martes, 14 de enero de 2014

El perro católico

  

Por Gonçalo Portocarrero de Almada
publicado em 17 Ago 2013 - 05:00

La historia es extraña, pero verdadera y fue protagonizada por un capellán de la comunidad portuguesa radicada en el extranjero. Un día, uno de sus paisanos se presentó abatido y dice:

 “¡Ha muerto mi gran amigo: mi perro!”

El sacerdote consoló al fiel, pero minimizando la pérdida, pues al final sería fácil encontrar un nuevo ejemplar de la misma raza. “Es que yo venía a pedir al Señor Padre”, se atrevió el fiel dolorido, “si le hacía un funeral…”

El prior, sin medias tintas y con caridad, le hizo ver la improcedencia de la petición, dado que el animal, al contrario del ser humano, no tiene alma espiritual. “Pero”, insistió el parroquiano, “¡¿no podría por lo menos rezar unas oraciones por el difunto?!

Nueva negativa porque, como es obvio, sólo las almas humanas se pueden beneficiar con
oraciones y sufragios. “¿Y el Señor Padre cree que, por cinco mil dólares, alguna otra religión lo haría?” ¡El hombre, ya podía haber dicho que el perro era católico! Poco católico era, sin duda, el padre que estaba para llevar más lejos su devoción por lo del dinero. A no ser que, como San Antonio, que predicó a los peces para ser escuchado por los hombres, así procediese para mantener en el redil al dueño del perro, que a cuenta de la excusa del funeral del animal amenazaba abandonar el rebaño.


Sólo el ser humano es imagen y semejanza del Creador, pero ¡¿quién puede negar que los animales son también sus criaturas?! La Biblia dice que también a Dios le gusta brincar con ellos, San Francisco los tenía por “hermanos” y Cristo llamó raposa a Herodes, por lo que no será ofensivo llamar animal a alguien… ¡sobre todo si fuera un político del mismo género!


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