Por José
Luís Nunes Martins
publicado em 27 Ago 2011 - 03:00
publicado em 27 Ago 2011 - 03:00
La demagogia forma
parte de la esencia de las democracias que tenemos: sistemas políticos regidos
por personas elegidas por la capacidad de convencer a sus conciudadanos de su
capacidad de gobernar.
El problema principal
reside en el hecho de que los electores se ilusionen infantilmente, al punto de
considerar, casi siempre, que las intenciones declaradas en campañas pre o pos-
electorales corresponden, de hecho, a acciones que se quieren, pueden y saben
hacer!
En este planeta
gobernado más por el dinero que por las ideas para un mundo mejor, asistimos a
una tentativa de las democracias de irse imponiendo a los demás sistemas
políticos.
¿Pero puede una
democracia de las que tenemos, o un bloque de democracias, imponer su sistema
de organización a un país gobernado con otro régimen? O, sin ser demagógicos, ¿sólo
se quiere cambiar el “gestor” de tal sistema no democrático? ¡La democracia no
es la dictadura de la mayoría ni tampoco de cualquier minoría, como a veces
parece!
La tolerancia tiene que
ser su base. Ser tolerante no es ser débil. Es ser fuerte al punto de estar
debidamente seguro de sus propias opciones, a fin de conseguir convivir sin
inquietudes con el diferente (siempre que se respeten las leyes).
Lo contrario de la tolerancia
es el fanatismo, que casi nunca proviene de los más convencidos de sus ideas,
sino de aquellos que pretenden callar sus dudas cerrando la boca a sus
críticos…
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