P. Gonçalo
Portocarrero de Almada
No PÚBLICO, de
27-6-2013:
En el centro de la cuestión sobre la adopción está la noción de familia. Algunos la entienden como una realidad natural, irreformable en su esencia, pero para otros la familia es un producto esencialmente cultural y, por lo tanto, susceptible de adaptación a nuevas realidades sociales y políticas.
En el centro de la cuestión sobre la adopción está la noción de familia. Algunos la entienden como una realidad natural, irreformable en su esencia, pero para otros la familia es un producto esencialmente cultural y, por lo tanto, susceptible de adaptación a nuevas realidades sociales y políticas.
De hecho, la Familia romana no coincide con la medieval, ni ésta con la actual. La familia pagana, por ejemplo, admite el divorcio y el aborto, pero la cristiana exige la indisolubilidad del vínculo y el respeto por la vida humana desde su concepción.
A pesar de todo, tanto
en la Roma pagana, como en la Edad Media cristiana, como más modernamente, la
familia es siempre entendida en función del matrimonio, o sea, de la unión
estable de un hombre y una mujer. En la antigüedad clásica, aunque la homosexualidad
fuese aceptada y hasta socialmente prestigiada, nunca se admitió que la unión
de dos personas del mismo sexo fuesen matrimonio. No por un preconcepto cultural,
o religioso, que no lo había, sino por una razón de orden natural. Tampoco el resto
del mundo y desde siempre, no obstante la diversidad de las culturas y
religiones, la familia surge de la unión de personas de diferente sexo. Por
eso, el 97% de uniones estables son entre hombre y mujer, mientras que sólo alcanza
el 3% entre personas del mismo sexo.
¿Por qué? Porque sólo
la unión del hombre con la mujer es conyugal y principio de vida. No se trata,
por tanto, de una característica de una época o de un lugar, ni de una imposición
ideológica o trascendente, sino de un imperativo de naturaleza humana, que es
perenne y universal. En consecuencia, es la naturaleza la que exige la
complementariedad de femenino y masculino, para el bien de los cónyuges y de la
procreación. Esto es el matrimonio natural, que es e fundamento ecológico de la
familia.
Otra cosa son las
uniones no naturales, que son, de por sí, infecundas. Pero, como pretenden ser
como las familias, quieren tener hijos y, por eso, recurren a la adopción. Es
humano dar un padre y/o una madre a quien no lo tiene, porque es natural tener
un padre y una madre. Pero no es natural tener dos madres o dos padres, como
tampoco es natural tener un niño a quien opta por una unión que, como es obvio,
necesariamente excluye la procreación. Más todavía, la procreación médicamente
asistida no es, precisamente, lo mismo que un método de inseminación artificial.
¿Cómo se han de llamar,
entonces, estas familias? Si naturales no son, sólo pueden ser artificiales. Pero,
una “familia artificial” es como una “flor de plástico”: si es de plástico, no
es una flor. Una familia artificial no sólo no es natural, como tampoco es una
verdadera familia, sino un sucedáneo o una imitación. Por el contrario, lo que
es genuino, como el casamiento y la familia natural, es verdadero y, por lo
tanto, necesariamente bueno.
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