Por Gonçalo
Portocarrero de Almada
publicado em 23 Nov 2013 - 05:00
Y, ahora, porque no existe ninguna ley católica
que obligue a la señora Forcades, y quejosa, ¡¿Daremos sus riñones a quien no
los tiene?!
Hay apariencias que engañan: por la fotografía hasta
parece que se trata de una benedictina, pero quien oiga o lea a Teresa Forcades,
luego concluye que no es ninguna religiosa porque, como escribió a este propósito
recientemente D. Nuno Brás, “no tiene derecho a afirmar que sus opiniones
individuales forman parte de la fe”.
La erupción esporádica
de este tipo de estrellas pseudoteológicas no es novedad. Ya San Pedro advertía a los primeros
cristianos de este peligro: “Así como en el pueblo de Israel hubo falsos
profetas, del mismo modo habrá entre vosotros falsos doctores”. S. Judas, el apóstol
homónimo del traidor, los llama “estrellas errantes”, “nubes sin agua, que los
vientos llevan de una arte a otra, árboles al final del otoño”. Son – en opinión
del citado obispo auxiliar de Lisboa- corredores solitarios que, “seducidos por
la exposición mediática, que siempre se encariña de estas originalidades”, “les
gusta verse en el espejo”.
Por estos hechos, la
estrella errante, que los vientos otoñales trajeron a Lisboa, encaja en las herejías
de moda: es favorable al “aborto, acepta el casamiento gay, la adopción por
parte de estas parejas (y) defiende el acceso de las mujeres al sacerdocio” (“Público”,
19.11.2013). Es autora de “una tesis de medicinas alternativas” y escribió un libro, cuyo título policial es: “Crímenes
de las grandes compañías farmacéuticas”. Por lo visto, Teresa Forcades, que
despenaliza el aborto, criminaliza la venta de píldoras, excepto la del día
después.
Además tiene olfato para
la política, como activista de un movimiento independentista y anticapitalista
de Cataluña. Recibió el don de la ubicuidad, pues “vive en el monasterio de S. Benet
de Montserrat, cerca de Barcelona” y consigue, al mismo tiempo, “estar en Berlín
para dar clases de Teología”.
En relación al aborto,
afirma que “el conflicto ente el derecho a la vida y el derecho a decidir del
propio cuerpo es un tema complejo”. A pesar de sus estudios clínicos, ignora
que el feto, o embrión, no es parte del cuerpo de la progenitora. Desconoce,
por eso, que ninguna decisión de la misma en relación a su cuerpo puede afectar
al que, en él generado y presente, no se confunde con él,
por ser otro cuerpo, otra persona.
Nótese que esta afirmación
no es ideológica, ni religiosa, sino una mera constatación empírica, aceptada por
todos los científicos, con excepción de la señora Forcades.
Para resolver este
dilema, expone: “En el caso de un padre que tenga un hijo que precise de
un riñón para sobrevivir [¿] por qué no
hacemos una ley católica que diga que el padre tiene la obligación,
naturalmente, de dar un riñón al hijo? No explica por qué razón tiene que ser el
padre el que ceda el riñón, y no la madre, un tío o una suegra. Y, ahora, ¡¿porque no existe ninguna ley católica
que obligue a la señora Forcades, y quejosa, a dar sus riñones a quien no los
tenga?! La respuesta, que la confusa teóloga no encuentra, es obvia: del mismo
modo que ninguna ley puede exigir un
acto de caridad, como sería la donación de un órgano, ningún ordenamiento jurídico
puede dejar de sancionar un crimen, como es el aborto provocado. Mezclar la
interrupción voluntaria del embarazo con los riñones es, salvo mejor opinión,
confundir ajos con robles, lo que no sería de esperar en quien afirma tener
formación médica y teológica.
No deja de ser
contradictorio que, por un lado, abogue por una Iglesia “menos clerical”, pero,
por otro, defienda el acceso de las mujeres al sacerdocio, o sea, su
clericalización.
Teresa Forcades que, cuando
era joven, “siempre achacó a la Iglesia que era una institución caduca”, ahora
piensa que “es bueno que las personas se agiten, para que haya mudanzas”. Por lo
visto, la señora Forcades regresó a su revoltosa juventud no cristiana. A pesar
de las apariencias. Pero, como se acostumbra a decir, no es el hábito el que
hace a la monja.
También tenía ganas de leer este artículo sobre la “monja” Forcades con detenimiento, porque aquí se oyen pocas voces contrarias a sus opiniones. Yo la tengo por un papagayo, la niña lista, o que se lo cree, o que se lo han hecho creer. Habla como un charlatán de feria, y claro, convence a quien o es débil de entendederas, o logra aburrirlo. Por otro lado, la pose que usa, vestida de monja, para decir cosas contrarias a la fe y a la Iglesia, es un desafío, un desparpajo de niña consentida. Debe tener mucho predicamento en su convento, porque ya lleva tiempo luciéndose por los “mercados”, a ver si coloca sus ideas en este río revuelto e irrespetuoso con todo y con todos.
ResponderEliminarEl artículo es, como siempre, certero, y de exposición atractiva, por su fina ironía, pero sobre todo por la claridad de ideas que el P. Gonçalo es capaz de mantener y exponer.