martes, 18 de febrero de 2014

La dureza de la fe


Por José Luís Nunes Martins
publicada el 30 de marzo 2013 - 03:00

Casi siempre se reza en un vacío, sin luz, y en un silencio propio de un desierto, donde prácticamente nada se ve, o se deja oír. Esta ausencia de respuesta acaba por alimentar muchas veces el temor de que podamos estar, finalmente, absolutamente solos.

Pero, interesarnos por el bien de alguien no implica que estemos donde esa persona nos pueda ver u oír… Procurar el mayor bien de alguien no pasa por hablarle constantemente

La fe es la certeza convencida de que no se ve –pero es también la base de la desconfianza que hace temblar la tierra bajo los pies-. Nunca fue, ni será, una garantía contra todas las dudas, disgustos y sufrimientos.

La fe hace que se sienta, sin sentir, como si fuera… un soplo en la cara… y con él se aprende que existen  fuerzas que no se ven… otras, más fuertes aún, que ni se sienten. El viento, tal como el amor, no se conoce sino por lo que hace. Nunca nadie lo vio, pero tampoco nunca nadie lo puso en duda.

Sólo se ama en silencio. De la misma manera también a quien se puede ver. Se ama lo que está detrás de las palabras. Se ama la presencia. Se ama la vida.

Jesús no es el héroe de ningún cuento de hadas. Está aquí, aunque nadie Lo vea. Siempre cerca, también del que no cree. En un silencio donde gravita la absoluta certeza de que nos amará hasta el final, o sea, para siempre.


Vivió, murió y resucitó. Pero resucitar no es volver a este mundo, es pasar a vivir, para siempre, en otro del que éste forma parte.

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