jueves, 30 de enero de 2014

La humildad no es una virtud


Por José Luís Nunes Martins
publicado em 20 Abr 2013 - 03:00

La mayor parte de nuestras opiniones no resultan de años de análisis racional y objetivo, sino de un proceso duradero en que se presta atención a todo lo que confirma aquello en que se cree, al mismo tiempo que se ignora lo que contradice o cuestiona aquello que se opone a nuestras creencias.

Nos gusta escuchar y leer lo que ya sabemos. Como si la novedad fuese incómoda… Las noticias con más sucesos son las que confirman las sospechas, una completa novedad choca con toda las resistencias de las mentes que así se limitan, prefiriendo siempre las viejas novedades.

El problema de esta discordancia de nuestra estructura lógica es que, así, no se conocen –por no querer conocerlas- otras perspectivas, se dedica el tiempo a profundizar aquello en que se cree en vez de ponerlo a prueba de forma seria. Tal vez sea el riesgo de perder las creencias (donde juzgamos que reside la identidad) lo que nos impide ponerlas a prueba…

Por más extraña que sea una teoría, quien quiere encontrar pruebas que la sustenten acaba siempre por encontrarlas, de manera más o menos extraña, en un camino cuya ley es ignorar las evidencias de lo contrario.

Bastará una o dos décadas para que alguien, juzgando así el mundo y a  sí mismo, se vuelva tan confiado en su análisis que nada ni nadie lo podrá desengañar.

Quien busca Verdad debe considerar las pruebas de las posiciones contrarias a la suya. Asumimos más la responsabilidad de nuestros éxitos que la de  nuestros fracasos… más aún, cuando fallamos, consideramos  siempre que toda conjetura y cualquier pequeño detalle extraño a nuestra voluntad es visto como un condicionante determinante… si vencemos en cualquier juego, eso se debe a la excelencia de nuestras capacidades; pero, si perdemos, entonces habrá sido por una conjunción grande de factores, donde casi nunca entra la hipótesis de que nuestras capacidades sean, o hubieran sido, insuficientes.

Casi todos nos creemos por encima de la media, no será nada extraño que un cuarto de la población se crea formando parte del 1% superior… también, si preguntáramos individualmente a cada miembro de una pareja cual es el porcentaje de su contribución en las tareas domésticas, la suma de respuestas será, muy probablemente, por encima del 100%...
  
El mayor problema de este error común es que genera y alimenta optimismos malignos… Pueden estos orgullos librarnos de depresiones, aliviarnos tensiones, permitirnos continuar viviendo con alguna confianza, pero, en verdad, todo eso tiene un precio, alto, muy alto: el aislamiento y la discordia. La arrogancia precipita la caída.

La humildad no es una virtud, no es siquiera una cualidad. La humildad es la verdad.

Se trata de la luz con la que podemos vernos tal como somos y la que ilumina los caminos para ser mejores;  la verdad con la que podemos ver a los otros tal cual son, reconociendo sus talentos y sus necesidades específicas. La humildad es la base del amor. Solamente se ama con la verdad. Aprender aquello de lo que el otro precisa, o lo completa, no es algo natural y espontáneo, supone un duro trabajo olvidarnos de nosotros, y de nuestras teorías, para concentrarnos en aquellos otros que queremos que sean felices.


Las grandes vidas, las grandes obras, son creaciones de los que arriesgan todo, de los que tienen fe más allá de lo que saben y de lo que imaginan… De los que abdican de la comodidad de sus egoísmos. Hombres y mujeres que andan por los cielos, y a veces, también, por los infiernos… se atreven a olvidarse de sí mismos, a abrirse y perderse, dan un paso adelante cuando no hay seguridad, se vencen a sí mismos y pueden más que ninguno… lo imposible.

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