sábado, 25 de enero de 2014

Más allá de la fe y de la esperanza

Por José Luís Nunes Martins



Nadie cree en lo que no espera, ni espera aquello en lo que no cree. Creemos porque queremos y queremos porque creemos.

La fe es algo más que creer en Dios y la esperanza mucho más que esperar sentado que los sueños se hagan realidad. Fe y esperanza implican mudanzas en la vida, exigen que abandonemos el confort y corramos rumbo a algo mayor que aquello que conseguimos comprender.

Creer no es una actitud pasiva que espera que el mundo se disponga para satisfacernos, pero sin una voluntad activa crear lo que se espera. De levantar con las propias manos aquello en lo que se tiene fe.

El hombre tiende naturalmente para los bienes futuros, inciertos, pero cuya realización depende, en la mayor parte de los casos de una disposición determinada y de una serie de acciones concretas. La expectativa es a base de esfuerzo que lucha por el bien.

¿Esperamos porque creemos, o creemos porque esperamos? No tiene sentido. Esperanza y fe son indisociables. No existen como realidades distintas. Contienen elementos irracionales, pero nadie cree en lo quo espera, ni espera aquello en lo que no cree. Creemos porque queremos y queremos porque creemos.

El amor promete y garantiza una vida que ha de ser vivida, pero también que, a lo largo del recorrido hasta ella, cada paso será apreciado  y sufrido… el sufrimiento forma arte de la prueba del amor. ¿Hasta qué punto se cree? ¿se espera? ¿se sigue adelante sin suelo debajo de los pies? Duele. Mucho. Pero valdrá más que todas y cada una de las penas.

La esencia de eternidad es: la inagotabilidad del amor. Hay siempre (más) Amor, hasta el punto de vencer el tiempo y sobrepasarlo.

La vida valiosa existe más allá de lo visible. Tal vez por eso la esperanza sea desesperante y la fe angustiante, al final el Amor precisa ser ciego a las cosas que pasan… Porque el Amor y la vida, en su sentido último… aquella fuerza que lucha contra lo que existe, para dar más calor y luz al mundo, que hace brotar la simiente de la tierra, crecer al árbol, el animal procura siempre una forma de sobrevivir, esa misma fuerza que lleva al hombre a soñar ser tan grande como infinito es aquello que espera y en lo que cree.

El que ama.

El amor se extiende al futuro. Por eso es esperanza. No hay amor sin mañana. Ni mañana sin amor. Esperar es propio del amor. Siempre. Más allá de la desesperación. A pesar del mayor de todos los dolores, el Amor confía, espera y cree. El Amor es Amor, y sólo en él todo tendrá sentido.

Fe y esperanza implican la existencia de razones más allá de las que la humana inteligencia consigue abarcar. Al final, la verdad puede reposar en aquello que hoy parece no tener ningún sentido. Es la mayor de las bellezas: una luz, que aunque escondida, ha de iluminar la más tétrica de las oscuridades.

La humildad es la llave que abre los sueños al mundo, en la medida en que sólo una consciencia que comprenda que no hay nada que dependa sólo de la voluntad de quien espera poder lanzarse en el designio de hacer el cielo en la tierra.

Es en la fragilidad del momento presente, cara a la felicidad que se entrevé en un futuro incierto y vertiginosamente libre, donde el hombre establece el claro sentido de su fe, de su esperanza: Arrodillándose delante de los sueños y amando con todo su ser, a pesar de los pesares.

Tal vez  esperanza y fe sean solo formas más concretas de andar el Amor en este mundo.

Sin amor la existencia es un agujero negro, vacío de luz, contradictorio y privado de lo esencial: la eternidad.

Lo contrario de la felicidad es el miedo. Caminar con rumbo a la incertidumbre del mañana implica un abandono confiado que, contra toda desesperanza, ama lo que no conoce y para ello camina entre infiernos. Una voluntad simple e infinita de ser feliz. La fe. La Esperanza. El Amor.




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