(Me daba miedo, temía no ser capaz de comprender, y mucho menos de
expresar, lo que Pessoa nos dice como sólo él sabe decirlo. Sin embargo al
leer, una y otra cita, me he ido acostumbrando, o mejor me ha ido captando, y hoy, tanto me ha
sorprendido su amor infinito: al mundo, a la patria y al otro, que no he
resistido la tentación de ir traduciendo cuanto entendía, y poco a poco, lo
terminé, y no me apetece a mí guardarme este tesoro, porque no es mío, es de
todos siendo de él.).
El Mayor Amor y las Cosas que Se Aman
Fernando
Pessoa, 'Inéditos'
Ojalá pudiera desprenderme,
sin excitaciones ni ansiedades, de este mandato subjetivo cuya ejecución por
demorada o imperfecta me tortura y dormir descansadamente, fuese donde fuese,
plátano o cedro lo que me cubriese, llevando en el alma como una parcela del
mundo, entre una saudade y una aspiración, la conciencia de un deber cumplido.
Pero día a día lo que veo en torno mío me apunta nuevos deberes, nuevas responsabilidades a mi inteligencia para con mi sentido moral. Hora a hora a(…) mientras escribo, la sátira surge colérica en mí. Hora a hora la expresión me falla. Hora a hora la voluntad flaquea. Hora a hora siento avanzar sobre mí el tiempo. Hora a hora me reconozco, manos inútiles y mirar amargado, llevando para la tierra fría un alma que no supe contar, un corazón ya podrido, muerto ya y en el estancamiento de la aspiración indefinida, inutilizada.
No lloro. ¿Cómo llorar? Yo desearía poder querer (desear) trabajar, trabajar febrilmente para que esta patria que vosotros no conocéis fuese grande como el sentimiento que yo siento cuando en ella pienso. Nada hago. Ni a mí mismo oso decir: amo la patria, amo la humanidad. Parece un cinismo supremo. Tengo pudor para conmigo mismo en decirlo. Sólo aquí lo registro sobre el papel, aún así tímidamente, para que en alguna parte quede escrito. Sí, quede aquí escrito que amo a la patria honda, (…) doloridamente.
Sea dicho así, brevemente, para que permanezca escrito. Nada más.
No hablemos más. Las cosas que se aman, los sentimientos que se acarician se guardan con la llave de aquello que llamamos ”pudor” en el cofre del corazón.
La elocuencia los
profana. El arte, revelándolos, los vuelve pequeños y viles. La propia mirada
no los debe revelar.
Ciertamente sabéis que el mayor amor no es aquel que la palabra suave puramente expresa. Ni es aquel que la vista dice, ni aquel que la mano comunica toando levemente la otra mano. Es aquel que cuando dos seres están juntos, ni mirándose ni tocándose los envuelve como una nube, que les (…)
Ese amor no se debe decir ni revelar. No se puede hablar de él.
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