jueves, 16 de enero de 2014

La fe de los sabios



Por Gonzalo Portocarrero Almada
publicado el 22 de diciembre de 2012 - 03:00

Muy en buena hora el nacimiento de Jesús se anuncia en el evangelio de Lucas, que no refiere la presencia de los Magos, generalmente no se omiten estos enigmáticos personajes que Mateo refiere en su relato. Poco se sabe de la identidad  de la proveniencia de los Magos, ni de lo que fue de ellos después de aquel extraordinario encuentro con el Rey de los judíos. Curiosamente, este título, dado por ellos al recién nacido, es el mismo que constará en la cruz.

Los Magos eran los sabios de aquel tiempo. Su presencia junto al Niño Dios es significativa del homenaje que la inteligencia debe prestar al Creador, alabándolo. Porque el misterio no humilla a la razón, antes la sublima y la eleva donde, por si sola, jamás se podría elevar. Eran sabios y por eso leyeron las señales de los tiempos: la sabiduría, al final, no es más que un mirar más atento y penetrante sobre la realidad. Muchos vieron la estrella, pero solamente ellos comprendieron su significado y se pusieron en camino. Los ignorantes, como no saben nada,  ni quieren saber lo que no saben.

 Los Magos, como eran sabios, sabían mucho, pero también sabían que no sabían todo. Conscientes de su ignorancia teológica, al llegar a Jerusalén preguntan por el lugar del nacimiento de Jesús. Sabia fue también su decisión de acatar la docta respuesta de los peritos en la ciencia que no era la suya.

Cuando finalmente vean al tan deseado Rey de los judíos, aquellos hombres, con la humildad propia de su mucho saber, se postraron y lo adoraron. No lo hacen como creyentes, pues eran gentiles; ni como súbditos del nuevo Rey, porque no eran judíos; sino como sabios, porque aquel que adoran es la Verdad, el principio y el fin de la sabiduría

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