Por José Luís Nunes Martins
Nadie cree en lo que no
espera, ni espera aquello en lo que no cree. Creemos porque queremos y queremos
porque creemos.
La fe es algo más que
creer en Dios y la esperanza mucho más que esperar sentado que los sueños se
hagan realidad. Fe y esperanza implican mudanzas en la vida, exigen que
abandonemos el confort y corramos rumbo a algo mayor que aquello que
conseguimos comprender.
Creer no es una actitud
pasiva que espera que el mundo se disponga para satisfacernos, pero sin una
voluntad activa crear lo que se espera. De levantar con las propias manos
aquello en lo que se tiene fe.
El hombre tiende
naturalmente para los bienes futuros, inciertos, pero cuya realización depende,
en la mayor parte de los casos de una disposición determinada y de una serie de
acciones concretas. La expectativa es a base de esfuerzo que lucha por el bien.
¿Esperamos porque
creemos, o creemos porque esperamos? No tiene sentido. Esperanza y fe son
indisociables. No existen como realidades distintas. Contienen elementos
irracionales, pero nadie cree en lo quo espera, ni espera aquello en lo que no
cree. Creemos porque queremos y queremos porque creemos.
El amor promete y
garantiza una vida que ha de ser vivida, pero también que, a lo largo del recorrido
hasta ella, cada paso será apreciado y
sufrido… el sufrimiento forma arte de la prueba del amor. ¿Hasta qué punto se
cree? ¿se espera? ¿se sigue adelante sin suelo debajo de los pies? Duele.
Mucho. Pero valdrá más que todas y cada una de las penas.
La esencia de eternidad
es: la inagotabilidad del amor. Hay siempre (más) Amor, hasta el punto de
vencer el tiempo y sobrepasarlo.
La vida valiosa existe más
allá de lo visible. Tal vez por eso la esperanza sea desesperante y la fe
angustiante, al final el Amor precisa ser ciego a las cosas que pasan… Porque
el Amor y la vida, en su sentido último… aquella fuerza que lucha contra lo que
existe, para dar más calor y luz al mundo, que hace brotar la simiente de la
tierra, crecer al árbol, el animal procura siempre una forma de sobrevivir, esa
misma fuerza que lleva al hombre a soñar ser tan grande como infinito es
aquello que espera y en lo que cree.
El que ama.
El amor se extiende al
futuro. Por eso es esperanza. No hay amor sin mañana. Ni mañana sin amor.
Esperar es propio del amor. Siempre. Más allá de la desesperación. A pesar del
mayor de todos los dolores, el Amor confía, espera y cree. El Amor es Amor, y
sólo en él todo tendrá sentido.
Fe y esperanza implican
la existencia de razones más allá de las que la humana inteligencia consigue
abarcar. Al final, la verdad puede reposar en aquello que hoy parece no tener
ningún sentido. Es la mayor de las bellezas: una luz, que aunque escondida, ha
de iluminar la más tétrica de las oscuridades.
La humildad es la llave
que abre los sueños al mundo, en la medida en que sólo una consciencia que
comprenda que no hay nada que dependa sólo de la voluntad de quien espera poder
lanzarse en el designio de hacer el cielo en la tierra.
Es en la fragilidad del
momento presente, cara a la felicidad que se entrevé en un futuro incierto y
vertiginosamente libre, donde el hombre establece el claro sentido de su fe, de
su esperanza: Arrodillándose delante de los sueños y amando con todo su ser, a
pesar de los pesares.
Tal vez esperanza y fe sean solo formas más concretas
de andar el Amor en este mundo.
Sin amor la existencia
es un agujero negro, vacío de luz, contradictorio y privado de lo esencial: la
eternidad.
Lo contrario de la
felicidad es el miedo. Caminar con rumbo a la incertidumbre del mañana implica
un abandono confiado que, contra toda desesperanza, ama lo que no conoce y para
ello camina entre infiernos. Una voluntad simple e infinita de ser feliz. La
fe. La Esperanza. El Amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario