jueves, 23 de enero de 2014

Portugal y España en las Américas: refutación de una tentación iberista



Por Gonçalo Portocarrero de Almada
publicado em 8 Dez 2012 - 03:00


La reciente cumbre ibero-americana, la conmemoración nacional del 1º de Diciembre, así como las tensiones independentistas de Cataluña, no obstante el desaire de las elecciones, sugiere algunas notas en relación a la siempre presente tentación iberista.

Es verdad que Portugal nunca perdió formalmente su independencia, porque se mantuvo siempre como reino soberano y en plano de igualdad con Castilla pero, durante la dinastía filipina, con un monarca común. Con todo no es menos cierto que nuestro vecino –un mosaico de varios reinos re fundados en una potencia supranacional- siempre deseó ensanchar sus fronteras políticas hasta los límites naturales de la península. La religión común dominante, la historia y lenguas paralelas, entre otros factores de menor importancia, parecen sugerir la conveniencia de un único país ibérico.

También de este lado de la raya se hizo sentir la utopía de la unidad: los republicanos del siglo XIX y principios del XX eran iberistas y, por eso, la bandera de la República es expresiva de la anhelada unión política de Portugal, la verde, y España, el encarnado.

Importa preservar y desarrollar la buena vecindad con “nuestros hermanos”, pero la historia prueba que sería inviable una posible unión ibérica. De hecho, los dos Estados peninsulares, a pesar de compartir la misma plataforma natural, tienen muy diferentes idiosincrasias, que se dan también más allá del mar.

Recientemente, la nación catalana se manifestó por una más amplia autonomía, amenazando la unidad de España. Otras comunidades regionales españolas no esconden análogas pretensiones independentistas, a caso nostálgicas reminiscencias de otros tiempos y eras en que esas regiones eran reinos soberanos. Esa multiplicidad de naciones, aunque sean un obstáculo a la unidad del Estado español, es también un enriquecimiento de su patrimonio cultura.

Por lo contrario, en Portugal ni siquiera el regionalismo amenazó, como dejó claro el esclarecedor resultado del referendo del 8-11-1998, en que el 60% de los electores rechazaron claramente una artificiosa partición del territorio nacional que, pese a algunos particularismos locales, es jurídica y políticamente uno hace casi nueve siglos.

A este propósito, es significativo el reflejo de Portugal y España en las Américas. La excolonia portuguesa es un solo país, Brasil, inmenso en su extensión, plural en sus muchas etnias y la asombrosa variedad de sus gentes, pero único en su configuración política.

España, por el contrario, dio origen a una multitud de Estados centro y sur americanos que parecen reflejar su propia multinacionalidad.


Es posible que esa actitud más inclusiva y cosmopolita, que parece definir la presencia portuguesa de aquí y al otro lado del mar, tenga también expresión en un pormenor urbanístico que, igual no se puede exagerar su importancia, pero parece cargado de significado. Quien conoce España sabe también que sus “plazas mayores”, generalmente lindísimas, como la de Salamanca, son por regla general cuadriláteros cerrados que circunscriben un espacio definido y limitado. Al contrario, nuestro “Terreiro do Paço” (Plaza del Comercio), tal vez la más bella y expresiva (ex libris)de la capital de Portugal, está abierta al río y al mar.


Sin olvidar la condición peninsular y europea de Portugal ni caer en vanos nacionalismos, importa afirmar su vocación atlántica y universal, tan manifiesta en su historia. Tenía razón Fernando Pessoa cuando, en un inspirado lance de su “Mensagem”, escribió: Y al inmenso y posible océano, enseñan estas Quinas, que aquí ves, que el mar con fin será griego o romano: el mar sin fin es portugués.”

Quinas, Heráldica. Cinco proyectiles que vienen en cada uno de los brazos del escudo portugués.

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