domingo, 12 de enero de 2014

La misteriosa sinfonía universal


por Gonçalo Portocarrero de Almada

publicado em 31 Ago 2013 - 05:00

No existe nadie tan bueno que no conozca en sí mismo el mal, ni nadie tan malo que no sea capaz del bien.

Que este mundo no tiene concierto es una afirmación corriente.

Nuestro planeta está lejos de ser aquel paraíso donde, según la Biblia, Adán y Eva fueron creados. Incluso desde el punto de vista físico, esta tierra es escenario de violentos contrastes: Temperaturas que hielan y escaldan; terremotos en la tierra y tempestades en el mar; volcanes y ciclones; lluvias intempestivas y prolongadas sequías; selvas impenetrables y áridos desiertos. Y, peor que estas inclemencias de la naturaleza que, más que madre, parece madrastra, la crueldad de los mismos hombres: tantas personas hambrientas o sin abrigo; tantas guerras; tanta miseria moral y material…

¡Qué mundo tan desconcertado!

Es verdad. Como es cierto, paradójicamente, la hermosura de la naturaleza, que la ecología defiende y que los poetas no se cansan de exaltar, ni los artistas de representar. Así mismo en los antros más oscuros, brillan diamantes de ocultas bellezas.

También en los corazones más empedernidos, hay reflejos de un amor sublime. No hay nadie tan bueno que no conozca, en sí mismo, el mal; ni nadie tan malo que no sea capaz del bien.¡Cuan misteriosa y aparentemente contradictoria es la condición  humana!

El  mundo podría ser diferente, si Dios no permitiese el mal físico, ni el pecado. Pero, si no existiesen esas adversidades naturales, ¿en qué otra forja se moldearía el carácter humano y se desenvolvería su ingenio y arte? Por otro lado, la imposibilidad del mal moral sólo sería posible si fuese eliminada la libertad. Ahora bien, sin ella, el ser humano no sería más, como decía Fernando Pessoa, que un “cadáver aplazado que procrea”, un animal sofisticado, pero sin mérito ni culpa. Sólo un ser libre es capaz de amar.

El maestro para lograr la combinación perfecta de todos los instrumentos de la orquesta, obliga a los músicos a ceñirse a una única partitura: si cada cual tocase lo que quisiese, cuando quisiese y como quisiese, en vez de una melodía, resultaría un ruido insoportable.

Dios compone una música maravillosa, pero sin retirar la libertad a nadie, a pesar de que algunos insistan en desafinar. El mal es, sólamente, la ausencia del bien y, como la nada no es, todo lo que existe es bueno. El mal es, finalmente, más que una nota, en sí misma estridente, pero que forma parte de la armonía universal. Sin la prodigalidad del hijo, no se conocería la grandeza de amor de su padre; sin el adulterio de la arrepentida, no sería posible el perdón que la redime.

Hasta que el bien y el mal no sean indiferentes en términos morales y personales, Dios escribe derecho en renglones torcidos. La Escritura dice que, donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia porque, como enseña Pablo de Tarso, todas las cosas concurren para el bien.

Para la razón, el universo es un caos, porque sólo por la fe es posible comprender que este mundo desconcertado es, finalmente, un concierto, un himno de alabanza, un poema escrito por la omnipotencia divina y por la libertad humana. Dios ama a todos los hombres, que atrae hacia sí y de quien cuida a través del plano misterioso e inefable de su omnipotente bondad: la providencia divina.


1 comentario:

  1. Este texto me gustó en su día, y ahora, con el compromiso de traducirlo, lo rescato encantado. Me gusta por la comparación con la orquesta y la música, y me gusta porque en mi proceso de “reconversión” y estudio de los orígenes de la Iglesia, un día se me representó la Biblia como exactamente eso, una partitura maravillosa, cada palabra, cada historia, es una nota escrita por un autor diferente, en épocas diferentes, y todas juntas, al final, sabiéndolas leer e interpretar, nos revelan el gran misterio de la salvación. Obrigado

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