Oasis

Por Gonzalo Portocarrero Almada
publicado el 11 de mayo de 2013 - 07:00

Todos los años es lo mismo. A partir de los primeros días del mes de mayo, de los más variados lugares del país, hombres y mujeres se echan a la carretera. Algunos caminan centenas de kilómetros, alo largo de varios días, otros recorren distancias más cortas. Muchos van a pie, desgranando las cuentas del rosario, apoyados en un bastón, la mochila a la espalda y ampollas en los pies.

Un destino común: Fátima. Un denominador común: la fe. Pero son muchas las edades, como variadas las condiciones económicas y sociales. Muchos van a pedir favores, algunos a agradecer, muchos transportan encargos ajenos. Pero también hay quien lleva sólo su rezar o, si ni eso supiera, tan sólo su mirar.

Tal vez no haya población menos interesante, en términos humanos, que la de Fátima. Lo mismo que las grandiosas basílicas no destacan por la belleza. El paisaje natural es vulgar, casi banal. Y las tiendas de artículos religiosos, generalmente de gusto muy dudoso, tienen la condición de desanimar al más fervoroso creyente.

Sé de personas que fueron a Fátima a pedir empleo y no lo obtuvieron. Pacientes que imploraban su curación y no lograron librarse de sus males. Cojos, que cojos quedaron y aún hoy lo son. Pero no conozco ninguno, absolutamente ninguno, que habiendo peregrinado alguna vez hasta Cova de Iria, no haya traído de ella una  bendición de Dios.

Por eso, en el desierto en que se ha convertido el mundo moderno, tan lleno de cosas superfluas pero tan vacío de lo esencial, es necesario, más que nunca, este oasis de espiritualidad.