martes, 14 de enero de 2014

La hipótesis que no existe

Por Gonçalo Portocarrero de Almada
publicado em 27 Abr 2013 - 03:00

Se cuenta que un contemporáneo nuestro tenía pésima voz y aún peor oído. Ignorante de sus incapacidades canoras y auditivas, acometía las más atrevidas escalas, con terribles resultados. En una ocasión, un oyente desesperado, con escasa predisposición al martirio, no aguantó más y le gritó:
            -¡Cállese! ¡Esa nota no existe!

Una nota inexistente es, como es obvio, una contradicción en los términos, pero sirve como ejemplo de una hipótesis inexistente, como es la tesis  que, negando la divinidad de Cristo, así como  no querer condenarlo, afirma que era un buen hombre. Ahora sucede que, en términos meramente racionales o lógicos, esa es una hipótesis que no existe.

La historicidad de Jesús de Nazaret no puede ser honestamente puesta en duda, pero sólo los cristianos están dispuestos a reconocerle la condición divina que su fe afirma. Ateos, agnósticos y creyentes de otras religiones no lo tienen por Dios, pero quizá tampoco por un impostor. Por tanto, hasta los más incrédulos son sensibles a la belleza y a la sabiduría de sus enseñanzas y a la ejemplaridad de su vida, y por eso seguramente estarían  dispuestos a afirmar que Cristo fue un buen hombre, sin darse cuenta de la contradicción de tal conclusión.

Por tanto, el personaje que la historia sagrada y profana conoce como Jesús de Nazaret dice ser Dios, como tal, no sólo realizó prodigios –los milagros de los que hablan los evangelios- sino que aceptó ser adorado por los hombres. Tal afirmación sólo admite dos posibilidades: ser verdadera o falsa. En ninguno de los dos casaos, con todo, es compatible con la hipótesis de que Jesús es sólo un hombre bueno.

De hecho, si es verdad que cristo es Dios, Jesús no fue simplemente un hombre bueno, sino  el ser divino, el propio Dios encarnado, como afirma la fe cristiana. Alguien lo llamó Maestro Bueno, Él mismo dijo que sólo Dios es bueno. Pero, nunca ningún hombre bueno se atribuyó a sí mismo la condición divina. San Pablo, cuando fue confundido con una divinidad pagana, no permitió que se le diese culto. Y S. Juan, cuando se quiso postrar ante el ángel que se le reveló, fue amonestado por éste, porque sólo a Dios se debe adoración. La misma que Jesús de Nazaret recibió y aceptó de sus discípulos, precisamente por ser Dios. Si no lo fuese, una tal veneración habría sido idolátrica, como tal, digna de la pena capital.

Pero si Cristo no es Dios, he dicho que lo era, sólo podría ser un mentiroso. No cabe la hipótesis de que fuese un loco y, como tal, inocente, porque en ese caso nadie de su tiempo, o después, lo habría tomado en serio, ni para seguirlo ni para condenarlo. Pero, si fuese de hecho una persona falsa, no sería definitivamente un hombre virtuoso, sino un blasfemo. Por otra parte, fue por esta razón por la que fue condenado a muerte por el sanedrín. ¡¿Tendrían razón los que pedían su muerte, como reo confeso de tamaña ofensa a la verdad y a la dignidad divina?!

Ante cristo sólo caben dos actitudes: la indiferencia de los necios, el odio o la adoración. Los primeros, como las avestruces, esconden la cabeza debajo de la arena, renunciando a su condición racional. Los otros, por fuerza de la razón, o reconocen que Jesús de Nazaret es Dios o sólo pueden tenerlo por un impostor. La cómoda hipótesis de Jesús bueno, que daría tanto  juego a los que no se quieren comprometer, porque no lo quieren seguir, ni condenar, pura y simplemente no existe, como la desafinada nota del mal cantor.

O se entiende que Cristo es un falsario y un mentiroso y, consecuentemente, es justa y razonable la exigencia de su condenación, o se acepta su divinidad y se cae a sus pies, confesando: ¡Mi Señor y mi Dios!

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