P. GONÇALO PORTOCARRERO
DE ALMADA
Es sabido que una parte
importante del secreto de Fátima tiene que ver con la exUnión de Repúblicas
Soviéticas (URSS). En la tercera aparición, el 13 de julio de 1917, la “Señora
más blanca que el sol” vino a “pedir la consagración de Rusia” a su Inmaculado
Corazón. Si así se hubiese hecho, ese país habría estado convertido y habría
tenido paz, pero como así no aconteció, cargó con sus errores por el mundo,
promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia y, por eso, los buenos fueron
martirizados, el Santo Padre hubo de sufrir mucho y varias naciones fueron
aniquiladas, perdiendo su independencia y libertad.
la caída pacífica de la cortina de hierro,
el colapso de la antigua URSS y la implosión de todos sus satélites, los países
del Pacto de Varsovia, no entraba dentro de una expectativa humana, ni fueron
de hecho previstas por ningún politólogo. Para el creyente, con todo, aquel
impresionante giro en la política, que devolvió la libertad a millones de
ciudadanos esclavizados por una de las peores tiranías de las que se tiene
memoria, era un deber la consagración
realizada por el Beato Juan Pablo II, en Roma, el 25 de marzo de 1984, y reconocida formalmente como válida por la
propia vidente.
Es cierto que algunos
pontífices habían querido realizar ese mandato de la Madre de Dios pero, por
incumplimiento de alguna de las condiciones estipuladas por Nuestra señora,
esas intenciones se malograron. También es verdad que la diplomacia de la Santa
Sede hace ya varias décadas que procuraba establecer relaciones diplomáticas
con los Estados comunistas del este europeo, pero sin resultados significativos
o, por lo menos, absolutamente incapaces de explicar la “conversión de Rusia” y
de su imperio del mal.
Lo que, en 1917, era
una profecía increíble, es hoy historia. Tanto más increíble si se tuviera en
cuenta que, sólo después de concluidas las apariciones de Fátima, esto es en
noviembre de 1917, es cuando Rusia se vuelve un Estado totalitario. Aún más,
los confidentes de la celestial Señora ni siquiera sabían de la existencia de
esa potencia extranjera, situada en el extremo opuesto del continente europeo. Mucho
menos podían estar al corriente de sus convulsiones internas, ni del régimen
implacable que en esos vastos dominios de Europa oriental se iba a instalar en
breve, con tan funestas consecuencias para la libertad religiosa de todos los
creyentes de los países integrados o sometidos a la URSS.

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