Por José Luís Nunes Martins
Por Jornal i
publicado em 29 Out 2011 - 02:00
publicado em 29 Out 2011 - 02:00
En el siglo XIX de puso
en marcha un movimiento que llevaría a una de las mayores revoluciones de la
historia de la filosofía: el existencialismo. Se afirmó la esencia individual
de todo ser. En el caso humano, se declaró que la existencia antecede a la
esencia. Que nada somos a la partida, y aquello que vamos siendo depende de
nuestras decisiones libres. Debo realizarme, hacerme real. Soy simpático o pesimista,
no porque nací así, sino porque fui tomando decisiones que me hicieron serlo.
Todo cuanto soy depende
únicamente de mí, con una libertad y responsabilidad absolutas.
El vértigo de tamaña incertidumbre en relación a un futuro aterradoramente abierto aflige a muchos. Pero hay quien, a pesar de todo, asume la misión de ser él mismo quien define su vida y así cumplir voluntariamente la más bella de las tareas, trazar y cumplir un destino rumbo a la felicidad.
No siempre con éxito,
pero fracasar en las primeras batallas supone muchas veces sabias lecciones de
humildad, que potencian una victoria final en la guerra entre lo que somos y lo
que debemos ser.
No hay conclusiones sino al final, cuando, después de la muerte, ya bajo otras reglas, podemos ver la obra de la que fuimos autores: un yo, completo.
Creo que la vida tiene sentido, una verdad tan subjetiva como profunda. Creo que no vengo de la nada ni voy para la nada. Creo que alguien me concedió personalmente el más valioso de los dones, la vida libre. Creo que, de forma simple, decisión a decisión, soy yo quien va haciendo mi camino, mi verdad y mi vida.
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