lunes, 27 de enero de 2014

Todo hombre tiende naturalmente al amor.


José Luis Nunes Martins


Sucede que el concepto común de amor corresponde casi de manera universal a una idea genérica, ambivalente y, tantas veces, errada, por tan irreal.

Amar es darse. Entregar la esencia propia a otro, luchando a favor de él. De forma pura y gratuita, sin esperar otra recompensa que la de saber que conseguirá ser lo que se es. Amar, al contrario de lo que opinan muchos, no es una fuente de satisfacción… Amar es algo serio, arrebatador y tremendamente desagradable. Quien ama sabe que eso más se parece a una especie de maldición de cuento infantil con un final invariablemente feliz…

Caballeros valientes y princesas encantadas son, por lo tanto, excelentes metáforas que pretenden traspasar la idea de coraje y de nobleza de carácter esenciales a quien ama.

Esta lucha heroica por el valor de la esencia de otro no está al alcance de todos. La mayor parte de las personas son egocéntricas, se alegran al trenzar sus egoísmos en figuras improvisadas de resultado siempre disforme al que insisten en llamar amor. Tal vez porque así consiguen disfrazar el vacío que es la prueba de cuan frustrante, frívolo, e inútil es su paso por este mundo.

Cuando alguien ama verdaderamente, se pierde. La búsqueda de una felicidad propia no tiene sentido. Sin tiempo ni espacio para reposar la cabeza, aquel que ama se ofrece generosamente al otro en un camino por donde casi nunca es  mañana. El sufrimiento aparece como el puente por donde se debe entrar en un mundo donde la felicidad no tiene nada en común con los amores de aquí.

Amar es vivir con fuerza, sentido y valor.

La paz que sirve de base al amor nace y se alimenta de la certeza de que la vida que vivimos no es nuestra, nos ha sido ofrecida con la condición y el propósito de amarnos. Cuando se ama, se camina sobre la nada. Pero si, en un instante, se deja de creer y se busca la firmeza de un suelo, se cae inmediatamente en el abismo sobre el cual antes se volaba, en un milagro que la inteligencia no concibe ni abarca. El amor no es racional, ni humano. Es la verdad pura que no se entiende con la inteligencia común. Las palabras dicen poco, enseñan poco, entretienen a quien no quiere vivir… es precisa una gran humildad para comprender que no todo  puede ser comprendido. Creer en el amor, con el corazón, es sentir la fuerza de una mano intangible, que nos lleva, nos eleva y, a veces, nos alienta… otras nos prueba por el dolor profundo.

 Amar es escoger un camino por entre infinitas encrucijadas. La elección de una es la renuncia de todos y de cada uno de los demás, a través de una fe que es substancia de esperanza y tiene forma de sueño. Amar es escoger un camino y hacerlo… a partir de nada.

Solamente por la angustia del amor es como el espíritu humano se torna digno de enseñorearse de sí mismo. La raíz del mal está en la inercia de los espíritus que tientan con bastarse a sí mismos… en la pereza –que es el mayor de todos los pecados, porque hace que el hombre se contente con lo que tiene - , dejando de querer ser lo que es.


Amar es dar la propia vida. Con los brazos extendidos. En una actitud ante el mundo semejante a la de un mendigo que extiende su mano a la caridad del extraño que pasa… la soledad profunda de quien siente temblar la tierra por debajo del alma que le sujeta los pies.

Es la mayor de todas las riquezas: ser pobre por haberse dado todo.

Amar a pesar de la voluntad de ser feliz.

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