Por Gonçalo
Portocarrero de Almada
publicado em 6 Jul 2013 - 05:00
Habrá quien no aprecie
a Nuestra Señora de Fátima por achacarle a esta “santiña”, que al contrario de
otras homónimas suyas, es muy “política” e, incluso, una anticomunista un poco
primaria.
Es verdad que las
apariciones en Cova de Iria desestabilizaron a la ya muy inestable primera república
portuguesa. Hubo, en el inicio, quien temió que todo fuese un montaje
anticlerical, para desacreditar a la Iglesia y desencadenar nuevas persecuciones.
Una Nuestra Señora que, más que interferir en la Republica, se pronuncia sobre
la Guerra Mundial y el fin del comunismo soviético parece, en consecuencia, demasiado
política, sobre todo para quien sólo tolera los santos en los desvanes de las
sacristías.
Para poner término al
conflicto internacional y evitar la expansión del comunismo, María no se dejó
ver por los políticos, no se mostró a los ejércitos, no intervino en los
parlamentos, no envió mensajes a los jefes de Estado. Se apareció a tres niños
analfabetos y les pidió un imposible, sin otros medios que la oración y el
sacrificio.
No son sólo los titulares
de cargos públicos, los jefes de los partidos, los agentes económicos y los
dirigentes sindicales los protagonistas de la política: todos lo somos, porque
todos tenemos el derecho y el deber de participar en lo que a todos merece
respeto. Algunos, es cierto, actuando
directamente en las estructuras del poder; otros, interviniendo directamente a
través de su acción social; casi todos, participando en los actos electorales. Pero,
para un ciudadano creyente, más allá de estos medios humanos, que no debe
descuidar, hay una intervención más eficaz: la oración. Para un cristiano,
pedir a Dios por los gobernantes y agradecer su servicio es un deber religioso
y una actuación política muy importante.
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