquier precio mares revueltos, tempestades en que cualquiera se siente minúsculo, pero sólo los que no aspiran a la perfección verdaderamente. Para la gente de corazón pequeño, cualquier dolor es grande. Los hombres y mujeres que asumen su destino saben que, más pronto o más tarde, morirá, pero aún les cabe una decisión: desistir para huir o morir sufriendo de frente.

De la muerte salimos, para la muerte caminamos. Lo que aquí sufrimos bien puede ser la forma que tenemos de aproximarnos de corazón a la verdad.

Habrá siempre quien sea maestro de tertulias y piloto valiente de naves ajenas, los que saben siempre de todo, principalmente lo que es (d)la vida de otro, y más específicamente si estuviera para pasar un mal trago. Luego se apresuran a decir que después de la tempestad viene la bonanza, y que ellas son tan fuertes como pasajeras… sin preocuparse de entender, o al menos recuerden, que quien está preparado para sufrir siente profundamente cada gota de lluvia que le moja y arruina el presente y los sueños… y que después de cada gota de lluvia viene, casi siempre, otra y otra… y sólo una gota será la última…

Las tragedias tienden a sucederse más que a intercalarse. Hay quien vive una vida entera sin un motivo para sonreír. Sin ser feliz nunca. Pero es ese, precisamente, alguien que merece más que los demás la admiración de sus semejantes. Admiración, porque héroes no son los que pasan la vida festejando, sino los que, aunque llenos de frío, en noches oscuras de tempestad, pudiendo incluso morir a la espera de mañana, acogen el dolor y la tristeza como cosas suyas y viven, a pesar de todo. De todo. Con una certeza: todo tiene sentido, aún cuando no se sepa cuál.

Hay hombres y mujeres que pasan sus noches en desgracia viva y despiertas, y mientras los otros duermen, ven el nacimiento del sol y sueñan… bastándoles, a veces, nada más que un soplo de viento en el rostro, que sienten como un beso, para que aparezcan más fuerzas donde no había, y se enfrente todavía a un día más, sufriendo, doliéndole, pero viviendo.

La tristeza, que tantas veces se combate, es un estado del alma más denso y más puro de lo que se acostumbra a considerar. Es más real. Huir de él será huir del duro camino que nos hará caminar felices, aunque por entre incontables sufrimientos, aparentemente sin sentido.

Los antiguos creían en dioses inventados por los hombres que, mortales, vivían sin que el miedo a la muerte los hiciese retroceder. Creían también que no hay victoria sin superación de los obstáculos, no hay gloria en la fuga, ni en la desgracia ajena. Hoy, las gentes piensan de forma bien diferente. Dicen que basta, que hay que resistir, para no dejarnos ir abajo, que los momentos menos buenos deben ser sólo oportunidades para el éxito y otras tonterías por el estilo. El sufrimiento es muchas veces mayor, y más honroso, precisamente porque casi nadie quiere saber lo que siente quien sufre, y además porque, pudiéndose compartir, es contagioso… Pero dos héroes serán siempre más  que uno y ninguno de está solo.

Si el lector conoce a alguien que sufre, siéntese o échese a su lado y, siempre en silencio, permanezca relajado.


El dolor nos aproxima a la perfección.

1 comentario:

  1. Leyendo esta crónica no he podido evitar que me surgieran sentimientos encontrados: por un lado el dolor es tan palpable en sus descripciones, que en algunos momentos quería huir de la lectura, dejarlo; incluso llegué a pensar si José Luís no estaría probando el aguante del lector… Por otro lado, de pronto, como una justificación, aunque salvando las distancias, naturalmente, me vino a la mente el Antiguo Testamento, la historia de Israel, como una peregrinación permanente hasta despojarse de los malos hábitos, de la naturaleza corrompida por el pecado, la cual le lleva a reincidir en la desobediencia a Dios y a no cumplir sus mandamientos, lo cual le acarrea la infelicidad permanente y de prolongado exilio, lejos de Jerusalén. Y todavía para completar esta historia de salvación el mismo Dios se hace hombre para morir y enseñarnos así el camino de la felicidad presente y futura.
    De este modo entendí que José Luís no exagera nada, que nos dice la verdad. Y hay que ser valiente para decir la verdad, sin miedo a que nos aplaudan o descalifiquen. Muito obrigado

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