Por José
Luís Nunes Martins
publicada el 30 de marzo 2013 - 03:00
publicada el 30 de marzo 2013 - 03:00
Casi siempre se reza en
un vacío, sin luz, y en un silencio propio de un desierto, donde prácticamente
nada se ve, o se deja oír. Esta ausencia de respuesta acaba por alimentar
muchas veces el temor de que podamos estar, finalmente, absolutamente solos.
Pero, interesarnos por el
bien de alguien no implica que estemos donde esa persona nos pueda ver u oír…
Procurar el mayor bien de alguien no pasa por hablarle constantemente
La fe es la certeza convencida
de que no se ve –pero es también la base de la desconfianza que hace temblar la
tierra bajo los pies-. Nunca fue, ni será, una garantía contra todas las dudas,
disgustos y sufrimientos.
La fe hace que se
sienta, sin sentir, como si fuera… un soplo en la cara… y con él se aprende que
existen fuerzas que no se ven… otras,
más fuertes aún, que ni se sienten. El viento, tal como el amor, no se conoce
sino por lo que hace. Nunca nadie lo vio, pero tampoco nunca nadie lo puso en
duda.
Sólo se ama en
silencio. De la misma manera también a quien se puede ver. Se ama lo que está
detrás de las palabras. Se ama la presencia. Se ama la vida.
Jesús no es el héroe de
ningún cuento de hadas. Está aquí, aunque nadie Lo vea. Siempre cerca, también
del que no cree. En un silencio donde gravita la absoluta certeza de que nos
amará hasta el final, o sea, para siempre.
Vivió, murió y
resucitó. Pero resucitar no es volver a este mundo, es pasar a vivir, para
siempre, en otro del que éste forma parte.
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