viernes, 31 de enero de 2014

Lo que verdadera mente mata Portugal…(es válido para cualquier país del mundo)

(No sólo mata a Portugal, lo mismo se puede aplicar a cualquier país en estos momentos de crisis, y describe magistralmente a la clase politica, de cualquier país del mundo. Ojalá lo leyeran los políticos y se vieran como son, o como los vemos la población que los sufre. Es un artículo extraordinario, en el contenido y en la forma, porque también la crítica debe estar bien expresada, argumentada, ajustarse a la verdad y aportar claridad. Con el permiso de su autor lo publico en castellano,por si por aquí alguien lo lee y actúa.)

Eça de Queirós, in 'Distrito de Évora'

Lo que verdaderamente nos mata, lo que torna inquietante esta coyuntura, llena de angustia, estrellada de luces negras, casi luctuosas, es la desconfianza.

El pueblo, simple y bueno, no confía en los hombres que hoy tan espectacularmente están meneando la púrpura de ministros; los ministros no confían en el parlamento, a pesar de tenerlo suavizado, calentado con todas las dulces cantigas de  empleos, rentables canonjías, pingues sinecuras; los electores no confían en sus mandatarios, porque les gritan en vano: “Sed honrados”, y nos miran a pesar de eso adormecidos desde el seno ministerial; los hombres de la oposición no confían unos en otros y van al ataque, lanzándose unos a otros, amigos combatientes, una torva mirada de amenaza. Esta desconfianza permanente lleva a la confusión y a la indiferencia. El estado de expectativa y de demora cansa a los espíritus.  No se presentan soluciones ni resultados definitivos: grandes torneos de palabras, discusiones aparatosas y sonoras; el país, viendo los mismos hombres pisar el suelo político, las mismas amenazas del fisco, la misma gradual decadencia. La política, sin actos, sin hechos, sin resultados, es estéril y adormecedora

Cuando en una crisis se alargan las discusiones, los análisis reflexivos, las lentas cogitaciones, el pueblo no tiene garantías de mejoramiento ni el país esperanzas de salvación. Nosotros no somos impacientes. Sabemos que nuestro estado financiero no se resuelve en bien de la patria en el espacio de cuarenta horas. Sabemos que un déficit arraigado, inoculado, que es un vicio nacional, que fue criado en muchos años, sólo en muchos años será destruido

Lo que nos duele es ver que sólo hay energía y actividad para aquellos actos que nos van a empobrecer y aniquilar; que sólo hay reposo, laxitud, sueño beatífico, para aquellas medidas fecundas que podían venir a endulzar la esperanza del camino. ¿Se trata de votar impuestos? Todo el mundo se agita, los gobiernos preparan largos relatos, eruditos y de primorosa forma; sus áulicos afinan la lámina reluciente de su argumentación para cortar los obstáculos erizados: Las minorías se reúnen en concilios para jurar la uniformidad servil del voto. ¿Se trata de un proyecto de reforma económica, de un gasto a eliminar, de un buen mejoramiento a consolidar? Comienzan las discusiones, creciendo en sonoridad y lentitud, comienzan las argumentaciones arrastradas, flojas, que se extienden por meses, que se agarran a todo incidente y a toda suerte de explicaciones frívolas, y duran así una eternidad ministerial, inmensa y diáfana.

El país, que tiene vista mil veces la repetición de esta dolorosa comedia, está cansado: el poder anda en un cierto grupo de hombres privilegiados, que se investirán de aquel sacerdocio y que a nadie más ceden las insignias y su secreto de los oráculos. Repetimos las palabras que hace poco Ricasoli decía en el parlamento italiano: “La patria está fatigada de discusiones estériles, de la debilidad de los gobiernos, de la perpetua mudanza de personas y de programas nuevos.”



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