jueves, 16 de enero de 2014

El triunfo del Inmaculado Corazón de María

P. GONÇALO PORTOCARRERO DE ALMADA



 Hay una misteriosa relación entre las  apariciones marianas de Cova de Iria, la “conversión” de Rusia y el triunfo del Inmaculado Corazón de María.


Es sabido que una parte importante del secreto de Fátima tiene que ver con la exUnión de Repúblicas Soviéticas (URSS). En la tercera aparición, el 13 de julio de 1917, la “Señora más blanca que el sol” vino a “pedir la consagración de Rusia” a su Inmaculado Corazón. Si así se hubiese hecho, ese país habría estado convertido y habría tenido paz, pero como así no aconteció, cargó con sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia y, por eso, los buenos fueron martirizados, el Santo Padre hubo de sufrir mucho y varias naciones fueron aniquiladas, perdiendo su independencia y libertad.

Hoy es sabido que la caída del muro de Berlín, en 1989, 
la caída pacífica de la cortina de hierro, el colapso de la antigua URSS y la implosión de todos sus satélites, los países del Pacto de Varsovia, no entraba dentro de una expectativa humana, ni fueron de hecho previstas por ningún politólogo. Para el creyente, con todo, aquel impresionante giro en la política, que devolvió la libertad a millones de ciudadanos esclavizados por una de las peores tiranías de las que se tiene memoria,  era un deber la consagración realizada por el Beato Juan Pablo II, en Roma, el 25 de marzo de 1984, y  reconocida formalmente como válida por la propia vidente.

Es cierto que algunos pontífices habían querido realizar ese mandato de la Madre de Dios pero, por incumplimiento de alguna de las condiciones estipuladas por Nuestra señora, esas intenciones se malograron. También es verdad que la diplomacia de la Santa Sede hace ya varias décadas que procuraba establecer relaciones diplomáticas con los Estados comunistas del este europeo, pero sin resultados significativos o, por lo menos, absolutamente incapaces de explicar la “conversión de Rusia” y de su imperio del mal.

Lo que, en 1917, era una profecía increíble, es hoy historia. Tanto más increíble si se tuviera en cuenta que, sólo después de concluidas las apariciones de Fátima, esto es en noviembre de 1917, es cuando Rusia se vuelve un Estado totalitario. Aún más, los confidentes de la celestial Señora ni siquiera sabían de la existencia de esa potencia extranjera, situada en el extremo opuesto del continente europeo. Mucho menos podían estar al corriente de sus convulsiones internas, ni del régimen implacable que en esos vastos dominios de Europa oriental se iba a instalar en breve, con tan funestas consecuencias para la libertad religiosa de todos los creyentes de los países integrados o sometidos a la URSS.

           
Todavía, la conversión de Rusia, que tal vez sólo se complete con el regreso de la ortodoxia a la catolicidad de la Iglesia, no era la única bendición que Nuestra Señora prometía, si esa nación fuese consagrada a Ella: “El Santo Padre debe consagrarme Rusia que se convertirá y será concedido al mundo un tiempo de paz”. “Por fin, mi Corazón Inmaculado triunfará”. Así se entiende que el Papa Emérito Benedicto XVI, en la homilía de la solemne celebración eucarística el 13 de mayo de 2010, dijera: “Se engaña quien piense que la misión profética de Fátima está concluida”. De forma aún más explícita, expresó en esa misma ocasión el siguiente voto: “Pueden los siete años que nos separan del centenario de las apariciones apresurar el anunciado triunfo del Corazón Inmaculado de María”.


Por primera vez en la historia de la Iglesia, el Papa tiene el mismo nombre del único vidente masculino de Fátima. Y fue el Papa Francisco –elegido en un día trece, del tercer mes, del año 2013…- quien quiso que su pontificado romano fuese consagrado a María, en Cova de Iria, como aconteció el pasado 13 de mayo, por mediación de nuestro Patriarca. Tal vez no sea temerario suponer que este gesto, a semejanza de la consagración del Beato Juan Pablo II y su inequívoca relación con la “conversión” de Rusia, es el signo que presagia, por fin, el prometido y tan deseado triunfo del Inmaculado Corazón de María.

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