Por José
Luís Nunes Martins
publicado em 20 Abr 2013 - 03:00
publicado em 20 Abr 2013 - 03:00
La mayor parte de
nuestras opiniones no resultan de años de análisis racional y objetivo, sino de
un proceso duradero en que se presta atención a todo lo que confirma aquello en
que se cree, al mismo tiempo que se ignora lo que contradice o cuestiona aquello
que se opone a nuestras creencias.
Nos gusta escuchar y
leer lo que ya sabemos. Como si la novedad fuese incómoda… Las noticias con más
sucesos son las que confirman las sospechas, una completa novedad choca con
toda las resistencias de las mentes que así se limitan, prefiriendo siempre las
viejas novedades.
El problema de esta discordancia
de nuestra estructura lógica es que, así, no se conocen –por no querer conocerlas-
otras perspectivas, se dedica el tiempo a profundizar aquello en que se cree en
vez de ponerlo a prueba de forma seria. Tal vez sea el riesgo de perder las
creencias (donde juzgamos que reside la identidad) lo que nos impide ponerlas a
prueba…
Por más extraña que sea
una teoría, quien quiere encontrar pruebas que la sustenten acaba siempre por
encontrarlas, de manera más o menos extraña, en un camino cuya ley es ignorar
las evidencias de lo contrario.
Bastará una o dos décadas
para que alguien, juzgando así el mundo y a
sí mismo, se vuelva tan confiado en su análisis que nada ni nadie lo
podrá desengañar.
Quien busca Verdad debe
considerar las pruebas de las posiciones contrarias a la suya. Asumimos más la
responsabilidad de nuestros éxitos que la de
nuestros fracasos… más aún, cuando fallamos, consideramos siempre que toda conjetura y cualquier pequeño
detalle extraño a nuestra voluntad es visto como un condicionante determinante…
si vencemos en cualquier juego, eso se debe a la excelencia de nuestras
capacidades; pero, si perdemos, entonces habrá sido por una conjunción grande
de factores, donde casi nunca entra la hipótesis de que nuestras capacidades
sean, o hubieran sido, insuficientes.
Casi todos nos creemos
por encima de la media, no será nada extraño que un cuarto de la población se
crea formando parte del 1% superior… también, si preguntáramos individualmente
a cada miembro de una pareja cual es el porcentaje de su contribución en las
tareas domésticas, la suma de respuestas será, muy probablemente, por encima
del 100%...
El mayor problema de
este error común es que genera y alimenta optimismos malignos… Pueden estos
orgullos librarnos de depresiones, aliviarnos tensiones, permitirnos continuar
viviendo con alguna confianza, pero, en verdad, todo eso tiene un precio, alto,
muy alto: el aislamiento y la discordia. La arrogancia precipita la caída.
La humildad no es una
virtud, no es siquiera una cualidad. La humildad es la verdad.
Se trata de la luz con
la que podemos vernos tal como somos y la que ilumina los caminos para ser
mejores; la verdad con la que podemos
ver a los otros tal cual son, reconociendo sus talentos y sus necesidades específicas.
La humildad es la base del amor. Solamente se ama con la verdad. Aprender
aquello de lo que el otro precisa, o lo completa, no es algo natural y espontáneo,
supone un duro trabajo olvidarnos de nosotros, y de nuestras teorías, para
concentrarnos en aquellos otros que queremos que sean felices.
Las grandes vidas, las
grandes obras, son creaciones de los que arriesgan todo, de los que tienen fe
más allá de lo que saben y de lo que imaginan… De los que abdican de la
comodidad de sus egoísmos. Hombres y mujeres que andan por los cielos, y a
veces, también, por los infiernos… se atreven a olvidarse de sí mismos, a
abrirse y perderse, dan un paso adelante cuando no hay seguridad, se vencen a sí
mismos y pueden más que ninguno… lo imposible.
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