lunes, 13 de enero de 2014

El hábito no hace a la monja


 Por Gonçalo Portocarrero de Almada
publicado em 23 Nov 2013 - 05:00


Y, ahora, porque no existe ninguna ley católica que obligue a la señora Forcades, y quejosa, ¡¿Daremos sus riñones a quien no los tiene?!

Hay apariencias que engañan: por la fotografía hasta parece que se trata de una benedictina, pero quien oiga o lea a Teresa Forcades, luego concluye que no es ninguna religiosa porque, como escribió a este propósito recientemente D. Nuno Brás, “no tiene derecho a afirmar que sus opiniones individuales forman parte de la fe”.
           
La erupción esporádica de este tipo de estrellas pseudoteológicas no es  novedad. Ya San Pedro advertía a los primeros cristianos de este peligro: “Así como en el pueblo de Israel hubo falsos profetas, del mismo modo habrá entre vosotros falsos doctores”. S. Judas, el apóstol homónimo del traidor, los llama “estrellas errantes”, “nubes sin agua, que los vientos llevan de una arte a otra, árboles al final del otoño”. Son – en opinión del citado obispo auxiliar de Lisboa- corredores solitarios que, “seducidos por la exposición mediática, que siempre se encariña de estas originalidades”, “les gusta verse en el espejo”.

Por estos hechos, la estrella errante, que los vientos otoñales trajeron a Lisboa, encaja en las herejías de moda: es favorable al “aborto, acepta el casamiento gay, la adopción por parte de estas parejas (y) defiende el acceso de las mujeres al sacerdocio” (“Público”, 19.11.2013). Es autora de “una tesis de medicinas alternativas” y  escribió un libro, cuyo título policial es: “Crímenes de las grandes compañías farmacéuticas”. Por lo visto, Teresa Forcades, que despenaliza el aborto, criminaliza la venta de píldoras, excepto la del día después.
                                                               
Además tiene olfato para la política, como activista de un movimiento independentista y anticapitalista de Cataluña. Recibió el don de la ubicuidad, pues “vive en el monasterio de S. Benet de Montserrat, cerca de Barcelona” y consigue, al mismo tiempo, “estar en Berlín para dar clases de Teología”.

En relación al aborto, afirma que “el conflicto ente el derecho a la vida y el derecho a decidir del propio cuerpo es un tema complejo”. A pesar de sus estudios clínicos, ignora que el feto, o embrión, no es parte del cuerpo de la progenitora. Desconoce, por eso, que ninguna decisión de la misma en relación a su cuerpo puede afectar al que,  en él  generado y presente, no se confunde con él, por ser otro cuerpo, otra persona.

Nótese que esta afirmación no es ideológica, ni religiosa, sino una mera constatación empírica, aceptada por todos los científicos, con excepción de la señora Forcades.

Para resolver este dilema, expone: “En el caso de un padre que tenga un hijo que precise de un   riñón para sobrevivir [¿] por qué no hacemos una ley católica que diga que el padre tiene la obligación, naturalmente, de dar un riñón al hijo? No explica por qué razón tiene que ser el padre el que ceda el riñón, y no la madre, un tío o una suegra. Y,  ahora, ¡¿porque no existe ninguna ley católica que obligue a la señora Forcades, y quejosa, a dar sus riñones a quien no los tenga?! La respuesta, que la confusa teóloga no encuentra, es obvia: del mismo modo que ninguna ley puede exigir  un acto de caridad, como sería la donación de un órgano, ningún ordenamiento jurídico puede dejar de sancionar un crimen, como es el aborto provocado. Mezclar la interrupción voluntaria del embarazo con los riñones es, salvo mejor opinión, confundir ajos con robles, lo que no sería de esperar en quien afirma tener formación médica y teológica.

No deja de ser contradictorio que, por un lado, abogue por una Iglesia “menos clerical”, pero, por otro, defienda el acceso de las mujeres al sacerdocio, o sea, su clericalización.


Teresa Forcades que, cuando era joven, “siempre achacó a la Iglesia que era una institución caduca”, ahora piensa que “es bueno que las personas se agiten, para que haya mudanzas”. Por lo visto, la señora Forcades regresó a su revoltosa juventud no cristiana. A pesar de las apariencias. Pero, como se acostumbra a decir, no es el hábito el que hace a la monja. 

1 comentario:

  1. También tenía ganas de leer este artículo sobre la “monja” Forcades con detenimiento, porque aquí se oyen pocas voces contrarias a sus opiniones. Yo la tengo por un papagayo, la niña lista, o que se lo cree, o que se lo han hecho creer. Habla como un charlatán de feria, y claro, convence a quien o es débil de entendederas, o logra aburrirlo. Por otro lado, la pose que usa, vestida de monja, para decir cosas contrarias a la fe y a la Iglesia, es un desafío, un desparpajo de niña consentida. Debe tener mucho predicamento en su convento, porque ya lleva tiempo luciéndose por los “mercados”, a ver si coloca sus ideas en este río revuelto e irrespetuoso con todo y con todos.
    El artículo es, como siempre, certero, y de exposición atractiva, por su fina ironía, pero sobre todo por la claridad de ideas que el P. Gonçalo es capaz de mantener y exponer.

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