martes, 28 de enero de 2014

Ciencias, más o menos ocultas, hay muchas…



Gonçalo Portocarrero de Almada
No Público de 15-7-2013:


Los estudios científicos valen lo que valen los que los hacen.

Es infalible como el destino: siempre que se abre, en la sociedad portuguesa, una cuestión  que provoca una fractura social, no sólo surgen unos incógnitos sabios a testimoniar convincentemente la normalidad de esa nueva anormalidad, sino que  también aparecen, venidos de la nada, gran cantidad de estudios científicos de prestigiosas instituciones internacionales, a atestiguar que la pretendida reforma es de lo mejor que hay. Aquí y allá.

Dicen academias extranjeras y dicen bien. Por supuesto, no tiene ningún impacto mediático un eventual Gremio de los Psicoanalistas de Moscavide, o una hipotética Asociación de Veteranos de Psicoterapia de Bolhão. Como dice la Biblia, nadie es profeta en su casa, o en su tierra. Pero le viene bien una opinión de una imaginaria Psychiatric Scientific Academy americana, un veredicto de una organización ambientalista con sede en los fiordos de Noruega, o un estudio exhaustivo de un famosísimo especialista birmanés. Famosísimo aquí, claro, porque en su tierra y alrededores tal vez nadie lo conozca.

La gran ventaja de las referencias más o menos eruditas  es que dan luego un aire “científico” a la cosa. Como el portugués es muy dado a un cierto complejo de inferioridad en relación a lo que “ahora” se hace “a fuera” – tanto da que sea en los Estados Unidos de América o en Manchuria- basta insinuar el prejuicio de nuestro atávico atraso cultural, para que al país le entre aquel nerviosismo infantil de un niño nervioso. Cuando el frenesí llega a ser colectivo, la cuestión pasa a ser urgente y, como tal, sobrepasa todo en la agenda política nacional. Y, entonces, “nos acordamos” de cuan necesaria es una reforma de la que alguien hablaba, hace tan sólo un par  de meses…

En un artículo de Público, de 27 de junio de 29013, Ana Mato Pires defiende que “los afectos no tienen género y la paternidad no está en los gametos”, por lo que debe desconocer, entre otros, el amor de madre. ¡En apoyo de su revolucionaria tesis, invoca nada más y nada menos que diez instituciones! Para muestra, todas norteamenricanas y, seguramente, muy ilustres por esas bandas pero, si cuela, tan creíbles cuanto lo son, por aquí, los “profesores” Karamba, Bambo, Issa, Laminé, Mamadu, Marufe y Sidico, el cual, según él mismo, es “el mejor científico que hay en Portugal y en Europa en Ciencias ocultas”. Muy ocultas, de hecho.

Los estudios científicos valen mucho, como es obvio. Pero valen lo que valen las personas que los hacen. Todos los totalitarismos tienen también sus científicos de servicio, dispuestos a jurar la inevitabilidad científica de las teorías del poder. La tesis de la superioridad de la raza aria y de la inferioridad de los judíos tuvo foros de verdad científica, en la Alemania nazi. También el socialismo soviético tenía pretensiones científicas, por contraste con el socialismo utópico, de los pre-marxistas. Entre nosotros, la “gamberrada” anticlerical de la 1ª República, antes de expulsar a los jesuitas, les midieron los cráneos, para así atestiguar, científicamente, su índole criminosa…

En alguna parte, seria necesario levantar un memorial a las victimas de los estudios de la ciencia, o de la pseudociencia, porque tal vez no sean menos que los mártires de la fe, de la patria y de la libertad.

He nacido en Holanda y estudiado en Lisboa, Atenas, Madrid y Roma, nos soy, ni nunca lo fui, defensor de “orgullosamente solo”, de triste memoria. Pero tampoco me embarco en la palabrería de los políticos que, como monos de imitación, pretenden importar, copiando, todo lo que se hace “a fuera”. La mengua de argumentos racionales no se resuelve con “estudios” extranjeros, tan ilustres como desconocidos son sus autores. Por eso, al estudiante cuya enamorada se mostraba esquiva con la disculpa de los “estudios”, una divertida tuna universitaria portuense aconsejaba: ¡desconfía!



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